Hemos venido para vencer

Enviado el 5 de mayo de 2013 por Philipine Sex Workers Collective

http://sexworkerscollective.wordpress.com/2013/05/05/we-are-here-to-win/

Las trabajadoras sexuales siempre han sido tratadas con gran desdén en la sociedad filipina. Llamar a una mujer puta o a alguien hija o hijo de puta es quizás el insulto más grave que puedes hacer a un/a filipino/a. Esto se debe a la Iglesia Católica y a los cristianos fundamentalistas (los católicos suman el 88% de la población del país mientras que los grupos cristianos suman el 8%. El resto son musulmanes). Han hecho arraigar en las mentes de la gente la idea de que el sexo fuera del matrimonio es sucio e inmoral. Para la mayoría de los filipinos, por tanto, la prostitución es un asunto moral y aquellxs implicadxs en ella deben ser condenados. Esto nos ha llevado a nosotras, trabajadoras sexuales, a ser tratadas con estigma y discriminación.

Como trabajadoras sexuales, nos vemos forzadas a ocultar quiénes somos y lo que hacemos, por miedo a que, si somos descubiertas, nosotras y nuestras familias seamos sometidas al ridículo público. Los filipinos dan un gran valor a su reputación, que sólo puede ser validada por la aprobación de la comunidad. Sufrir vergüenza y perder el respeto de la gente podría dañar nuestro amor propio. Una reputación arruinada puede significar una vida arruinada.

Ser pobre en Filipinas —la mayor parte de las trabajadoras sexuales vienen de familias pobres— significa que toda tu vida tienes que aculturarte en la cultura del silencio, hasta que se convierte en un modo de vida. Aprendes a guardarte para ti misma tus propios puntos de vista sobre el mundo que te rodea. Independientemente de hasta qué punto creas que las cosas están mal, debes creer que están bien cuando el rico, tu amo, del que dependes para vivir, lo diga así. Los pobres pierden su voz en el proceso. El amo que controla sus vidas habla por ellos. La aculturación sigue hasta que llegan a creer que sus voces no importan y que sólo cuentan las voces de los poderosos.

La mayor parte de nosotras, trabajadoras sexuales, hemos pasado por este proceso de aculturación a lo largo de nuestras vidas. Hemos aprendido a aceptar que hablar y ser escuchado es un privilegio que no merecen los pobres y los débiles. No ayuda el que nos veamos forzadas a ocultar quiénes somos desde el momento en que la sociedad en que vivimos nos margina. Esto debería hacer fácil de comprender a cualquiera por qué no fue difícil para las feministas (abolicionistas) apropiarse de nuestras voces y comenzar a hablar por nosotras. La sociedad nos ha hecho invisibles, así que tener a mujeres poderosas hablando por nosotras fue una bendición, o eso creímos. No fue una bendición. Fue explotación. No estaban hablando por nosotras, estaban hablando por ellas mismas en nuestro nombre. Habían asumido el papel de los amos y otra vez sollozamos en silencio mientras ellas robaban nuestras voces. La mayor parte de los filipinos, los pobres y los débiles, cuando se enfrentan a una situación desesperada ante la que nada pueden hacer, emprenden casi siempre el camino del fatalismo. Dicen “déjalo a su suerte” (bahala na). Y “bahala na” fue nuestra respuesta.

Durante años, lo único que pudimos hacer fue estar ahí, con las bocas amordazadas, mientras veíamos a nuestras nuevas amas construir sus carreras hablando por otras mujeres desfavorecidas y “tontas” de su lista, mujeres de las que decían que no tenían capacidad para hablar por sí mismas. Nosotras somos las primeras de esa lista. Apenas podíamos entenderlas. Quizás nos desconciertan porque no hemos visto los pasillos de la universidad como todas ellas. Hablan llenas de orgullo de luchar por el derecho de las mujeres a la autodeterminación, pero está claro que no nos incluyen. Quizá por mujeres sólo entienden a ellas mismas. Tampoco comprendemos la arrogancia por la que se han ungido a sí mismas como nuestras salvadoras, como si ese fuera su destino manifiesto, incluso cuando está claro que no queremos que nos salven porque no hay razón para ello. Por el contrario, lo que queremos es salvarnos a nosotras mismas de ellas.

No sólo nos confunden. Nos intimidan. Hablan en jergas que no comprendemos. Adivinamos que es su manera de decirnos que ellas saben más y que, por tanto, lo único que tenemos que hacer nosotras es dejarlas que gobiernen nuestras vidas. Pero la verdad es que a nosotras nos traen sin cuidado el “patriarcado”, la “mercantilización” y todas esas palabras que escupen. Esos asuntos no nos llevan comida a la mesa ni pagan nuestros alquileres. Lo único que nos interesa es trabajar sin que nos molesten.

Crecimos con una sucesión de “amos” tomando el mando de nuestras vidas, vidas que en realidad nunca fueron realmente nuestras. Es hora que reclamemos que nos devuelvan nuestras vidas. Es hora de que encontremos nuestras voces porque sólo recuperando nuestras voces podremos decir que nuestras vidas son nuestras. No será fácil, pero es posible. Nos puede costar años volver a ser lo que realmente deberíamos ser, pero no tenemos miedo.

Debemos hacer llegar la noticia a nuestras autonombradas salvadoras/amas de que su tiempo ha terminado. No nos pueden quitar nuestros trabajos de la misma forma que nosotras no podemos quitarles su carreras, incluso si las han construído a nuestra costa. Bajo los pies de los caballos no es lugar para ningún ser humano. Y sí, cualquier cosa que sea lo que la sociedad o alguien piense de nosotras, somos seres humanos que merecen los mismos derechos que todos los demás. Nadie tiene que otorgarnos esos derechos. Somos nosotras quienes tenemos que exigirlos y vamos a hacerlo.

Nuestra supervivencia como trabajadoras sexuales ha estado siempre amenazada. Sabíamos que llegaría el momento en que tendríamos que defendernos a nosotras mismas. Nos preparamos para tal eventualidad. Ya basta. Nuestras diferentes organizaciones, WHORE (Women Hookers Organizing for their Rights and Empowerment), Daughters Deviant, y algunas organizaciones de trabajadores sexuales masculinos, han unido sus fuerzas. Sabemos que sólo podemos confiar en nuestra fuerza colectiva y, por tanto, nos hemos organizado en una alianza, la Philippine Sex Workers Collective (PSWC).

El Colectivo servirá como nuestro brazo militante. Su mandato es garantizar y defender nuestros derechos como trabajadorxs sexuales. Su primer y principal reto es el Proyecto de Ley Antiprostitución, copiado del modelo sueco, que se está deliberando ahora mismo en el Congreso Filipino. Queremos que muera este Proyecto de Ley. Para hacer campaña contra esta maldición de Proyecto de Ley, el Philippine Sex Workers Collective ha planeado nuestra propia acción en contra, la Campaña de la Gorra Roja (“Roja” que simboliza la lucha por los derechos de lxs trabajadorxs sexuales y “gorra” que simboliza el derecho de todxs lxs trabajadorxs sexuales a ser protegidxs de la discriminación, el estigma y la violencia). Es hora de decir al mundo que sólo las trabajadoras sexuales pueden hablar en nombre de las trabajadoras sexuales. Va a ser una ardua batalla contra la bien engrasada y bien experimentada maquinaria de lxs abolicionistas (las feministas, la iglesia y el gobierno). Pero es sobre nuestras vidas, la de las trabajadoras sexuales, no sobre las suyas, sobre las que están legislando. No lo permitiremos. Nos opondremos hasta el final. Hemos venido para quedarnos y hemos venido a vencer.

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