Victoria parcial: la sentencia de la Corte de Apelaciones de Ontario (Canadá) abandona a su suerte a lxs trabajdorxs sexuales de la calle

 Nota de Prensa de Stella

26 de marzo de 2012.

http://www.chezstella.org/stella/?q=en/partial-victory-2012

http://www.chezstella.org/stella/?q=appel-jugement-Ontario 

Es con una mezcla de alegría y desilusión que hemos conocido la decisión de los cinco jueces de la Corte de Apelaciones de Ontario que reconoce la inconstitucionalidad de los artículos que penalizan los burdeles y el proxenetismo, excepto en los casos de explotación. Es en sí una victoria poder trabajar legalmente de puertas adentro, solas o en grupos, y tener el derecho de rodearnos de personas que aumenten nuestra seguridad, tales como recepcionistas, conductores, gerentes, propietarios de agencia, etc.

Más decepcionante es que tres de los cinco jueces estén de acuerdo en mantener en el Código Penal la prohibición de la captación pública de clientes, lo que para nosotras es incomprensible, ya que, como resultado de estas leyes, las personas que trabajan en la calle son las que están sometidas a la mayor represión y a los mayores abusos de sus derechos humanos. En este sentido, en su opinión disidente, dos jueces reconocen la inconstitucionalidad de la ley de captación, estipulando que no es el trabajo en la calle en sí mismo lo que es peligroso, sino la propia ley de captación, que contribuye a la violencia a la que se ven expuestxs lxs trabajadorxs sexuales. Dos informes del Departamento de Justicia (1989, 1994) que evaluaban el impacto de la ley de captación concluyeron que la penalización de lxs trabajadorxs sexuales de calle y de sus clientes contribuye a la violencia contra lxs trabajadorxs sexuales.

El primer ministro Harper mantiene que las leyes de Canadá no son responsables de la violencia contra lxs trabajadorxs sexuales y que no es responsabilidad del gobierno su protección. No reconoce a lxs trabajadorxs sexuales como ciudadanxs de pleno derecho.

  Como dice Émilie Laliberté, directora de Stella: “Creemos que ya es hora de que todas las leyes sobre el trabajo del sexo, tanto en el interior como en la calle, sean derogadas por el Tribunal Supremo. Son un ataque contra nuestros derechos fundamentales: el derecho a la vida, a la seguridad y a la libertad. La despenalización del trabajo sexual salva vidas.”

Nosotrxs, trabajadoras y trabajadores del sexo de Quebec, nos ponemos al lado de las trabajadoras y trabajadores del sexo del resto de Canadá, esperando que Canadá despenalice el trabajo del sexo, permitiéndonos trabajar de forma saludable, segura y digna.

Stella rinde homenaje y agradece a las tres trabajadoras del sexo de Toronto por su valor y su determinación en la defensa de los derechos de las trabajadoras y trabajadores del sexo. 

Para más información sobre por qué el trabajo del sexo debe ser despenalizado en Canadá, leer el informe « Out of the Shadows ».

Páginas relacionadas:
Ontario Court leaves most vulnerable sex workers unprotected, Maggie’s, 03.26.2012
This victory gives us hope that sex work will one day be fully decriminalized, Sex Professionals of Canada, 03.26.2012
Sex workers now ‘real citizens’ after Appeal Court nixes ban on brothels, The Canadian Press, 03.26.2012
Ontario Appeal Court strikes down ban on brothels, Geoff Nixon, CBC News, 03.26.2012
Brothels Are Legal, But Don’t Talk About Sex, Mick Côté, The Huffington Post, 03.26.2012
Ontario’s top court allows brothels, but soliciting ruled illegal, Jayme Poisson, The Star, 03.26.2012

Prostitución, derecho y salud pública: las paradojas de la benevolencia

 Le Monde.fr | 23.03.2012

Por Dr Jean-François Corty, Dr Paul Bolo, Irène Aboudaram, de l’ONG Médicos del Mundo

http://www.lemonde.fr/idees/article/2012/03/23/prostitution-droit-et-sante-publique-les-paradoxes-de-la-bienveillance_1674330_3232.html 

La Asamblea Nacional ha votado en diciembre pasado un resolución que reafirma oficialmente la posición abolicionista de Francia en materia de prostitución. Esta decisión abre el camino a una propuesta de ley en favor de la penalización de los clientes. Los abolicionistas y sus detractores se han enfrentado en numerosos temas que imbrican las nociones de violencia contra las mujeres, desigualdad de género y trata de seres humanos, pasando por el carácter profesional o no de estas prácticas.

Han emergido, incluso, alianzas —tan sorprendentes como inesperadas— entre feministas de todas las tendencias y puritanos. De esta manera, los diputados entienden crear las condiciones para una desaparición de la prostitución sin llegar a prohibirla, apoyándose en la educación y la represión de los ciudadanos. Su motivación principal es la misma que la declarada para justificar el delito de captación pasiva de clientes restablecido en la ley para la seguridad interior de 18 de marzo de 2003. Esa motivación remite a la obligación que se imponen de proteger la integridad física y psicológica de las personas que consideran, por otra parte, víctimas.

Sin embargo, datos racionales objetivan los efectos contraproducentes comprobados de este delito sobre la salud pública y el respeto a los derechos, en un contexto de seria crisis económica en el que las prestaciones sexuales tarifadas constituyen la última posibilidad de obtener recursos para muchas personas, de las que algunas viven al límite de la supervivencia.

En efecto, desde hace más de diez años, Médicos del Mundo (MDM) desarrolla acciones entre las personas que se prostituyen, facilitándoles el acceso a sus derechos y a la atención sanitaria y siendo testigos de sus condiciones de vida. Al tomar contacto sobre el terreno, los equipos constatan la diversidad de las situaciones y de los perfiles de las personas afectadas. Existe, de hecho, un gradiente entre los individuos en materia de elección, dependencia, vulnerabilidad y explotación, con hombres, mujeres y transexuales que van desde extranjeros sin papeles o en situación regular a personas de nacionalidad francesa.

En consecuencia, no se puede afirmar la existencia de un grupo social uniforme sometido a similares condicionantes. En una encuesta llevada a cabo por los equipos de MDM en Nantes en 2010, se pone de manifiesto que el delito de captación pasiva de clientes ha creado confusión sobre el carácter legal o ilegal de la prostitución. Las personas que se prostituyen son relegadas a lugares más aislados, y por tanto más peligrosos, menos aptos para negociar prácticas sexuales con protección, y están, de hecho, más expuestas a actos de violencia. Al hacerlas menos visibles, estas leyes las alejan de las estructuras de atención y prevención sanitarias, a la vez que alimentan el desprecio y la agresividad hacia ellas.

Estas condiciones refuerzan el sentimiento de impunidad de los agresores y el acoso de las fuerzas del orden. Más recientemente, los resultados preliminares de una encuesta sobre los actos de violencia sufridos por las personas que se prostituyen que son objeto de seguimiento en el programa de MDM en París en 2011, ponen en evidencia los efectos deletéreos de las detenciones por captación de clientes. Así, muchas de ellas son detenidas en repetidas ocasiones por captación de clientes, incluso aunque su actividad en el momento de los hechos no tenga nada que ver con un acto delictivo.

Esta presión permanente unida a las condiciones de detención a menudo difíciles (falta de alimento, humillación durante los registros en los que las personas pueden permanecer varias horas desnudas, obligación de firmar declaraciones que no corresponden a la realidad) tienen  un importante impacto psicológico sobre estas personas, que se sienten acosadas. En estas condiciones, adoptan estrategias de rodeo a fin de pasar desapercibidas. Cambian con frecuencia de lugar de acción, reducen el tiempo de negociación con los clientes, y tienen mayor dificultad para imponer prácticas menos peligrosas para ellas. La relación de confianza con las fuerzas del orden se ve igualmente degradada. Estas últimas son ahora menos consultadas en caso de agresión, lo que constituye en la práctica un freno al acceso a los derechos.

En realidad, estas leyes que fueron presentadas como protectoras en su época y también en la actualidad, ponen de manifiesto una tensión entre los objetivos de seguridd y de salud pública. Enfrentadas a la represión, las personas  se inclinan más fácilmente por la clandestinidad. De hecho, al comprometerse menos con la respuesta pragmática a la exigencia principal de protección de las personas que con la aplicación de políticas represivas derivadas de ideologías a menudo paternalistas, a veces caricaturescas e incluso moralizantes, nuestra sociedad impone dispositivos jurídicos cuyos efectos se comprueba que son contraproducentes.

Para proteger a las personas que se prostituyen de los diversos actos de violencia, es preciso, ciertamente, combatir la trata de seres humanos y todas las formas de explotación, aplicando un arsenal jurídico que ya está operativo. Pero es preciso también favorecer su acceso a los derechos fundamentales y a la protección social, a la vez que se mantienen firmemente los dispositivos de acceso a la atención sanitaria (supresión del pago de la Ayuda Médica del Estado, elevación del umbral de atribución de la Cobertura Médica Universal…). Es preciso, por fin y sobre todo, derogar el delito de captación pasiva de clientes y no comprometerse con una eventual penalización de los clientes.

Dr Jean-François Corty, director de las Missions France, Médicos del Mundo;
Dr Paul Bolo, responsable de la misión entre las personas que se prostituyen en Nantes y referente de reducción de riesgos en las misiones nacionales, Médicos del Mundo.
Irène Aboudaram, coordinadora de la misión entre las personas que se prostituyen en Nantes, Médicos del Mundo.

 

La captación pasiva de clientes

 Publicado el 7 de febrero de 2007

http://www.muzarte.net/blog/?p=168 

Solicitud de derogación de la ley de seguridad interior, artículo L50I. (Francia)

Hay causas por las que pocas personas se interesan; por ejemplo, la de las prostitutas. Como si esto no afectara más que a una minoría por la que poco se puede hacer. Por otra parte, algunos entre nosotros piensan, quizás, que si curran en eso será porque quieren… un poco simple, y aunque así fuera… ¿esto nos da el derecho a aceptar el sufrimiento de estas personas? Una petición dirigida a los futuros candidatos a la presidencia [se refiere a las elecciones de 2007] solicita que sea abolido el proyecto de ley sobre la captación pasiva de clientes : os la presento junto con el enlace para firmarla. Carta-petición dirigida a los candidatxs a la elección presidencial y a lxs diputadxs.

