Las prostitutas y el machismo

Hay estudios que parecen demostrar que la penalización no acaba con la prostitución, sino que la invisibiliza

 

Por Rosa Montero  

8 de noviembre de 2015

http://elpais.com/elpais/2015/11/03/eps/1446554871_974966.html

 

Hace un par de semanas, el Colectivo Hetaira celebró una trepidante fiesta en Madrid para festejar sus 20 años de vida. Hetaira nació en 1995 de la mano de un grupo de mujeres feministas, algunas de ellas prostitutas, para defender los derechos de las trabajadoras sexuales. Estas heroicas guerreras llevan dos décadas luchando en una casi completa soledad contra los prejuicios más arraigados. Pocos grupos sociales sufren una discriminación tan absoluta como las prostitutas. De entrada, es un tema sobre el que todo el mundo se siente con derecho a opinar, pero no conceden ese mismo derecho a las propias trabajadoras sexuales. Nadie les pregunta lo que piensan, porque, con un puritanismo y una ignorancia feroces, la mayoría de los políticos y de los ciudadanos, tanto de derechas como de izquierdas, piensan que todas ellas son unas víctimas del proxenetismo a las que hay que rescatar de su triste sino, incluso en contra de su voluntad.

Eso, equiparar la prostitución a la trata, es la primera equivocación garrafal causada por los prejuicios. Un informe de la ONU de 2010 establece que en Europa sólo una de cada siete prostitutas es víctima de trata. Las demás ejercen su trabajo voluntariamente. Y aquí es cuando el puritanismo cacarea y añade: sí, pero no lo hacen libremente, se ven forzadas por la situación económica… Sí, claro, por supuesto. Como la mayoría de los trabajadores. La mayoría tiene empleos que no les gustan, muchos en jornadas abrumadoras, con un trato laboral humillante y por un sueldo de miseria. Comprendo perfectamente que haya mujeres adultas que prefieran vender sexo (que no su cuerpo: no es un mercado de esclavos ni de ganado) en un desempeño profesional que puede permitirles ganar más dinero en condiciones laborales menos embrutecedoras que, por ejemplo, limpiar oficinas de noche en una subcontrata por 400 euros al mes, sin nómina y teniendo que soportar el maltrato, la precariedad y el manoseo baboso del jefe del equipo. Y es la criminalización de la prostitución, como sucede con la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, lo que impide que las hetairas puedan ejercer su trabajo en condiciones óptimas, seguras y saludables.

La trata, claro, es un horror, y, como es natural, las prostitutas son las primeras interesadas en erradicarla. Pero la trata engorda con las prohibiciones. En 1999 los suecos promulgaron una ley que penalizaba la compra del sexo, es decir, perseguía al cliente pero no a la vendedora. En 2010 sacaron un informe triunfalista en el que aseguraban que esa medida casi había acabado con la trata y la prostitución. En realidad lo que se publicó en todo el mundo fue un resumen en inglés, no el informe entero, y resultaba muy convincente; incluso yo, que siempre he estado a favor de la legalización de la prostitución, porque me parece una medida obvia para proteger y dar poder a las mujeres que la ejercen, recogí esos resultados en un artículo. Pero luego empezaron a salir multitud de trabajos criticando el estudio. Entre ellos, uno estupendo de Ann Jordan, del Center for Human Rights and Humanitarian Law (Washington College of Law), que analiza punto por punto el informe completo: el texto sueco no demuestra ninguno de los datos que da y carece de una metodología mínimamente fiable. La Universidad de Lund (Suecia) investigó los efectos de la aplicación de la ley entre 2005 y 2010 y sus resultados son demoledores: la prostitución no bajó, sólo se expandió a otros territorios, y el riesgo de las trabajadoras sexuales a ser asaltadas y violadas aumentó significativamente.

