Rusia teme un ataque de la OTAN. Esta es la razón.

Mientras su delegado ucraniano enfrenta la derrota, el bloque liderado por Estados Unidos se vuelve cada vez más temerario. ¿A dónde nos llevará esta arrogancia?

Por Igor Istomin, jefe interino del Departamento de Análisis Aplicado de Problemas Internacionales de la Universidad MGIMO.

20 de junio de 2024

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La posibilidad de una guerra transeuropea está más cerca hoy que en cualquier otro momento desde mediados del siglo XX. Los analistas occidentales discuten varios escenarios de un posible conflicto, mientras que los funcionarios especulan abiertamente sobre su probabilidad e incluso discuten horizontes temporales específicos.

En un discurso reciente, el presidente ruso Vladimir Putin declaró que las acciones de los gobiernos occidentales habían llevado al mundo “a un punto sin retorno”. Al mismo tiempo, el debate interno en Rusia está dominado por la creencia de que Estados Unidos y sus aliados reconocen los riesgos catastróficos de una confrontación militar directa con Moscú y tratarán de evitarla por razones de autopreservación.

Tales juicios se basan en el supuesto de que Occidente, a pesar de su agresividad y arrogancia, se guía en sus políticas por un equilibrio racional de beneficios y costos basado en el equilibrio de poder existente. Sin embargo, la experiencia pasada no nos convence de que el bloque liderado por Estados Unidos sea capaz de seguir un rumbo equilibrado y calculado.

A lo largo de las décadas de 2000 y 2010, Occidente se vio envuelto repetidamente en aventuras militares de las que luego buscó dolorosamente una salida. Basta recordar los ejemplos de las intervenciones en Afganistán, Irak y Libia. Por supuesto, en todos estos casos los riesgos fueron significativamente menores que en el caso de una hipotética guerra con Rusia. Pero lo que estaba en juego también era significativamente menor.

Una admisión reciente del presidente estadounidense Joe Biden es reveladora: “Si alguna vez dejamos que Ucrania fracase, recuerden mis palabras, verán caer a Polonia y verán a todos estos países a lo largo de la frontera real de Rusia negociar por su cuenta”. Así, la vieja “teoría del dominó” está de nuevo en la mente de los estrategas occidentales.

La conciencia dividida de Occidente

El creciente resentimiento de los países occidentales hacia Rusia es coherente con la forma en que consideran los conflictos armados en términos de la lógica de la guerra preventiva. En lugar de vincular los enfrentamientos interestatales con el oportunismo agresivo, este modelo ve la escalada como producto de los temores sobre el futuro. La creencia de que su situación se deteriorará con el tiempo lleva a los Estados a tomar medidas cada vez más temerarias, que incluyen el uso de la fuerza.

A lo largo de la historia, las grandes guerras generalmente han sido producto de esta lógica preventiva: el deseo de atacar antes de un debilitamiento esperado. Por ejemplo, el colapso del sistema de bloqueo continental llevó a Napoleón a atacar a Rusia. Los temores alemanes sobre las perspectivas de modernización del ejército ruso fueron el detonante de la Primera Guerra Mundial.

Una dinámica similar se puede observar hoy en la política de Occidente, que ha invertido recursos considerables para enfrentar a Rusia.

El hecho de que Moscú no acepte perder de ninguna manera, sino que, por el contrario, esté avanzando gradualmente hacia el logro de sus objetivos, sólo puede generar frustración por parte de Estados Unidos y sus aliados. Esto no conduce a la reconciliación, sino a la búsqueda de medios más eficaces para obstaculizar a Rusia.

Habiendo fracasado en sus planes de destruir la economía rusa con medidas restrictivas e infligir una derrota estratégica a Moscú a manos de Kiev, Occidente se está acercando cada vez más al borde de una confrontación militar directa. Al mismo tiempo, se está volviendo cada vez más insensible a las posibles consecuencias de tal escenario. Al igual que los jugadores de casino, Estados Unidos y sus aliados están aumentando los envites con cada apuesta sucesiva.

El creciente aventurerismo es claramente visible en el debate sobre el despliegue de tropas occidentales en Ucrania. Además, no sólo los histéricos líderes de Europa occidental, sino también generales estadounidenses aparentemente más responsables han comenzado a hablar sobre el tema. Por ejemplo, el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Charles Brown, ha llegado a la conclusión de que el despliegue de tropas de la OTAN en el país es inevitable.