La ley n°2003-239 del 18 de marzo de 2003 para la seguridad Interior ha instaurado un nuevo delito para lxs prostituxs, llamado delito de captación pasiva de clientes (racolage passif): “Art. 225-10-1.- El hecho, por el medio que sea, incluída una actitud meramente pasiva, de proceder públicamente a la captación de otra persona a fin de incitarla a tener relaciones sexuales a cambio de una remuneración o de una promesa de remuneración, se castiga con dos meses de prisión y 3.750 € de multa.”

En 2002, la Comisión Nacional Consultora de los Derechos del Hombre, consultada sobre el proyecto de ley, señalaba “que en el Estado, las sanciones penales propuestas que conciernen sólo a lxs prostitutxs no pueden ser admitidas”. Se conmovía “por otra parte de la suerte reservada a lxs prostitutxs de origen extranjero, víctimas de redes organizadas y violentas: la entrega de un permiso de residencia provisional está ligada a un testimonio o a la presentación de una denuncia, siendo que este permiso, limitado a la duración del procedimiento judicial, tendrá por efecto exponer a la beneficiaria y a su familia a graves medidas de represalia, es decir, a violencia, sin que tenga siquiera como contrapartida la posibilidad para ella de tener la esperanza de salir de la prostitución y reinsertarse”.

Recordemos también que Francia es firmante del protocolo de Palermo, que garantiza la protección de las víctimas de trata. Desde 2003, lxs prostitutxs están, pues, sometidas a elevadas multas. Ello las obliga a seguir prostituyéndose para pagarlas; el Estado se convierte así, indirectamente, en proxeneta. Por otra parte, se ven obligadas a dejar los lugares frecuentados e irse a la periferia de las ciudades, donde corren menos riesgo de ser detenidas; su seguridad no está, pues, asegurada. Las asociaciones de ayuda a las prostitutas subrayan todas ellas que, desde la aplicación de esta ley, lxs prostitutxs se hayan en una situación de mucho más peligro que antes: insultos, agresiones, golpes y heridas, violencias sexuales.

La definición extremadamente imprecisa del delito de captación pasiva de clientes  ha obligado a los sindicatos de policía a establecer cuatro criterios para decidir si proceden o no a una detención: la hora, el lugar, la forma de vestir y la actitud: criterios que se pueden aplicar a todas las personas y, más en particular, a las mujeres. Esta ley, lejos de reprimir a las redes mafiosas, fragiliza más a lxs prostitutxs y obliga a todas las mujeres a vigilar su actitud, su forma de vestir, las horas a las que salen y los lugares en los que están.

Solicitamos, pues, la derogación inmediata del artículo de ley sobre la captación pasiva de clientes.

Atentamente,

http://petitiononline.com/racolage 

Manifestation Paris mars 2012, racolage passif, rébellion active !

http://www.youtube.com/watch?v=UXwZ2ieC8_E

Los hombres auténticos se informan bien

Ashton, Demi y la Trata con fines de explotación sexual 

Por Martin Cizmar, Ellis Conklin y Kristen Hinman, 29 de junio de 2011 

http://www.villagevoice.com/2011-06-29/news/real-men-get-their-facts-straight-sex-trafficking-ashton-kutcher-demi-moore/ 

“Hoy hay en Estados Unidos entre 100.000 y 300.000 niños esclavos sexuales”, dijo a la CNN Ashton Kutcher el 18 de abril de 2011. Así es —dice Kutcher— como cada año muchos chicos son entregados a la prostitución en América. “Si no hacéis algo para parar esto, es porque algo va mal en vosotros, en mi opinión.”

“Queremos hacer algo distinto con esto”, repica la esposa de Kutcher, Demi Moore. “ No queremos limitarnos a hablar de ello. Queremos ver realmente un cambio, y esto no va a ocurrir sólo porque salgamos nosotros y vayamos hablando aquí y allá”. A fin de “hacer algo diferente”, Kutcher y Moore han lanzado recientemente una serie de anuncios de servicio público bajo el lema «Real Men Don’t Buy Girls» (“Los auténticos hombres no compran chicas”). En los spots, Kutcher representa a un memo desaliñado con más pinta de tirar sus calcetines sudados y coger dos limpios del paquete que de hacer la colada. “Los auténticos hombres se hacen la colada”, dice una voz en off. “Los auténticos hombres no compran chicas.” 

El mensaje es algo desconcertante, dada la falta de contexto, pero hay más iguales, todos parte de una campaña en la que salen celebridades como Justin Timberlake, Sean Penn, y Jason Mraz haciendo cosas cómicamente masculinas, como intentar afeitarse con una sierra mecánica y encontrar un coche en el aparcamiento con los ojos vendados. 

Junto con su esposa, Kutcher se ha convertido en la cara pública de un esfuerzo por detener la trata de menores. Los anuncios han hecho que algunos observadores se rasquen la cabeza y otros se desternillen de risa. Ostensiblemente, tratándose de un tema tan intenso —la esclavitud sexual infantil— los vídeos apestan a humor de colegio mayor. 

“¿Soy el único que no ve ninguna conexión entre Sean Penn derritiendo queso con una plancha (¡como un auténtico hombre!) y la horrible situación de alguien que paga para que un esclavo de 7 años le haga una mamada?”, escribió un bloguero en TheStir.com.

Pero el asunto no es que estos anuncios sean fatuos y tontos.Lo que importa es que nadie ha cuestionado la tesis subyacente de Kutcher y Moore. No es cierto que cada año se prostituyan de 100.000 a 300.000 niños en USA. Esta cifra estadística fue urdida sin base científica. Es un “hombre del saco”. 

Pero las celebridades bienintencionadas de Hollywood no son las únicas en pulsar este particular botón caliente. El pánico de la prostitución de menores ha sido alimentado por un estudio científico que fue cualquier cosa menos científico. El fraude apenas velado que yace tras la impactante estimación de “100.000 a 300.000 niñxs prostitutxs” nunca ha sido cuestionado. 

Esta cifra ha encontrado eco a lo largo y ancho de USA, desde los pasillos del Congreso a su periódico de la mañana, desde blogs, tanto liberales como conservadores. Busque en Google y encontrará 80 páginas de resultados. El mes pasado, el  New York Times revelaba casi sin aliento: “Se estima que cada año son vendidos para su explotación sexual de 100.000 a 300.000 niños norteamericanos”. 

No estaba revelando nada nuevo.

• USA Today: «Each year, 100,000 to 300,000 American kids, some as young as 12…»

• CNN: «There’s between 100,000 to 300,000 child sex slaves in the United States…»

• Media Bistro: «There are an estimated 100,000 to 300,000 victims of child prostitution…»

• Salon: «Roughly 100,000 to 300,000 American children are prostituted each year…»

• Family Court Chronicles: «Nationwide, 100,000 to 300,000 children are at risk for sexual exploitation…»

•Wikipedia: «Anywhere from 100,000 to 300,000 children are at risk for sexual exploitation…»

•U.N. goodwill ambassador Julia Ormond: «100,000 to 300,000 potentially trafficked…»

• Press TV: «Child trafficking rampant in the U.S. An FBI bulletin shows that 100,000 to 300,000 American children…»

•Orphan Justice Center: «An estimated 100,000 to 300,000 children in forced prostitution in the U.S….»

•C-SPAN: «Children in our country enslaved sexually…from 100,000 to 300,000…»

Pero una revisión detallada de los archivos de la policía en todo el país dice otra cosa.

Village Voice Media empleó dos meses en investigar los datos de denuncias. Examinamos los casos de detenciones por prostitución juvenil en las 37 mayores ciudades del país durante un período de 10 años.

En la medida en que exista la prostitución de menores, existe primordialmente en esas grandes ciudades. Los registros de las detenciones mostraron que en todos los Estados Unidos sólo hubo 8.263 detenciones por prostitución infantil durante la última década. Esto es, 827 detenciones por año.

Algunas ciudades, como Salt Lake City y Orlando, pasaron un año entero sin detectar un solo caso. Otras, como Las Vegas, tuvieron alrededor de 100 por año. 

Comparen 827 casos al año con los 100.000 a 300.000 por año proclamados por la propaganda. Las 37 mayores ciudades no reúnen todos y cada uno de los arrestos por prostitución infantil. Puede haber casos en la Kansas rural. Pero el sentido común prevalece en los datos de la policía, Al alejarnos de las principales zonas urbanas, como Los Ángeles, la prostitución de menores cae en picado. 

Cuando los datos de la policía local fueron compartidos con una figura señera en la lucha contra la prostitución infantil, el resultado de la investigación le pareció una verdad evidente. “El Departamento de Policía de Seattle tiene totalmente controlada la situación y comprende el problema”, dice Melinda Giovengo, directora ejecutiva de YouthCare, que lleva un centro de acogida para prostitutxs menores en Seattle. “Esto parece ser un recuento muy preciso y refleja lo que muestran los datos.” 

Ciertamente, los departamentos de policía no detienen a todos y cada uno de los menores implicados en trabajo sexual. Pero, seguramente, no ignoran el problema.

Así, si hay poco más de 800 detenciones de menores al año, ¿de dónde salió una estimación tan horrible como de varios cientos de miles?

No existen, así de sencillo, números precisos acerca de la prostitución de niños.

La cifra «100.000 a 300.000» que gente como Kutcher y Moore proclaman (el mismo número que se ha abierto paso en docenas de reputados periódicos) vino de dos profesores de la Universidad de Pennsylvania, Richard J. Estes y Neil Alan Weiner.

 Pero lo que ningún periódico se ha molestado en explicar (y lo que, ciertamente, no mencionan Moore y Kutcher) es que esta cifra representa de hecho el número de niños que Estes y Weiner consideraban que estaban «en riesgo» de caer en la explotación sexual, no el número de niños implicados de hecho.

Más aún, los autores de «The Commercial Sexual Exploitation of Children in the U.S., Canada and Mexico», editado en 2001, admitían que sus estadísticas no estaban refrendadas.

«Los números presentados aquí no reflejan, por tanto, el número real de casos en los Estados Unidos sino, más bien, lo que nosotros estimamos que es el número de niños «en riesgo» de caer en la explotación sexual comercial», escribían, subrayando sus palabras para darles énfasis.

¿Quién, entonces, está en riesgo?

No sorprendentemente, los profesores pensaron que cualquier niño «escapado de casa» estaba en riesgo.

Todos los escapados de casa se contabilizan como que están en riesgo.

