por Tamara Talesnik
20 de agosto de 2016
http://www.revistachocha.com/2016/08/20/putas-y-organizadas/
Charlamos con Georgina Orellano, la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, para informarnos sobre la situación actual de las trabajadoras sexuales en nuestro país
En la Central de Trabajadores Argentinos hay una concha gigante. En serio, una vagina, una bulba. Está hecha en telas de tonos rojos y fucsias. Tiene labios mayores, menores, un clítoris. No sabría especificar el diámetro, pero seguro es de, por lo menos, un metro de largo. Para llegar a ella hay que anunciarse en la entrada, atravesar el hall principal y deambular por unos pasillos bastante oscuros hasta llegar a una puerta pequeña. En ella un cartel hecho a mano prohíbe la entrada de abolicionistas. Detrás dos mujeres trabajan en sus escritorios rodeadas de flyers y carteles. La concha gigante parece velar por su labor, desde la pared, rojísima e inocultable. Esto es Ammar: Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas. Su secretaria general, Georgina Orellano, candidata a legisladora en 2015 por el frente Alternativa Buenos Aires, me recibe parada de frente al altar vaginal. Altísima y enfundada en un vestido rojo capta mi atención rápidamente y, después de pedir a sus compañeras que apaguen sus celulares para que yo pueda grabar la entrevista, empieza a hablar. Recién cuando la desgrabo me doy cuenta de que habla mucho y muy rápido. Aunque su tono de voz es suave, apenas le hago alguna pregunta desarrolla una idea como una flecha que sabe a donde va e interrumpirla es imposible. Igual que la concha gigante, Georgina es ineludible y las cosas que tiene para decir pueden incomodar a muchos.
Alexandra Sánchez / Prensa Ammar
Sentada en la oficina de la Asociación que define como su casa, narra cómo llegó a esta organización que nació a mediados de los 90’s con el objetivo de derogar el edicto policial por el que la policía se llevaba detenidas a trabajadoras sexuales entre 21 y 30 días, y que actualmente trabaja por el reconocimiento de sus derechos a través de la sanción de la Ley de trabajo sexual. Cuando Georgina comenzó a trabajar en la calle, conoció a las militantes de Ammar por su trabajo territorial en la zona, pero con la mirada puesta exclusivamente en ganar dinero no entendía la importancia de estar organizada con sus compañeras. Esto cambió cuando un cliente violento comenzó a moverse entre los vecinos para expulsarlas de la zona al negarse a seguir ofreciéndole sus servicios. Georgina decidió recurrir a la organización que actuó de inmediato. Después de que Ammar empapelara el barrio escrachando al agresor y amenazando con denunciarlo, él no volvió a molestarlas. Pero la efectividad de la asociación no fue la única causante del flechazo de Georgina con Ammar: “Lo que sentimos fue que había una organización en la cual, más allá de que nos respondía como nosotras queríamos, no teníamos que ir a explicar por qué trabajamos de esto. El primer impedimento que nos hacía no denunciar era el tema de la estigma y de la discriminación”. El sentimiento de pertenencia y contención se acrecentó cuando comenzó a participar en las actividades quincenales. “Cuando entrábamos y veíamos que nos recibían tan bien y que todo el mundo nos decía ‘¡Hola compañeras! Qué bueno que estén’ y que no había como esa mirada de desprecio y de no aceptarnos o eso de señalarnos con el dedo, nos hizo ver que había otros ámbitos en los que a nosotras se nos respetaba y que no todo era como nosotras nos imaginábamos que la sociedad pensaba de nosotras”, reflexiona. A diferencia de otros ámbitos de su vida, como la universidad o su familia, no sentía la necesidad de ocultarse por estar rodeada de mujeres atravesadas por las mismas problemáticas entre las que destaca las vinculadas a la falta de regulación laboral, la violencia policial e institucional, y el ocultamiento.
La intensificación de la militancia de Georgina en Ammar convirtió su “doble vida” en una misión imposible. Cuando en 2012, un periodista de Tiempo Argentino incluyó una foto suya en una nota sobre el proyecto de Ley, que su mamá se enterara de su oficio se volvió cuestión de tiempo. Estas mismas compañeras que la hicieron sentirse parte de un colectivo, la aconsejaron con sus propias experiencias de vida recomendándole ser ella misma la que le contara a su familia a qué se dedicaba. Cuando finalmente lo hizo y la reacción de su madre no fue tan dramática como esperaba, comenzó a percibir que desde las mismas trabajadoras sexuales había una “autodiscriminación” al ocultarlo.