La disposición de Occidente a asumir riesgos se ve reforzada por su visión contradictoria, si no esquizofrénica, de Rusia. Las figuras públicas nunca se cansan de afirmar que el potencial de Moscú fue muy sobreestimado en el pasado y que la operación en Ucrania lo ha debilitado aún más. Al mismo tiempo, sin ser conscientes de la disonancia, justifican el fortalecimiento de sus propias fuerzas armadas basándose en una creciente amenaza rusa. Un escritor irlandés etiquetó una vez este tipo de pensamiento como “rusofrenia”.

La inconsistencia también es evidente en la descripción de Rusia como un insaciable intento expansionista de invadir a sus vecinos, combinada con la creencia en su reverencia por el Artículo 5 del Tratado de Washington, que garantiza que los miembros de la OTAN se brindarán asistencia mutua en caso de un ataque a uno de ellos.

La presentación de Rusia como un “tigre de papel” –un actor agresivo pero débil– sienta las bases para escaladas preventivas destinadas a revertir las tendencias de confrontación desfavorables para Occidente. Y pueden realizarse no sólo en Ucrania.

La idea de restringir el acceso de Moscú al Mar Báltico, ignorando la inevitable respuesta a las amenazas a Kaliningrado, es prueba de ello y se introduce periódicamente en los debates occidentales.

¿Quo Vadis?

Hasta ahora, los políticos occidentales no han expresado explícitamente la idea de un ataque armado contra Rusia. Actualmente se habla de aumentar las apuestas con la expectativa de que Moscú no se atreva a responder. Además, se sigue expresando la tesis de que la OTAN y sus Estados miembros no quieren una confrontación militar directa. Estas garantías no eliminan dos tipos de peligro.

En primer lugar, Occidente puede jugar con la fiabilidad de la disuasión nuclear y crear tal provocación que Moscú se vea obligado a defender sus intereses vitales con todos los medios disponibles. Las amenazas antes mencionadas de cerrar el Mar Báltico prometen precisamente ese coqueteo.

En segundo lugar, la tendencia establecida de un creciente aventurerismo ofrece la perspectiva de nuevos cambios de política por parte de Estados Unidos y sus aliados. La lógica de la confrontación tiende a aumentar los riesgos, sobre todo por la acumulación de costos ya incurridos. En consecuencia, los medios disponibles empiezan a dictar los objetivos perseguidos.

Otro factor que aumenta el riesgo de confrontación es la naturaleza colectiva de Occidente. Los debates internos tienden a enfatizar la naturaleza desigual de las relaciones en la OTAN debido al claro dominio de Washington. Mientras tanto, es el estatus de vasallaje de los Estados europeos lo que aumenta su interés en una escalada.

La perspectiva de que Washington, preocupado por competir con China, pierda interés en ellos y vuelva a centrarse en los asuntos asiáticos es un temor constante de sus aliados transatlánticos. La encarnación de este pavor es la figura de Donald Trump, pero en las capitales europeas se teme que este escenario se produzca independientemente de la personalidad de cada líder.

Los aliados de Estados Unidos creen que el tiempo juega en su contra. En consecuencia, la confrontación con Rusia adquiere una función instrumental, ayudando a justificar el mantenimiento de la atención de Washington en la agenda europea. El debate en el Congreso estadounidense sobre la financiación de Kiev a principios de 2024 ya se ha convertido en una llamada de atención, demostrando que Estados Unidos está inmerso en sus propios asuntos.

Guiados por la lógica de la anticipación, los miembros europeos de la OTAN pueden concluir que provocar un choque ahora, mientras Estados Unidos sigue involucrado en el conflicto en Ucrania y conteniendo a Rusia, es preferible a la perspectiva de soportar solos la carga de enfrentar a Moscú en el futuro, un escenario que no descartan.

No sorprende que las propuestas más irresponsables y radicales –como enviar tropas a Ucrania o extender las garantías de la OTAN al territorio controlado por Kiev– provengan de políticos de Europa occidental. La dinámica interna dentro de Occidente fomenta la competencia por el estatus del luchador más intransigente contra Rusia.