(…) 

Aunque el Congreso ha gastado cientos de millones de dólares en dinero de nuestros impuestos para combatir la trata de seres humanos, todavía no ha gastado ni un penique en centros de acogida y asesoramiento para esos chicos y chicas que son, de hecho, en Estados Unidos, prostitutxs menores de edad.

En marzo de este año, diez años después de que Ester y Weiner dijeran que entre 100.000 y 300.000 niñxs estaban en riesgo de convertirse en trabajadores sexuales, los Senadores Ron Wyden (un Demócrata de Oregón) y John Cornyn (un Republicano de Tejas) promovieron una ley para subvencionar seis centros de acogida con una provisión de 15 millones de dólares. Los centros de acogida proporcionarían cama, asesoramiento, ropa, estudio del caso y servicios legales. Si se llega a aprobar, esta legislación sería la primera de su género. 

La ley tiene todavía que pasar por el Senado o la Casa Blanca.

La falta de centros de acogida y asesoramiento para lxs prostitutxs menores de edad —mientras que los prohibicionistas se embolsan millones de dólares en fondos del gobierno— es sólo un indicador de la campaña mundial de hostilidad contra las trabajadoras del sexo. 

En Canadá, la prostitución es legal. Pero bajo las leyes canadienses, a las trabajadoras sexuales no se las consiente buscar la seguridad de un burdel, o de un guardaespaldas,o un sistema de control que informe de su ubicación (por motivos de seguridad). 

Las prostitutas consiguieron que se admitiera a trámite un recurso para derogar la parte de la ley que creen que supone una amenaza para su seguridad. A comienzos de este mes se admitió en el juzgado la apelación del gobierno. El asunto no era la legalidad de la prostitución, que ya existe, sino si las prostitutas podrían defenderse a sí mismas saliendo de las calles o contratando un servicio de seguridad. Como informaba el 16 de junio el National Post: «La prostitución es inmoral” —argumentó Ranjan Agarwal, un abogado que representa a la Christian Legal Fellowship, la Catholic Rights League, y REAL Women of Canada. “Pero  —preguntó el Juez David Doherty— ¿qué pasa si las trabajadores sexuales mueren como consecuencia de ello? ¿No sería un daño desproporcionado para el bien pretendido?» 

«No», dijo Agarwal. «Tal resultado sería un ‘efecto colateral’,  y lo mejor es que el Parlamento ‘envíe una señal’ a cualquiera que piense entrar en el comercio sexual de que ello implica un gran riesgo». 

Habiendo solucionado el problema de la trata sexual de menores en Estados Unidos, Demi Moore viajó a Nepal, donde procedió a solucionar el problema que este país tiene con las prostitutas juveniles. Un programa especial sobre la presencia de Moore en Nepal fue difundido por la CNN el domingo 26 de junio.

Cuidemos a las putas

 

Subido el martes 20 de marzo de 2012

por  Frédéric Bisson, Sandra Laugier, Pascale Molinier, Anne Querrien

http://multitudes.samizdat.net/Prenons-soin-des-putes

 

No podemos sino mostrarnos consternados por la actual polémica sobre la prostitución, que opone a lxs que la ven como « un trabajo como los demás » (posición liberal) a aquellxs otrxs que la ven como « una violencia a abolir » (posición abolicionista).  Esta alternativa reductora es consecuencia de un moralismo que el feminismo ha querido siempre, sin embargo, impugnar. Este falso debate es, en efecto, tres veces sordo.

Genealogía de la moral abolicionista

De entrada, se rehusa escuchar a lxs prostitutxs. Estxs no son nunca sujetos, sino objetos de los discursos dominantes (los de la Iglesia, el Estado, el Feminismo abolicionista) que tienen la indignidad de hablar en su nombre, reproduciendo así la cosificación que denuncian. Al equiparar la prostitución con la esclavitud, considerando a lxs prostitutxs como víctimas y, a menudo, como personas con graves trastornos psíquicos, no sólo se hacen aliados de la represión, sino que se confirma y refuerza una división moral del trabajo que desvaloriza sistemáticamente un tipo de trabajo. En todo el mundo, militantes de movimientos de prostitutxs, mujeres, hombres, trans, se han hecho visibles, a veces poniendo en peligro su vida, y se han levantado públicamente contra la concepción victimizante y patologizante de lxs prostitutxs, contra el estigma y las persecuciones que esta concepción no solo no impide, sino que anima. No vemos cómo es posible no prestar atención a estas voces diferentes y no tener en cuenta su punto de vista sobre su propia experiencia.

A continuación, se rehusa escuchar al cliente, al que se entrega a la vergüenza pública. El Partido Socialista se encuentra a este respecto cómodamente alineado con la posición represiva de la derecha. Pero el argumento humanista corre aquí el riesgo de funcionar como una cuestión de honor moral dentro de un dispositivo de poder que se aprovecha de él. La represión legal de la prostitución no la rechaza a una ilegalidad homogénea, sino que es más bien un desglose y una gestión diferenciada de los « ilegalismos ». La prostitución es dividida según formas desiguales, más o menos visibles, más o menos toleradas o estigmatizadas.  Christine Salmon muestra, por ejemplo, los jóvenes senegaleses que proponen a las francesas de más de 50 años prestaciones sexuales a cambio de regalos (coche, casa, giros) escapan a la denominación de prostitutos. En su misma ilegalidad, la « prostitución » de la calle, estigmatizada, fabricada socialmente, sirve a múltiples intereses económico-políticos. La ilegalidad permite, por ejemplo, a la policía mantener el grado necesario de presión sobre las prostitutas, mediante la que se asegura su inserción en el medio y su control relativo de esta población. Pero al diferenciarse de los otros ilegalismos sexuales por su hipervisibilidad mediática, la « prostitución » les sirve también de contrapeso : hace sombra a todo un sistema paralelo que se mantiene en una relativa libertad. Dentro de este dispositivo, la penalización del cliente no pretende sólo hacerle replegar a la alianza legítima de la pareja, que se supone que satisface las necesidades sexuales de los individuos, sino que le da a entender que ya no está en la posición de poder acceder a este privilegio de la libre disposición de las mujeres, privilegio que es un ilegalismo tolerado, un lujo reservado a los dominantes. El tabú moral no es solo represivo, es la añagaza de un poder que modela el deseo a la imagen de un imposible éxito social y viril, sin cesar frustrado. La sociedad que quiere penalizar a los clientes es la misma que erige a la puta glacial Zahia en objeto de fantasía. El abolicionismo ingenuo respalda la hipocresía de una sociedad afrodisíaca que produce los mismos sujetos-clientes compulsivos que quiere penalizar a continuación. Al mantener la costumbre habitual en la clandestinidad y la vergüenza, la represión realiza una redistribución de la frustración sexual hacia otras compensaciones más rentables, hacia otros comercios.

Por fin, el desprecio (mezclado con inquietud) hacia el trabajo sexual se une al que afecta a todas las actividades relacionadas con el mantenimiento y  las necesidades del cuerpo humano, reservadas como la prostitución no sólo a las mujeres, sino a todas las categorías sociales desaventajadas, racializadas, minorizadas. Lo que se quiere acallar en realidad con la represión de la prostitución es la voz de todas las personas que realizan el trabajo de asistencia  todos los días y en todas las partes, es decir, que se ocupan en la práctica de las necesidades de otros, no de sí mismas [1]. Esta represión niega así dos hechos antropológicos que la prostitución pone en evidencia. El primero es que dependemos de otros para nuestra necesidades y que los más autónomos, en apariencia, los más realizados, son los que más dependen de la asistencia, los que tienen más personal que se ocupe de ellos y de sus necesidades y que consiguen fácilmente no ver hasta qué punto su éxito y la extensión de sus capacidades de acción dependen de quienes les sirven. El segundo es que la estetización o la medicalización sanitaria del sexo tienden hoy a hacernos olvidar que la sexualidad forma parte de las necesidades y que, en su respuesta, la prostitución entra de lleno en el dominio de la asistencia. La realidad de la sexualidad nos hace seres dependientes de los demás.

El trabajo sexual, trabajo de asistencia

Heredero de las luchas feministas pro-sexo, el movimiento de los trabajadores y trabajadoras del sexo parte del principio elemental que es « mi cuerpo me pertenece ». El comercio del sexo es libremente consentido. Organizándose en asociaciones y sindicatos, estableciendo lazos globales, lxs trabajadorxs del sexo no niegan las formas de violencia y de opresión que sufren, sino que pretenden precisamente cuidar de sí mismxs, hacer el trabajo del sexo más seguro, a las personas que viven de él más respetadas, y obtener los derechos de todos los trabajadores (sanidad, pensión de jubilación, formación). En esta lucha, el término « trabajo » es una apuesta, como lo ha podido ser para el trabajo doméstico. ¿Qué se entiende realmente como valor trabajo? Hacer que se reconozca la prostitución como trabajo es la misma apuesta que el reconocimiento de la asistencia como trabajo.

Se puede dar un paso más y defender que el reconocimiento de la prostitución como trabajo coincide con su reconocimiento como asistencia, con toda la dimensión afectiva mal conocida que comporta este trabajo. El contenido propio del trabajo sexual hace evidente que no responde sólo a necesidades sexuales insatisfechas, sino también a necesidades afectivas e interpersonales : ser escuchado, ser aceptado como se es (con sus defectos físicos, sus manías sexuales, sus dificultades). La prostitución conoce a la humanidad del sexo, los intercambios y las reparaciones narcisistas de las que el sexo puede ser el soporte. Este trabajo de atención y de interés define la asistencia.

El trabajo sexual como deconstrucción del patriarcado

Hay que reconsiderar entonces a la prostitución en el contexto de un cuestionamiento del patriarcado por la explosión de nuevos servicios [2]. La mercantilización de las emociones —o capitalismo emocional— hace visibles otros resortes del patriarcado, que reposan menos en la violencia o la coacción que en el apoyo aportado activamente por las trabajadoras del sexo a la construcción de la masculinidad. Se observa, en efecto, que la virilidad no se tiene por sí sola, sin el apuntalamiento de otros, como lo muestran Rachel Parreñas, con el ejemplo de las azafatas de bar en Japón, o Marina Veiga França, con el de las prostitutas de Belo Horizonte [3]. Una parte importante del flirteo de las azafatas filipinas en Japón consiste en reiterar hábilmente las normas de género, representando el papel de la mujer sumisa (y pobre) para realzar la masculinidad de sus clientes. Al hacer esto, refuerzan la cohesión de un universo normativo reafirmante, a la vez que realizan también un trabajo de acercamiento que introduce sutilmente atención y dulzura en la relación y constituye un auténtico apoyo psicológico para estos hombre que están inmersos en un universo estructurado ante todo por los valores competitivos de los negocios. Se trata de sostener a hombres que están en situaciones de una muy alta competitividad en las que deben dar lo mejor de sí mismos y de reinyectar empatía en un universos despiadado. La asistencia devuelve el encanto a las relaciones supuestamente impersonales de las grandes metrópolis.