La visibilidad de las trabajadoras sexuales está condicionada por los estereotipos forjados sobre su silenciamiento. “Una parte de que esté instalado ese imaginario social de la mujer que sufre, víctima, tiene que ver con que durante mucho tiempo han hablado otras personas por nosotras. Yo he leído un montón de libros donde hablaban situaciones de la mujer que ejerce la prostitución, pero siempre con una carga despectiva, peyorativa. Nunca la muestran como mujer sujeta a derechos. O se banaliza, o se victimiza. Nunca hay un punto intermedio. Creo que ese es el rol que viene a cumplir la organización. Poder retomar esas voces en primera persona”. Como todo estereotipo, construye un retrato homogéneo de una profesión ocultando los casos particulares de un colectivo diverso: “Nosotras nunca podemos hablar de una historia y creer que la historia mía puede ser representativa de todo el colectivo porque en realidad todas las mujeres venimos con una historia diferente, todas, no únicamente las trabajadoras sexuales. Todas somos diferentes, amamos diferente. Todas tenemos una historia diferente de por qué nos insertamos en el mercado sexual. Lo que después nos une es la lucha”. Alexandra Sánchez / Prensa Ammar
Al ahondar sobre esto, surge rápidamente la palabra “elegir” porque parecería ser la clave en el debate entre abolicionistas y reglamentaristas dentro del mismo movimiento feminista. El primero considera que no hay forma de que una mujer ejerza este oficio libremente, sino que está siendo cosificada y explotada sexualmente al hacerlo. Mientras que la otra “facción”, en la que podríamos ubicar a Ammar, considera que es un trabajo como cualquier otro que el Estado debe regular asegurándole a quienes lo ejerzan el cumplimiento de sus derechos laborales. “Por ahí los que trabajamos de la clase obrera no elegimos libremente. Estamos condicionados por el sistema capitalista que nos oprime, que nos explota y que nos cosifica una parte de nuestro cuerpo a todos por igual. Todo lo que se nos cuestiona a nosotras no se les cuestiona a los demás trabajos, a los hombres y mujeres, creo porque tiene que ver una parte pura y exclusivamente con la genitalidad. Con una mirada de sacralidad y de dignidad que tiene un sector del feminismo con la genitalidad de la mujer”, piensa al respecto Georgina, visibilizando no sólo el género de quienes ejercen el trabajo sexual, sino también la clase socioeconómica a la que la mayoría pertenece. Ejemplifica esto al comparar su oficio con el de las empleadas de casas particulares, cuyo trabajo está regulado desde 2013, pero que antes de eso sufrieron diversas clases de abusos. Igualmente los movimientos sindicales y feministas apoyaron el reconocimiento de sus derechos, mientras que frente a los reclamos de las trabajadoras sexuales la reacción de cierto sector es otra. La secretaria general de Ammar concluye sobre el tema: “Es el lugar en el que algunas siguen siéndole funcionales al patriarcado y ubicando la sexualidad de la mujer. ¿Por qué se preocupan tanto en la explotación de la genitalidad y no en que una operaria explote su espalda, o explote su mano?”.
Además de los debates teóricos interminables, las mujeres de Ammar están centradas en las problemáticas diarias de las trabajadoras sexuales. Por un lado, se encuentra la lucha por la regulación del trabajo sexual que implicaría el reconocimiento de derechos vinculados a la salud, la vivienda y la jubilación, entre otros, con el objetivo no sólo de mejorar la situación de precariedad laboral, sino de aportar al estado, en vez de a la caja chica de la policía. El otro tema que encabeza la agenda diaria de la organización es la criminalización de su profesión. A pesar de que el Estado argentino tiene una posición abolicionista, por la cual el trabajo sexual autónomo no está prohibido, al no estar reglamentado se genera un vacío legal en el cual cada provincia tiene su propia legislación. “En ese vacío legal terminamos trabajando en la clandestinidad y hoy por hoy todos los lugares donde se puede ejercer el trabajo sexual están criminalizados”, explica. Y profundiza al respecto: “Hay un montón de leyes que amparan para que las fuerzas policiales puedan seguir persiguiendo y deteniendo a nuestras compañeras. En 18 provincias siguen vigentes los artículos contravencionales o de faltas que penalizan el uso del espacio público para la oferta de servicios sexuales llevando detenida a nuestra compañera de 21 a 30 días. En 12 provincias están prohibidos los cabarets, las whiskerías, también las casas de citas, los clubes, los bares y todo lugar privado donde se comercialice o se llevasen adelante actos de prostitución. Es decir, que no hay ninguna forma, no le dejan ningún margen para que la compañera pueda trabajar puertas adentro”.
En el caso de la ciudad de Buenos Aires, sigue vigente el artículo 81 del Código Contravencional por el cual la policía puede multar a las trabajadoras sexuales en el espacio público, si se puede probar a través de la presencia de un testigo y del demandante de sus servicios que la mujer estaba ofreciendo sus servicios. Respaldándose en este artículo, la policía labra actas, muchas veces sin un testigo presente y por “portación de rostro”. Georgina además sostiene que, a nivel nacional, la actualización de la Ley de Trata en 2011 dio lugar a nuevos abusos policiales, a la criminalización de todo el mercado sexual y, en consecuencia, limitó la autonomía de las trabajadoras dando un resultado contraproducente en la lucha contra la trata. “Al quitar el consentimiento, hace que la Justicia y el sistema punitivo considere que todas somos víctimas. Le ha otorgado muchísimo más poder para que la policía pueda ingresar a nuestros domicilios particulares sin orden judicial”.
Al profundizar en las problemáticas diarias, Georgina vuelve a la escisión del movimiento feminista en torno al trabajo sexual: “creo que el movimiento de mujeres tiene que acompañar la lucha para la derogación de los artículos contravencionales para revisar cuáles son las consecuencias de los decretos provinciales porque todos esos se llevaron adelante como una política anti trata, pero nadie habla de qué pasó después”.
El debate sobre los significados del trabajo sexual y la ideología sobre la que se sostiene son tan relevantes como eternos, pero mientras tanto quienes lo ejercen siguen sufriendo no sólo el estigma y la discriminación, sino también precarización laboral y violencia institucional. Un primer paso para modificar la situación podría ser, principalmente desde los sectores políticos y teóricos, escuchar las voces que Ammar intenta poner en primer plano porque, en las propias palabras de Georgina Orellano, “tenemos que ver cuál es la situación y la problemática real de las mujeres”.