De los planes a la práctica

En la práctica, los miembros de la OTAN se están preparando activamente para una confrontación militar con Moscú. El nuevo modelo de fuerza del bloque, aprobado en la Cumbre de Madrid de 2022, y los planes regionales elaborados sobre su base, prevén el despliegue de una fuerza significativa de 300.000 soldados en un plazo de 30 días, además de los que ya están estacionados en las fronteras de Rusia.

Esto se basa en el desarrollo activo y la modernización de los contingentes de los países de Europa Central y Oriental. Polonia, que reivindica el mismo estatus de bastión principal de la OTAN que disfrutó la Bundeswehr en la segunda mitad del siglo XX, es particularmente digna de mención a este respecto. El aumento a 300.000 soldados tiene como objetivo convertir a sus fuerzas armadas en el ejército terrestre más grande del bloque entre los Estados miembros europeos.

Los miembros de la OTAN están practicando abiertamente escenarios de combate en posibles teatros de operaciones en Europa del Este y del Norte. Se está poniendo mucho énfasis en aprender lecciones de la lucha armada en Ucrania. Con este fin, se está creando un centro especial en Bydgoszcz, Polonia, para garantizar un intercambio regular de experiencias entre el personal militar occidental y el ucraniano.

El eslabón débil del esfuerzo occidental ha sido durante mucho tiempo las capacidades limitadas de su industria militar. Sin embargo, los miembros de la OTAN están prestando cada vez más atención a superar este problema. Sería imprudente esperar que no puedan aumentar la producción con el tiempo, incluso aumentando los vínculos de las empresas de Europa occidental con el complejo militar-industrial estadounidense.

Al describir los resultados provisionales de los esfuerzos occidentales, los expertos del influyente Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington, concluyeron en un informe reciente que la OTAN está preparada para futuras guerras. Una conclusión tan contundente fue acompañada por la aclaración de que el bloque aún necesita trabajar para prepararse para una confrontación prolongada que podría conducir a un choque con Rusia.

Estas conclusiones contradictorias de los expertos están claramente dictadas por la conveniencia política: el deseo de confirmar la corrección del curso elegido para disuadir a Moscú, pero al mismo tiempo la necesidad de movilizar a los Estados miembros de la OTAN para aumentar aún más los esfuerzos en la esfera militar. Una vez más suben las apuestas.

Encontrar el ‘medio dorado’

En el caso de la cuestión planteada en el título, el análisis muestra que la respuesta probablemente sea positiva. Rusia enfrenta la difícil tarea de contener la escalada en un contexto de baja receptividad a las señales por parte de Occidente. Los intentos de transmitir la gravedad de la situación son descartados de plano o interpretados como manifestaciones de la agresividad rusa.

Ante tal adoctrinamiento, existe el peligro de que nosotros mismos caigamos en una exageración similar, tratando de obligar al enemigo a abandonar su línea aventurera con demostraciones de determinación aún más arriesgadas. Hasta ahora, los dirigentes rusos han logrado resistir estas tentaciones.

Sin duda, se debe responder a los intentos occidentales de aumentar las apuestas. Al mismo tiempo, tiene sentido centrar el daño en los propios Estados miembros de la OTAN, no sólo en sus delegados (la atención debería centrarse en los notorios “centros de decisión”). Las declaraciones sobre la posible transferencia de armas de largo alcance a adversarios de Estados Unidos y la visita de barcos rusos a Cuba son pasos lógicos en esta dirección.

Quizás la gama de respuestas también podría incluir el derribo de drones que realizan reconocimientos para Ucrania sobre el Mar Negro. Esto también permitiría una prohibición total de sus vuelos en las aguas adyacentes. La disuasión rusa también podría complementarse con maniobras en el Báltico, el Mediterráneo o el Atlántico Norte con otros Estados que se consideran adversarios de Occidente.

Las expectativas que se derivan del uso de la disuasión deben sopesarse con la experiencia histórica, que muestra que la respuesta a tales acciones es más a menudo endurecer al adversario que alentarlo a hacer concesiones. En particular, esto pone en duda la validez de las sugerencias que a veces se escuchan sobre ataques nucleares con fines de demostración. Es más probable que tales acciones tengan el efecto opuesto al previsto por sus autores, es decir, acercar la confrontación militar directa con la OTAN en lugar de alejarla.

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Este artículo fue publicado por primera vez por el Valdai Discussion Club; traducido y editado por el equipo de RT.

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