La prostitución  revela una faceta de la dominación masculina que es, además, un tabú : la vulnerabilidad masculina o la dificultad que tienen los hombres para llevar una masculinidad que se ha vuelto frágil, desfalleciente (eréctil en la cama, competitiva en el espacio profesional, encarnación de la autoridad paterna en la familia). Necesita apoyos. En un contexto patriarcal, estos apoyos se mantienen secretos o discretos ; pero en un contexto de capitalismo emocional, efecto ambiguo del feminismo en régimen neo-liberal, son objeto de una reivindicación en términos de competencia, de salario, de reconocimiento social y, al final, se vuelven visibles. En este sentido, el trabajo del sexo, como componente ineludible del capitalismo emocional, al revelar sus competencias de asistencia, participa en la deconstrucción del mito de la virilidad. Es, quizás, esto, esta ironía fundamentalmente feminista de la asistencia, lo que se intenta hacer callar devolviendo a todo el mundo —a las trabajadoras y a sus clientes— al silencio de la represión.

Cuidemos a las putas

No pensamos que se pueda hacer del trabajo sexual de mujeres empujadas por la pobreza y/o por el deseo de sacar partido de sus encantos el aliado objetivo de un capitalismo cínico : el oficio existió antes y existirá después. Las necesidades sexuales no se solucionan en la pareja, en la familia o en el amor, y hay personas que se ocupan de satisfacerlas, de manera más o menos profesional o delictiva. Reprimir estas necesidades mediante las multas y la cárcel no puede más que reforzar la ilegalidad de la que se aprovechan todos los poderes conservadores. Considerar el trabajo del sexo como trabajo de asistencia permite, por el contrario, reconocer que lxs trabajadorxs del sexo cumplen una función social muy importante, como lo demuestran los cuadernos de Grisélidis Réal : permitir a personas solitarias y sin compañía voluntaria (consideramos también la prostitución como asistencia para los discapacitados) encontrar un o una compañera remunerada que sepa cuidarles y permitirles soportar su vida.

La intención de purificar a la sociedad de sus supuestos atentados a la moral, intención que preside oficialmente a la de penalizar a los clientes, es totalmente hipócrita : todo el mundo sabe que esta forma de erradicación no busca más que penalizar a las personas más débiles y más visibles, despejar la calle de un fenómeno que seguirá existiendo por medios menos visibles y menos democráticos. Lo que se consigue con eso es volver a dar plenos poderes a las redes mafiosas. Pero esta medida revela desafortunadamente uno de los defectos de la política de nuestros días : se quiere aparentar que se atiende un problema retirándolo del espacio público, tecnocratizándolo, dividiendo así la sociedad entre los que pueden afrontar los nuevos avances técnicos y los que no pueden. Nos parece, por el contrario, que la prostitución concierne a todo el mundo y que es a toda la sociedad a la que corresponde cuidar a sus putas, a esas putas que tan bien saben cuidarla a ella.


[1] Ver Molinier, P., Laugier, S. & Paperman, P. (2009), Qu’est-ce que le care ? Souci des autres, sensibilité, responsabilité, Paris : Petite Bibliothèque Payot. Voir aussi Paperman P., Laugier S. (2006), Le souci des autres, éthique et politique du care, nueva edición 2011, Paris : Éditions EHESS.

[2] Acerca de la noción de servicio, ver en este número de Multitudes, el artículo de Sandra Laugier, « Dollhouse – Bildungsroman et contre-fiction ».

[3] Ver Marina França, « Intérêts, sexualité et affects dans la prostitution populaire : le cas de la zone bohème de Belo Horizonte », tesis defendida en el EHESS en 2011.

Sexo, brujería y la guerra contra las mujeres

 

Por Jim Rea

18 de marzo de 2012

 

http://www.woodhullalliance.org/2012/sex-and-politics/sex-witchcraft-and-the-war-on-women/

 

La guerra de la derecha contra las mujeres no es ciertamente una novedad. Como muchos —si no casi todos— los elementos primitivistas que conforman la plataforma cultural de la derecha, su miedo y rechazo a todo lo relacionado con el sexo (aparte del acto de la procreación) deriva de sus lazos con la Iglesia. La guerra de la derecha contra las mujeres ha ido ganando ímpetu y atención mediática en los últimos meses principalmente como resultado de las mayorías integristas que gobiernan muchos estados del país (EE.UU.), mayorías que han estado usando su fuerza política para aprobar un histórico número de nuevas leyes represivas de los derechos de libertad sexual de las mujeres. Pero esto es simplemente la encarnación contemporánea de una larga y gloriosa historia de represión por parte de la Iglesia (léase los hombres) de los derechos y prácticas sexuales de las mujeres (pero no de los hombres).

Puede ser una sorpresa para algunos de vosotros, como lo fue para mí, que la guerra contra las mujeres se remonte, de hecho, a fines del siglo cuarto. Encontré un ensayo fascinante y de un rigor científico inmaculado escrito por Max Dashu en 2004 y titulado “Herbs, Knots and Contraception” (“Hierbas, nudos y anticoncepción”). En él documenta la larga campaña de siglos llevada a cabo por la Iglesia para ilegalizar y castigar todos los esfuerzos de las mujeres por tomar el control de su propio destino reproductor. Tales prácticas fueron etiquetadas como “brujería” y fueron objeto del máximo nivel de castigo y condena.

Los sacerdotes acusaban frecuentemente a las mujeres europeas de practicar magia sexual. Los libros penitenciales se refieren frecuentemente a pociones de amor [Rouche, 523]. Pero la brujería sexual fue más allá de conjuros de amor o incluso de la temida (y popular) magia de impotencia. Los primeros escritores medievales muestran que las mujeres usaban la medicina herbal y la brujería para controlar su propia fertilidad y sus embarazos. Obispos de Francia, España, Irlanda, Inglaterra y Alemania promulgaron cánones prohibiendo a las mujeres usar métodos  para controlar su propia concepción y realizar abortos.     

    Agustín de Hipona, o San Agustín, creía que todas las personas tendían hacia el mal y debían ser objeto de castigos físicos cuando permitían que el mal dirigiera sus acciones. Creía que el pecado original de Adán y Eva dañó su naturaleza mediante la concupiscencia o libido, que afectó a la inteligencia y voluntad humanas, así como a los afectos y los deseos, incluyendo el deseo sexual .[1] Fue el concepto de pecado original de Agustín lo que prendió la guerra de la Iglesia contra el sexo y, a su vez, su guerra contra las mujeres. Desde luego, en aquellos tiempos la habilidad de controlar el nacimiento de niños  —quizás la mayor prueba de la acción divina en la tierra— o incluso de tener relaciones sexuales sin las consecuencias de la procreación, equivalía a uno de los peores estigmas que la iglesia podía aplicar: brujería.

 A requerimiento del papa, el obispo Caesarius de Arlès renovó la campaña a finales del siglo quinto. Sus sermones indican que las mujeres de la Provenza usaban no sólo pociones de hierbas, sino también amuletos, “marcas diabólicas” y otros métodos mágicos. [McLaren, 85] Denunciando la anticoncepción y el aborto como homicidio, Caesarius dio órdenes de que “ninguna mujer pueda beber cualquier poción que la impida concebir…”  Su lema era: “Tantas anticoncepciones, otros tantos asesinatos. [Ranke-Heinemann, 73, 146-7] El obispo predicaba que tales mujeres deberían ser condenadas, a no ser que hicieran largas penitencias. Las acusaba de usar “bebidas diabólicas” para evitar quedar embarazadas y así hacerse ricas. El grado de hostilidad clerical incluso hacia el sexo marital puede ser medido por la predicción de Caesarius de que una mujer que tuviera sexo la noche antes de ir a la iglesia, o mientras menstruaba, tendría un hijo leproso, epiléptico o poseído por el demonio. Historias semejantes se repitieron durante toda la edad media. [Noonan, 146, 139ff; McLaren, 90-1]

Reparad en la referencia a “evitar quedarse embarazadas y así hacerse ricas” en la cita precedente. ¿Podría ser que el empoderamiento de las mujeres constituyera el fundamento de las objeciones de la iglesia? Tal vez. La guerra de la Iglesia contra el sexo fue llevada a cabo con una espada de doble filo. Una cosa era, para las mujeres de la época, intentar tomar el control de sus funciones reproductivas. Y otra cosa totalmente distinta era para ellas rechazar las iniciativas sexuales de sus maridos.

La solución de los obispos para las mujeres que no querían tener más hijos era sencilla y ridícula: conseguir que sus maridos aceptaran una vida de castidad. [Schulenberg, 243] Desde luego, las mujeres casadas no tenían derecho legal a rehusar el sexo a sus maridos, y los maridos obligaban regularmente a las siervas a acostarse con ellos. Insensible a sus dificultades, Caesarius insistía: “La castidad es la única esterilidad posible para una mujer cristiana”. Escribió que él habría excomulgado a los hombres que tenían concubinas, pero que eran “demasiados”. Pero los números no preocupaban al obispo cuando se trataba de los intentos de las mujeres de controlar la natalidad. Caesarius denunció a mujeres que usaban hierbas anticonceptivas, así como a las que intentaban concebir “mediante hierbas o marcas diabólicas o amuletos sacrílegos”. [Noonan, 145-7]

Un par de siglos más tarde, la guerra de la Iglesia contra las mujeres y el sexo continuó incansable, pero no con tanta intensidad contra los hombres. Y en aquel momento se ve que las opiniones antisexuales de la Iglesia incluían la condena de la homosexualidad, pero no necesariamente la de aquellas mujeres que disfrutaban de los frutos de «la profesión más antigua».

En el siglo octavo, la Colección Irlandesa de Cánones dedicó toda una sección a pronunciamentos sobre las “Cuestiones de las Mujeres”. Los monjes se quejaban de que las mujeres “toman bebidas diabólicas para no volver a quedarse embarazadas”. Siguiendo al obispo de Arlès  [la Biblia no dice nada del tema de la anticoncepción femenina y el aborto] equiparan la prevención del embarazo mediante pociones herbales —“esterilidad por brebajes”— con el asesinato. [Noonan, 155] Especialmente odiosas a ojos de los monjes eran las mujeres solteras que tenían relaciones sexuales. Una sección llamada “Vírgenes simuladas y su moral” castiga a las jóvenes por hacer uso del control de la natalidad para ocultar sus aventuras amorosas.  [Noonan, 159] (En la mentalidad del clérigo autor del texto no cabía otra razón para ese uso). Ya está implícita la noción del embarazo como un castigo divino para las mujeres no castas, mientras que los hombres no resultan afectados. Los penitenciales tratan las proezas sexuales de los hombres, y la proeza bajo la forma de concubinato, con lenidad, incluso con indulgencia. La única excepción es su severidad hacia la homosexualidad, que catalogan entre los peores pecados. [Brundage, 174] No se menciona la prostitución. [McLaren, 118]

Dada su propensión al pensamiento retorcido y brutal, no es sorprendente que los monjes de la Iglesia de aquella época no consideraran la violación como especialmente preocupante.

Los monjes mostraban más entusiasmo en castigar la sexualidad de las mujeres que interés por prevenir las agresiones sexuales contra ellas. Las penitenciales de Cummean y Finnian son laxas con los señores que tienen relaciones sexuales con las siervas, sin considerar nunca la alta probabilidad de que existiera coacción y violación. Ambos textos se limitan simplemente a aconsejar a los hombres vender las mujeres y hacer un año de penitencia. En otros textos, el único castigo es la orden de liberar a la sierva. [McNeill / Gamer, c 40; Bitel, 151-2] No se toman precauciones para proteger los derechos de las siervas o de sus hijos. No es que los monjes no fueran conscientes de las condiciones que tales mujeres debían soportar.  Bonifacio reconocía indirectamente la realidad cuando, al decir a los germanos que un clérigo sólo se podía casar con una virgen, clasificaba a las mujeres liberadas (junto con las viudas y las mujeres abandonadas) como no vírgenes. [Hefele III.2, 843] Sólo la oscura Poenitentiale Valicellanum muestra compasión por las mujeres preñadas por sus violadores: “una mujer que expone su hijo no querido porque ha sido violada por un enemigo o porque es incapaz de mantenerle no debe ser recriminada, pero, no obstante, debe hacer penitencia por tres semanas”. [Schulenberg, 250] Pero este texto es el único que se expresa así.

Si hay algo que puede servir como analogía de los partidos políticos de aquella época, sería ciertamente la lucha de la Iglesia contra los paganos. Y de la misma forma que ocurre con las tendencias políticas de nuestros días, donde la Iglesia se oponía inequívocamente a la sexualidad, los paganos la celebraban como un ritual. Y lo único que quería la Iglesia era convertir a todos los paganos al cristianismo, o matar a los que se negaban a hacerlo.

220px-SheelaWikiUna visión del mundo diametralmente opuesta es evidente en el deleite pagano en la sexualidad. Muchos académicos modernos han cuestionado esta idea como romanticismo neopagano, pero se olvidan de que su origen está en los mismos clérigos de los primeros tiempos, que repetidamente denunciaron la exaltación de los placeres sensuales como pensamiento pagano. Los antiguos festivales que celebraban el paso de las estaciones, las danzas de hogueras de los festivales paganos, la cocción de panes de fiesta, integraban de hecho lo sagrado con lo sexual y el mundo material. Las esculturas muestran que se sentía una especial reverencia por el poder sexual de las mujeres. Los antiguos irlandeses tallaban diosas exuberantes, vitales, mostrando un poder que emanaba de sus vulvas. Estas sheela-na-gigs descienden de una veneración muy antigua por lo erótico, cuyo poder es interpretado como benéfico y protector. Toscas y contundentes, las mujeres de piedra no son en absoluto suficientemente recatadas o sumisas para ser interpretadas como objetos sexuales o decorativos. Muchas de ellas son mujeres mayores que hace mucho que dejaron atrás la etapa fértil.

Así que podemos ver que hay una historia rica y profunda de esta guerra contra las mujeres que castiga la anticoncepción y el aborto e incluso concede un valor moral más elevado a la violación que a los derechos de las mujeres.  Es de esperar que, en la medida en que los modernos medios de comunicación dirijan su atención hacia estas vergonzosas posiciones y nosotros aprendamos más de sus raíces históricas, podremos finalmente reunir suficiente poder político para vencer en esta guerra, de una vez y para siempre.


Jim Rea es miembro de la Junta Directiva de la  Woodhull Sexual Freedom Alliance. Su artículo apareció originalmente en el blog  Daily Kos .

Trabajo sexual en la Biblia

 por NC Harm Reduction Coalition

http://www.dailykos.com/story/2012/03/07/1072135/-Sex-Work-in-the-Bible

7 de marzo de 2010 

Preguntad a cualquiera que vaya a la iglesia de forma regular qué sabe de trabajadoras sexuales citadas enla Biblia e irá directamente a María Magdalena, aunque no existe evidencia bíblica de que María Magdalena fuera una trabajadora sexual. La primera persona en mencionarlo como una posibilidad fue el Papa Gregorio Magno en el año 591, más de 500 años después de que viviera María.

Sin embargo, aparecen trabajadoras sexuales en la Biblia. Está Tamar, que, disfrazada, vende sus servicios sexuales a su suegro, Judá, a fin de tener hijos y así elevar su situación social. Rahab , la madama que vivía en la muralla y protegió a los espías hebreos en Jericó. Está también Esther, cuyo tío Mardoqueo  la instaló en el harén de un rey egipcio, donde llegó a ser reina. Hoy veríamos a Mardoqueo como un proxeneta, más que como una figura paterna.

Estas trabajadoras sexuales no sólo son poderosas por derecho propio , sino que también fueron importantes para la continuación del pueblo hebreo, y Tamar y Rahab aparecen, incluso, en la genealogía de Jesús.

Imaginad esto… mujeres fuertes, mujeres que llevaron a cabo su propio proyecto y mujeres que vendieron sexo, ¡todo a la vez! Desde luego, no es ninguna sorpresa para cualquiera que conozca a las trabajadoras sexuales en la vida real. Pero no muchos miembros de la iglesia conocen a trabajadoras sexuales. O quizá podría decir, “No muchos miembros de la iglesia admitirán que conocen a trabajadoras sexuales”.

Hay tres respuestas habituales de las personas que asisten a las iglesias cuando se habla de trabajo sexual. La primera es: “¡Yo nunca haría eso!” Esta respuesta deriva de una visión bastante simplista del trabajo sexual: es pecado. No hay matices en esa opinión. Pecado y basta. Y ¿qué hay que hacer con los pecadores? Su modelo es Judá en Génesis 38: “Ha hecho de puta, así que ¡vamos a quemarla!”

La segunda respuesta es un poco más matizada: “¡Es un pecado que intenta robármelo todo!” Estas personas tienden a ver a las trabajadoras sexuales como una amenaza a su matrimonio y su felicidad. Que las trabajadoras sexuales no estén intentando quitarles su marido no influye en su razonamiento.

La tercera respuesta ve a las trabajadoras sexuales como víctimas. “¡Oh, sus padres deben haberlas abandonado o abusado de ellas!” o “¡Deben haberlas obligado a prostituirse!” Este es el mensaje dominante del movimiento anti-trata, y debido a que el movimiento anti-trata ha dominado el debate acerca del trabajo sexual, la mayor parte de las personas de las iglesias tienden a creer que las trabajadoras sexuales son víctimas. Equiparan también trabajo sexual y trata, aunque la realidad puede ser muy distinta.

Ver a todas las trabajadoras sexuales como víctimas puede ser una respuesta que emana de la compasión, pero puede ser la respuesta más peligrosa. Cuando la gente ve a las trabajadoras sexuales como víctimas, comienzan a sugerir maneras de “rescatarlas”. Sugieren cosas como detener a las trabajadoras sexuales, detener a las personas que compran sexo y usar presiones legislativas y económicas para cerrar los negocios. Esencialmente, creen que quitando la autonomía se quita la oportunidad de comerciar con sexo.

Sin embargo, en la vida real ocurre todo lo contrario:

  • La detención lleva a un registro, y un registro lleva a limitación de las opciones laborales.
  • El cierre de un club de strip lleva al paro y el paro lleva a las personas a comerciar con sexo a través de internet.
  • La detención de las personas que pagan por sexo cambia la demografía de los clientes: sólo las personas que no temen a la ley comprarán sexo.
  • El aumento de las dificultades financieras lleva a negociaciones menos exigentes acerca del uso del preservativo, lo que lleva a más enfermedades de transmisiòn sexual y mayores tasas de VIH/SIDA.
  • El aumento de las dificultades financieras lleva a procesos menos exigentes de contacto y selección de clientes, lo que puede llevar a más violencia en las transacciones.

Estas tácticas eliminan la autonomía, y la falta de autonomía lleva a la desesperación.

Para que la gente que va a las iglesias piense de otra manera, hace falta educación. Pero existen barreras para esta educación, la menor de las cuales no es el propio sentimiento del pastor acerca del trabajo sexual, y especialmente acerca del sexo. Yo trabajé una vez con una joven que quería ayuda para salir de la industria del sexo, y cuando la presenté a un pastor amigo mío, éste se pasó todo el tiempo mirándole el pecho. Ella le perdonó enseguida, ¡pero a míme mortificó!

En lugar de luchar contra la industria del sexo, yo sugiero a los miembros de la iglesia que luchen contra estas tres cosas: el estigma, el aislamiento y la privación de derechos económicos. La lucha contra el estigma implica las propias palabras de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo 7:1). Luchad contra el aislamiento haciéndoos amigos de las trabajadoras sexuales. Si visitan vuestra iglesia, sed amables. Si tenéis miembros de vuestra familia que son trabajadoras sexuales, no les cerréis la puerta. Si tenéis oportunidad de reuniros con trabajadoras sexuales fuera de la iglesia, sed acogedores. Aprended a usar los medios sociales como un modo de llegar a conocer a la gente. Escuchad, en lugar de dogmatizar.

Finalmente, luchad contra la privación de derechos económicos a la que tantas están haciendo frente… convenced a vuestra congregación para que dé un trato diferenciado a la situación económica de las mujeres. Abrid una guardería y ofrecédsela gratis a las personas que estén buscando trabajo. Proporcionad clases de formación para enseñar y reciclar a las trabajadoras. Animad a los miembros de vuestra congregación a contratar a las personas que están buscando una oportunidad. Dad clases de finanzas en vuestra congregación. Proporcionad matriculaciones en colegios locales. Cualquier cosa que aporte autonomía, construya opciones y cree oportunidades constituye una diferencia efectiva y es el fundamento de un cambio real.

 

La Rvda. Lia Scholl es pastora y aliada de las trabajadoras sexuales. Habiendo trabajado con trabajadoras sexuales durante más de 10 años, está actualmente en el equipo directivo del Red Umbrella Project, en Nueva York. Con anterioridad trabajó en HIPS en Washington, D.C. y en Star Light Ministries, en Birmingham, Alabama. Es pastora en la Hermandad Menonita Richmond, en Richmond, Virginia. Su nuevo libro, I Heart Sex Workers , está previsto que salga a la venta, editado por Chalice Press, en junio de 2012.

 

 

La política sexual del feminismo carcelario

 Por Elizabeth Bernstein

Departments of Women’s Studies and Sociology

Barnard College, Columbia University 

Fragmento de su artículo: “Militarized Humanitarianism Meets Carceral Feminism: The Politics of Sex, Rights, and Freedom in Contemporary Antitrafficking Campaigns” 

http://sph.umich.edu/symposium/2010/pdf/bernstein2.pdf

 

“Llevo alrededor de 17 años trabajando en este tema —la mayor parte de este tiempo he estado en el lado perdedor, ya que los que defendían los derechos de las “trabajadoras sexuales” ganaban casi todas las batallas políticas… Aquellos fueron años deprimentes… Ahora está emergiendo la verdad de la prostitución/trata sexual y las agencias están respondiendo como nunca lo hicieron. Pienso que en el último año han sido arrestados más chulos y traficantes que en toda la década anterior.” (Donna Hughes, activista anti-trata y profesora de estudios de las mujeres de la Universidad de Rhode Island, en una entrevista en el National Review Online [Lopez 2006]) 

“La trata es como la violencia doméstica. Lo único que previene la reincidencia es el miedo a la detención.” (Dorchen Leidholt, activista feminista de la Coalition against the Traffic in Women, hablando en la Comisión de las Naciones Unidas sobre el Estado de las Mujeres, 2 de marzo de 2007) 

“¿Qué queremos? ¡Una severa ley contra la trata! ¿Cuándo la queremos? ¡Ahora!” (Llamamiento y grito de respuesta en la manifestación de la National Organization for Women por una ley del Estado de Nueva York que elevara las penas criminales contra los clientes de las prostitutas, Nueva York, 1 de febrero de 2007)

 

Para las feministas de base de comienzos de la segunda ola que estaban interesadas en la crítica de las instituciones económicas y familiares dominantes y en la defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, habría sido quizás un extraño sueño imaginar que en una generación, pioneras del primer movimiento de mujeres tales como Laura Lederer (autora del clásico libro Take Back the Night y fundadora del movimiento antiviolación), Dorchen Leidholdt (una prominente abogada feminista defensora de las víctimas de la violencia doméstica), y Donna Hughes (catedrática de Estudios de las Mujeres en la Universidad de Rhode Island) se encontrarían una brillante mañana de julio como oradoras señaladas en un panel patrocinado por el neoconservador Hudson Institute de Washington, DC, titulado “Los beneficios del proxenetismo: abolición de la trata sexual en los Estados Unidos”. Compartiendo estrado con ellas estaban influyentes miembros del Hudson Institute, tales como Michael Horowitz (veterano de la Administración Reagan y prominente arquitecto del movimiento antitrata contemporáneo), el embajador Mark Lagon (antiguo ayudante del senador republicano por Carolina del Norte, de extrema derecha,  Jesse Helms, y director de la Oficina de Tráfico de Personas del Departamento de Estado), y Bonni Stachowiak (profesor de administración empresarial en la evangélica Christian Vanguard University). Mientras los panelistas, todos de raza blanca, hablaban a la audiencia de la urgente necesidad de desarraigar a los chulos callejeros del interior de las ciudades y la “cultura del chulo”, de estigmatizar a los patronos de las prostitutas y de promover “familias sanas” tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, la audiencia, que comprendía representantes de un surtido de organizaciones de derecha, incluyendo la Heritage Foundation, el American Enterprise Institute, y Feminists for Life, estallaba en frecuentes aplausos. 

Desde luego, para aquellos familiarizados con la evolución de lo que Janet Halley ha denominado feminismo de Estado (en el que el feminismo “se desplaza de las calles al Estado”; Halley 2006, 20), así como con el precedente histórico del pánico de la trata de blancas, la inclusión de prominentes activistas feministas en el evento del Hudson Institute no le habría pillado por sorpresa. Además de los ecos de la trata de blancas, existen también importantes resonancias históricas entre la presente campaña antitrata de Estados Unidos y las audiencias antipornografía de la Comisión Meese que tuvieron lugar durante los años 80 del pasado siglo, en las que cristianos conservadores y feministas seglares tales como Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin unieron fuerzas del mismo modo para combatir la reforma sexual (ver, p.ej., Duggan y Hunter 1995; Vance 1997). Como Judith Walkowitz (1983) y Wendy Brown (1995) han observado previamente, el abrazo feminista del moralismo sexual basado en el Estado es particularmente apto para resurgir durante períodos de ascendencia de la derecha, como durante los años de Reagan y Bush, cuando las oportunidades para un cambio político y económico de más entidad escasean. Mientras que una resurgente alianza feministas-conservadores fue activamente estimulada por la Casa Blanca de George W. Bush —tanto retóricamente, como en las invasiones de Afganistán e Irak, como mediante el cultivo de lazos políticos explícitos, como en el nombramiento de la renombrada activista feminista Lederer como Directora Senior para Proyectos Globales sobre la Trata de Personas en el Departamento de Estado— varias feministas dieron el paso de apoyar activa y públicamente las iniciativas de la Administración Bush. Notablemente, en un artículo de febrero de 2004 en el Washington Post escrito conjuntamente por la icono del feminismo de la segunda ola Phyllis Chesler y por el profesor de estudios de la mujer/activista antitrata Hughes, los autores hacían una vigorosa defensa no sólo de las políticas antitrata de la Administración Bush, sino también de sus intervenciones militares en Afganistán e Irak, declarando que los conservadores contemporáneos y las organizaciones religiosas se habían convertido en defensores más fiables de la democracia y de los derechos de las mujeres en todo el mundo que lo que había sido nunca la izquierda (Chesler and Hughes 2004). 

Aunque el abrazo de los discursos de criminalización, construcción de la democracia, registros de escarnio público, y valores familiares por una nueva hornada de feministas reconocidamente conservadoras es ciertamente significativo, es de notar también hasta qué punto feministas que se identifican como seglares de izquierda se han encontrado a gusto compartiendo gran parte de esta agenda y han sido, de este modo, diligentes compañeras en las campañas antitrata de las feministas conservadoras. Mientras que comentaristas tales como Wendy Chapkis (2005), Kamala Kempadoo (2005), y Miriam Ticktin (2008) han apuntado previamente a una colusión entre la corriente principal del feminismo y las agendas estatales de control de fronteras en las campañas antitrata contemporáneas (en las que el activismo feminista apoya inconscientemente la deportación de trabajadoras sexuales emigrantes bajo la guisa de asegurar su protección), mi trabajo de campo etnográfico extiende esta percepción, revelando que las políticas carcelarias y el aparato de seguridad estatal son los remedios políticos preferidos de las feministas antitrata. 

Las feministas de izquierda apoyan las políticas carcelarias, y la articulación de estas políticas mediante un particular conjunto de ideas acerca del género y la sexualidad se hizo evidente en las reuniones de las convenciones contra la trata de la  National Organization of Women–NYC (NOW-NYC) y de la American Association of  University Women en las que yo participé durante un período de seis meses entre 2007 y 2008. Angela Lee, del Centro de Mujeres Asiáticas de Nueva York, fue la oradora final en la manifestación de 2007 de NOW-NYC en petición de una ley de trata que aumentara  las penas aplicables a los clientes de prostitutas de noventa días a un año de prisión. Una mujer de unos cuarenta años impecablemente vestida, no hizo mención al papel desempeñado por la pobreza mundial en las dinámicas de trata y prostitución, sino que habló con gran celo de la integridad sexual de las familias. “Este es un asunto de la familia”, declaró abiertamente, “especialmente cuando se acerca el Año Nuevo Chino y hay tantas familias de las víctimas que no podrán celebrarlo”. Con esta expresión, Lee situó la amenaza sexual directamente fuera del hogar, a pesar de la afirmación feminista hegemónica anterior de que los hogares y las familias son los lugares más peligrosos para las mujeres. Lee llegó a ligar los peligros que arrostraban las víctimas de trata con la falta de éxito del Estado de Nueva York al imponer una ley que aplicara penas criminales suficientemente severas a traficantes y chulos, declarando con gran emoción que “¡Necesitamos castigar a los traficantes y liberar a las víctimas!”. 

En una discusión el 2 de marzo de 2007 en las reuniones de la Comisión sobre el Estado de las Mujeres, en las Naciones Unidas, discusión enfocada a “poner fin a la demanda” de trata sexual, el lazo entre las políticas sexuales y las carcelarias se reveló de forma aún más clara. En esta reunión dedicada a dificultar la demanda por parte de los hombres de los servicios de las trabajadoras sexuales, los panelistas aprovecharon la ocasión para demostrar cómo el Estado carcelario podía ser utilizado de forma efectiva para conseguir familias nucleares, heterosexuales, de parejas unidas por el amor. La oradora inicial, de la Coalition Against Trafficking in Women (CATW), alabó explícitamente a los cinco hombres, de raza blanca y clase media, presentes en la sala, como representantes de un nuevo modelo de masculinidad esclarecida y urgió a los miembros de la audiencia a “traer a sus maridos, hijos y hermanos” a futuras reuniones.  El modelo de prostitución y trata que las panelistas de CATW invocaron tenía poca, si alguna, conexión con factores estructurales o económicos, haciendo la prostitución totalmente atribuible a las acciones de un pequeño subgrupo de hombres malos: maridos dentro de la familia que podrían buscar los servicios sexuales de mujeres fuera de ella, u hombres malos fuera de la familia que podrían incitar a las mujeres y chicas de la misma a abandonarla. Aunque CATW se ve a sí misma como una organización feminista progresista, sus miembros no vacilaron, sorprendentemente, en sus demandas de un aparato punitivo estatal. Ni mostraron mucha conciencia de los fundamentos políticos y económicos de la singular forma de intimidad heterofamiliar que defendieron (ver, p.ej., Bernstein 2007b; Padilla et al. 2007). 

A nivel legislativo, la posición feminista de izquierda sobre la trata es expresada de la forma más clara por la representante Carolyn Maloney, congresista demócrata por Nueva York previamente conocida por su activismo en temas tales como la diferencia de salarios entre sexos y la salud reproductiva de las mujeres. Maloney ha tomado un papel dirigente en la campaña feminista contemporánea contra la trata sexual, patrocinando cambios legislativos enfocados a reprimir a los clientes de las trabajadoras sexuales y a eliminar cualquier distinción entre prostitución forzada y voluntaria en la ley antitrata federal. Ha trabajado también estrechamente con grupos feministas tales como la National Organization for Women y Equality Now, así como con Horowitz, del Hudson Institute, y con organizaciones cristianas conservadoras como Evangelicals for Social Action. En un capítulo de su reciente libro, reveladoramente titulado “The Pretty Woman Myth” (dejando así claro que la única forma de trata que la interesa es la prostitución heterosexual; Maloney 2008), dos cosas en particular merecen ser resaltadas. El primer aspecto llamativo de la discusión de Maloney es la elevación moral de la familia nuclear heterosexual, en contraste con la esclavitud sexual femenina que describe desgarradoramente. Aunque Maloney menciona el incesto sufrido por niñas en el seno de la familia como una vía corriente hacia la prostitución, en su análisis el incesto no supone en sí una violación de los derechos humanos tan grave como la esclavitud sexual, un término que reserva para las formas extrafamiliares de violencia. Un segundo elemento clave en el libro de Maloney es la extensión con la que la política carcelaria y la política de género se implican mutuamente. En su conclusión a “The PrettyWoman Myth”, Maloney insiste en que la mejor manera de combatir la esclavitud es mediante la detención y encarcelamiento de puteros y chulos, junto con una protección más vigilante de los niños. 

Los ejemplos anteriores ponen de relieve una importante alianza entre el feminismo y el Estado carcelario, una alianza que se extiende más allá que las recientes colaboraciones feministas con la derecha religiosa. En su reciente libro en el que documenta la coemergencia de la atención prestada por la segunda ola feminista a la violencia sexual y de las agendas neoliberales de encarcelamiento, Kristin Bumiller (2008) ha demostrado igualmente los aspectos en los que el miope enfoque feminista sobre la criminalización de la violación y la violencia doméstica durante los años 1990 contrastó con las preocupaciones de las feministas de base y las de los comienzos de la segunda ola acerca del empoderamiento social y económico de las mujeres. Argumentando que el imperativo carcelario neoliberal ha tenido un impacto devastador sobre los modos en que se ha construido el compromiso feminista contra la violencia sexual, Bumiller demuestra que lo recíproco es también verdad: una vez que el feminismo quedó fatalmente modulado por las estrategias neoliberales de control social, ello pudo servir como una inspiración eficaz para campañas más amplias de criminalización. Bumiller observa que en los primeros años del siglo la agenda neoliberal del feminismo contra la violencia sexual fue siendo exportada cada vez más como parte de la política de derechos humanos de los Estados Unidos, consolidando el imperativo carcelario dentro del feminismo estadounidense y extendiendo a lo largo y ancho del mundo el paradigma del feminismo-como-control-del-crimen (ver también Grewal 2005). 

La evidencia sugiere ciertamente que las campañas antitrata de los Estados Unidos han tenido mucho más éxito en criminalizar a poblaciones marginadas, reforzar el control de fronteras y medir el grado de respeto a los derechos humanos de otros países por su represión de la prostitución, que en conseguir cualquier beneficio concreto para las víctimas (Chapkis 2005; Chuang 2006; Shah 2008). Como argumenta Bumiller, no es sólo una cuestión de “consecuencias indeseadas”, sino que ha sido el resultado de que las feministas hayan unido directamente sus fuerzas al proyecto neoliberal de control social (2008, 15). Esto es cierto tanto dentro de Estados Unidos, donde los chulos pueden ahora recibir sentencias de noventa y nueve años de prisión por trata sexual y las trabajadoras sexuales son crecientemente detenidas y deportadas por su propia “protección” (ver Bernstein 2007a, 2007b), como en cualquier otra parte del mundo, donde la clasificación de otros países por parte de Estados Unidos ha llevado a un control más estricto de las fronteras a nivel internacional y a la implementación de políticas punitivas antiprostitución en numerosos países (Sharma 2005; Shah 2008; Cheng 2010). 

Muy recientemente, con la creciente atención feminista a las formas “domésticas” de trata (que películas como Very Young Girls han tratado de inflamar), se ha vuelto claro que el desplazamiento desde las formas locales de violencia sexual al terreno internacional y de vuelta  al interés por las actuaciones policiales en el interior de las ciudades estadounidenses (esta vez, bajo la apariencia de proteger los derechos humanos de las mujeres) ha proporcionado un circuíto crítico para la agenda feminista carcelaria. Según la abogada Pamela Chen (2007), actualmente la mitad de los casos federales de trata conciernen a mujeres menores de edad que ejercen la prostitución callejera en el interior de las ciudades.  Esto ha llevado a una campaña policial sin precedentes contra gente de color implicada en la economía sexual callejera —incluyendo chulos, clientes y trabajadoras sexuales por igual (Bernstein 2007a). 

El compromiso feminista carcelario con los valores de la familia heteronormativa, del control del crimen y de los supuestos rescate y rehabilitación de las víctimas (o lo que Janet Jakobsen ha glosado aliterativamente como “matrimonio, militarismo y mercados”; 2008) y el amplio atractivo social de esta agenda, lo ilustra poderosamente la reciente película Very Young Girls. La película ha sido proyectada no sólo en diversos locales feministas, sino también en el Departamento de Estado, en varias megaiglesias evangélicas, y en el conservador Christian King’s College. Bajo el pretexto de reflejar la trata en el interior del país, la película busca granjear simpatías para las jóvenes afroamericanas que se encuentran atrapadas en la economía sexual callejera. Presentando a las mujeres como “chicas muy jóvenes” (en el cartel promocional de la película, la protagonista es tan pequeña que, sentada, sus pies no llegan al suelo) y como las víctimas inocentes del abuso sexual (una categoría que ha sido reservada históricamente para víctimas blancas no trabajadoras sexuales), la película puede convincentemente presentar su perspectiva como antirracista y progresista. Aunque la inocencia de las jóvenes en la película se consigue a costa de demonizar completamente a los jóvenes afroamericanos que se aprovechan de sus ganancias y que son presentados como irredimiblemente criminales y subhumanos. 

La película despoja sin cesar de humanidad a los jóvenes afroamericanos implicados en la economía callejera junto con la compleja maraña de factores más allá de la prostitución (incluyendo racismo y pobreza) que conforman la vida de las chicas. En una proyección de la película a la que asistí en una selecta firma de abogados en Nueva York, al acabar la película algunos espectadores pidieron que los chulos fueran no sólo encerrados de por vida, sino agredidos físicamente. En Very Young Girls como, de forma más general, en el feminismo carcelario, la visión de la justicia social como justicia criminal y de los sistemas punitivos de control como los mejores elementos disuasorios para la mala conducta de los hombres, sirve como un punto crucial de conexión con políticos, evangélicos y otros que han abrazado la causa antitrata.

 

Embarazo y prostitución: las mujeres bajo la tutela del Estado

Por Gail Pheterson

http://tahin-party.org/pheterson.html.

                               

A comienzos del siglo pasado y todavía durante los años 1970, las feministas describían con más frecuencia que hoy el matrimonio como un trabajo que incluía servicios reproductivos y sexuales y hacían un paralelismo entre el estatuto y los deberes de las esposas/madres y los de las prostitutas. Ciertas evoluciones sugieren que estas analogías merecerían ser reexaminadas, esta vez en el contexto de la economía internacional. Aunque la reproducción y la sexualidad son cada vez más frecuentemente enfocadas en conjunto bajo el ángulo del derecho, de la salud o de la cultura, se unen muy pocas veces en el seno de los análisis del trabajo reproductivo y sexual. Adoptar tal perspectiva permite enlazar directamente la actividad concreta de las personas, los productos de esa actividad y el valor que les atribuyen el Estado y la sociedad.

Los códigos de la deontología médica y el código penal encuadran rigurosamente por un lado la fertilidad de las mujeres y por otro su comportamiento sexual. Esta vigilancia cumple dos funciones estrechamente ligadas: un control directo y discriminatorio de las mujeres según los criterios sociales de buena y mala conducta aplicados a tal o cual categoría de mujer y, gracias a él, el control colonial de poblaciones enteras. Estos mecanismos se apoyan en un hábil dispositivo que une obligaciones y prohibiciones y que impone a ciertas mujeres, en determinados momentos de su vida, actos prohibidos a otras.

Las problemáticas ligadas a los derechos, a la salud y a la cultura son, ciertamente, fundamentales, pero ha habido mistificaciones jurídicas, médicas e ideológicas que han ocultado el objetivo real del control estatal. Las definiciones actuales de los derechos humanos recurren a nociones tales como “la integridad” o “la violencia”, nociones que están sometidas a interpretación en función de las convicciones de cada uno.  De esta manera, algunos consideran el aborto como un crimen contra la integridad de las personas; otros como un instrumento de control de las mujeres irresponsables, traumatizadas o inmorales; otros como una violación de la integridad del feto; y otros, finalmente, como la expresión del derecho de la mujer a decidir su destino reproductivo.

Esta última categoría de militantes se vuelve a encontrar englobada con las otras, atrapada por referencias imprecisas a la integridad y a los derechos que mezclan sentidos y contrasentidos. De la misma manera, algunos ven en la prostitución una violación del derecho de las mujeres a la integridad corporal, mientras que para otros no es la prostitución sino las prácticas represivas de la misma las que deben ser condenadas. Para los primeros, los derechos humanos implican que el Estado proteja a las mujeres del crimen de las prostitución; para los segundos, los derechos humanos deberían llevar a la despenalización de la industria del sexo y al fin del control estatal discriminatorio de las actividades económicas, sexuales y migratorias de las mujeres.

Desde una perspectiva sanitaria, algunos estiman que el aborto presenta en sí mismo riesgos importantes, mientras que los expertos médicos demuestran que la IVE es sencilla y sin peligro siempre que se realice en buenas condiciones. De la misma manera, algunas autoridades preconizan la esterilización como medida sanitaria, otras pretenden que atenta contra el bienestar del individuo(es la razón por la que la esterilización voluntaria ha estado prohibida en Francia hasta 2001 y todavía es poco propuesta a las mujeres, y aún menos a los hombres).

En cuanto a la prostitución, algunos la consideran una catástrofe para la salud de las mujeres y de la sociedad en general, mientras que algunas autoridades médicas aseguran que una regulación estatal elimina los riesgos; al mismo tiempo, miles de trabajadoras del sexo militantes afirman que las reglamentaciones médicas atentan contra su salud, al imponerles controles discriminatorios que las disuaden de acudir a los servicios profesionales. Finalmente, desde una perspectiva cultural, se encuentra a los que afirman que embarazo y prostitución son los modelos por excelencia de la cultura femenina (siendo la maternidad la “vocación de la mujer” y la prostitución “el oficio más viejo del mundo”), y los que denuncian el encierro cultural de las mujeres en papeles estereotipados y naturalistas.

Yo he optado por una aproximación fundada en la noción de trabajo, con el fin de deconstruir las contradicciones paralizantes que dividen desgraciadamente tanto a las feministas y concentrarme decididamente en la función concreta de las medidas que llevan a encuadrar el comportamiento sexual y reproductivo de las mujeres. Mi tesis es que los Estados, siguiendo estrategias de dominación eugenésica o económica, se interesan menos por la integridad, la seguridad, la salud o la cultura llamada femenina que por los niños que las mujeres puedan tener y la riqueza que puedan generar como mano de obra no reconocida como tal. Si la eugenesia se traduce, en la práctica, en una preocupación —entiéndase una obsesión— por la “calidad” de los recursos humanos, las preocupaciones económicas se refieren a su “cantidad” y su “productividad”. Tanto el trabajo sexual como el trabajo reproductivo son instrumentalizados en el seno de un mismo sistema ideológico y estratégico de explotación sexista.

Este sistema está camuflado por la puesta a disposición de recursos esenciales, tales como contraceptivos, posibilidades de empleo y la apertura de canales migratorios. Pero, como el objetivo de estos recursos no es el bienestar de las mujeres o de las comunidades pobres, los contraceptivos pueden ser distribuidos de tal manera que se vuelvan instrumentos de coacción más que de elección, igual que el empleo y la migración pueden conducir finalmente a la explotación y a la coacción antes que al aumento de los ingresos y de la autonomía.

El control de las embarazadas y de las prostitutas

El estatuto socio-jurídico accesorio de las embarazadas y de las prostitutas normaliza la negación de sus derechos fundamentales. De esta forma, el estatuto de la embarazada deriva del del feto que lleva y las políticas estatales buscan, a veces, más la protección de este último que la de la mujer; de la misma forma, el estatuto de la prostituta deriva de su relación con sus clientes masculinos y los poderes públicos muestran más solicitud por el cliente, su esposa y sus hijos que por ellas. El estatuto de la embarazada no es solamente accesorio, sino también ilegítimo desde el momento en que su embarazo y su progenitura potencial son juzgados ilícitos en base al carácter tabú de una unión o a transgresiones del código de pudor ligadas, por ejemplo, a su edad o a su situación marital. El trato dado a la embarazada depende, pues, de la adecuación de su elección (proseguir o interrumpir un embarazo) con los imperativos que determinan que debería o no debería tener hijos.

En cuanto a la prostituta, encarnación de la ilegitimidad, su pretendida inmoralidad o indecencia la excluye de las disposiciones de derechos humanos. Así, el artículo 29 de la Declaración universal de los derechos del Hombre afirma: “En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, nadie está sometido a más limitaciones que las establecidas por la ley, con el fin exclusivo de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y los deberes de los demás, y a fin de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática”. La prostituta es juzgada en función de sus supuestos atropellos contra la libertad y los intereses de los demás (atropellos, por ejemplo, contra un barrio, la imagen de una ciudad, el valor de los bienes inmuebles, los niños, la salud de los soldados, el turismo o la seguridad nacional). Los tribunales consideran a la prostituta unas veces como el agente y otras como la víctima de la inmoralidad, del desorden o de la enfermedad y rara vez como una persona a la que sean debidos reconocimiento y respeto. Es significativo que, en tanto que individuo activo, la prostituta puede incluso ser juzgada en función del atropello  llevado a cabo contra su propia imagen y, en consecuencia, la imagen de su familia o de la Nación.
Una vez expuesta la gama de mecanismos que permiten insidiosamente tratar a las mujeres como seres desprovistos de identidad jurídica propia, este análisis debe tomar en cuenta no sólo a las mujeres realmente encintas o trabajadoras del sexo, sino también a aquéllas de las que se sospecha tal cosa o incluso que son juzgadas como particularmente susceptibles de hallarse en una u otra situación. Cuando se trata del embarazo, toda mujer o chica a la que se atribuya relaciones heterosexuales puede ser considerada como potencialmente encinta y así, en función del contexto, sometida contra su voluntad a un despistaje del SIDA o de uso de drogas, a una esterilización, a una contracepción, a una encarcelación o a una estigmatización social. Una mujer puede también ver rechazada una solicitud de empleo a causa del riesgo de que se embarace. En el caso de la prostitución, toda mujer que viaje sola de un país pobre a un país rico o de una zona rural a una zona urbana, o que sencillamente camina por la calle de noche, puede ser sospechosa de negociar sus servicios sexuales por dinero y ser, en consecuencia, acosada, detenida, multada, encarcelada y/o sometida a la prueba del VIH; en bastantes casos, su desplazamiento es, por definición, ilícito si no va acompañada de un hombre. Las mujeres son, pues, primero sospechosas según criterios discriminatorios, después vigiladas y, finalmente, detenidas a causa de su transgresión. No son los actos sexuales o reproductivos en sí los que les incriminan, todos obligatorios para determinadas mujeres en determinadas circunstancias, sino su independencia. La autonomía reproductiva, como la autonomía sexual y migratoria, de una mujer es vista como el indicio de una libertad egoísta y de una voluntad de disponer de su propia vida contra el bienestar general de la sociedad. El primer insulto dirigido a una adolescente embarazada podrá ser “so puta” y lo mismo podrá oír cualquier mujer que ande sola por la calle de noche. El estigma de puta descalifica y sanciona a las mujeres independientes. La mujer sorprendida en flagrante delito de independencia es, pues, sospechosa y el hecho de ser víctima de violencia constituye a veces su única esperanza de redención. Las misma directivas penales estipulan a menudo que el estatuto de víctima es la única causa válida de impunidad en caso de comportamiento ilícito o la única justificación para acceder a recursos reservados a las privilegiadas.

(Continuará…)

Ya no continúa: editado en castellano en 2013:

http://www.ed-bellaterra.com/php/llibresInfo.php?idLlibre=796

Del “no” de la violación al “sí” de la prostitución

Por Morgane Merteuil

 

Escort y secretaria general del STRASS (Syndicat du travail sexuel)

 

5 de marzo de 2012

 

http://www.acontrario.net/2012/03/05/viol-prostitution-consentement/

 

“Estoy cansada”, “No tengo ganas”, “Apártate”, “Déjame dormir”, “Yo no me río, la verdad”, “¡Para!”, “¡Me haces daño!”, “¡Te digo que me haces daño!”: las maneras de expresar un “no” son infinitas.

Y aunque el cansancio, el hastío, el agotamiento psicológico pueden impedir la transformación de ese “no” en resistencia física, dejándolo en el estado de palabras nada más, ignorar ese “no”, no importa cómo sea formulado, y continuar adelante sin tener en cuenta el valor de ese “no”, hacer como si fuera un “sí”, es una violación.

Porque la palabra del otro, y por tanto la expresión de su no-deseo, no ha sido tenida en cuenta, se ha producido lo inaceptable. Inaceptable porque es la negación de la palabra, la negación del valor del otro, de su derecho a disponer de sí mismo, de su derecho a esperar que su palabra sea tenida en cuenta.

No digo nada nuevo, nada que no haya sido dicho una y otra vez (y mejor así, pues no se repetirá nunca lo bastante), sobre todo por aquéllas y aquéllos que, definiéndose o no como feministas, luchan porque el valor de ese “no” sea reconocido, y luchan por un cambio de mentalidades hasta que todos, y sobre todo las mujeres, vean reconocido, en toda circunstancia, su derecho a expresar una elección y a esperar que ésta sea respetada, para que lo inaceptable deje de reproducirse.

Sin embargo, entre esos mismos ellas y ellos, hay quienes, en su discurso, niegan paradójicamente el valor del otro: hablo de aquellas y aquellos que equiparan continuamente violación y prostitución, y para quienes la prostituta es incapaz de decir “sí”.

Decir que la prostitución es una violación en sí misma, es decir que la persona que ha dicho sí, en realidad decía no. Hacer pasar a nuestros clientes por nuestros violadores, es decir que son de los que ven un “sí” donde en realidad hay un “no”.

Una puta puede decir no en cualquier momento de la relación; si en ese momento el “no” no es tenido en cuenta, hay una violación. Y punto.

Esta es la razón por la que hay que dar a todo el mundo, putas incluídas, los medios de decir no; se sabe que a veces es difícil  “realizar físicamente” ese “no”: he hablado más arriba del hastío, del cansancio que puede representar una traba a la expresión física de ese “no”; pero la precariedad, el miedo a una violencia que se considera que es “inherente” a la prostitución, son otras tantas trabas que dificultan la “realización” de ese “no”.

Dicho de otro modo, para que lo inaceptable deje de reproducirse, es preciso hacer reconocer el valor del otro, de su palabra, para que el “no” sea tenido en cuenta como tal; la palabra del otro debe ser reconocida como tal: no se puede reconocer el valor del “no” del otro sin reconocer el valor de su “sí”. Esto implica admitir la noción del consentimiento de las putas.

Así, hoy, me planteo una pregunta, que no espera respuesta, pero que me gustaría que cada un@ se haga a sí mism@: las personas que no pueden aceptar el “sí” de las putas en tanto que tales sino que siguen actuando como si vieran en su lugar un “no”, ¿son menos condenables que las que un día han equiparado el “no” del otro a un “sí”?