La trata, claro, es un horror, y, como es natural, las prostitutas son las primeras interesadas en erradicarla. Pero la trata engorda con las prohibiciones

Hay muchas fuentes autorizadas, desde el informe GRETA del Consejo de Europa a trabajos hechos por las Naciones Unidas o el Parlamento Europeo, que parecen demostrar que la penalización no acaba con la prostitución, sino que la invisibiliza, y que además aumenta la vulnerabilidad de las trabajadoras y su dependencia de los proxenetas, ya que, al no poder haber una oferta abierta, necesitan más a los intermediarios. Lo cual ¡es tan obvio y tan lógico, a poco que se ponga uno a pensarlo! Pero la ceguera de los prejuicios impide ver lo más evidente. Sólo creemos lo que queremos creer, aunque haya mil datos que contradigan nuestro pensamiento fosilizado. El pasado 6 de octubre, las prostitutas del polígono de Villaverde (Madrid) presentaron la Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo (Afemtras): “Somos feministas porque luchamos por una sociedad en la que ninguna mujer, prostituta o no, sea discriminada”, dicen, con toda razón. Y, sin embargo, conozco a bastantes feministas que no aceptan el derecho de las prostitutas a hacerse cargo de su propia vida y su propio cuerpo. Que quieren salvar a las hetairas contra su propia voluntad. Para mí esto no es más que puro paternalismo, puro machismo.

@BrunaHusky

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Por qué el Estado no debe legislar sobre nuestros cuerpos. Breve argumentario

 

25, agosto, 2016 de Natalia Andújar

 

Por qué el Estado no debe legislar sobre nuestros cuerpos. Breve argumentario

 

weallcandoit

 

Este argumentario surge de la necesidad de disponer de una serie de ideas fuerza cuando nos tenemos que enfrentar diariamente a la presión mediática, política y social, cuyo objetivo es controlar nuestros cuerpos, a través de la aprobación de medidas legales prohibicionistas.

 

Por qué el Estado no debe legislar sobre nuestros cuerpos. Breve argumentario

  • Se trata de un debate importado de Francia. Francia es laica, España es aconfesional. La Constitución española reconoce teóricamente a todas las religiones en el espacio público y no hay ninguna religión de Estado.
  • No hay que entrar en el debate sobre el derecho a la libertad religiosa, sino derecho a la propia imagen. Ni aceptamos que las instituciones religiosas impongan su visión a las mujeres, ni tampoco las instituciones públicas españolas ni los medios de comunicación.
  • El debate del burkini es un falso debate. Lo que está en juego no es el bienestar o la liberación de las “pobres mujeres musulmanas” sino que lo que subyace es el modelo de sociedad que queremos y el papel que debe jugar la religión en ese modelo ideal. El Islam no es una religión sino una forma de vida. ¿Queremos una sociedad excluyente, en la que impere un monolitismo cultural o queremos una sociedad abierta, plural y respetuosa de la diversidad, entendida como una riqueza y no como un lastre? Para argumentar a favor o en contra siempre se utiliza la situación de las mujeres como paradigma de la violencia de las religiones. Las mujeres nos encontramos secuestradas en medio de una batalla ideológica en la que las fuerzas de poder que se oponen intentan controlar nuestros cuerpos. La realidad nos muestra que el modelo francés laicista excluyente ha fracasado.
  • Hay un desplazamiento ideológico progresivo: primero se prohíbe el hiyab en la escuela pública, luego el niqab y ahora se quiere prohibir el burkini en las playas. Ayer fue multada en Niza una mujer que estaba en la playa vestida y con hiyab, y que no se iba a bañar. El alcalde de Niza ha declarado que los signos ostensibles no son bienvenidos en la ciudad. La prohibición del derecho a la propia imagen se extiende y se normaliza. No podemos dejar que esto pase en España.
  • Cierto sector de las izquierdas y del feminismo oficial piensa que hay un dilema entre la lucha antiracista y la lucha antisexista. Esto no es cierto. Las mujeres están atravesadas por múltiples discriminaciones y violencias: de género, de clase, raza, religión etc. No podemos obviar la conexión que hay entre todas en detrimento de una sola.
  • La exigencia de prohibir el burkini no surge de la propia comunidad de mujeres musulmanas ni desde un posicionamiento consensuado de las feministas. Surge de las instituciones francesas, en un contexto de estado de emergencia en el que se están vulnerando derechos fundamentales de la sociedad civil. El burkini casi es lo de menos. Todos los informes europeos indican que se están vulnerando los DDHH.
  • Hay un problema terminológico-ideológico: el burkini no es el burka ni el hiyab, pero la raíz de este neologismo nos lleva a confusión y nos remite al imaginario de la mujer afgana encarcelada en un burka.
  • Hay que pensar siempre que salen estas noticias, en qué momento surgen y a quién beneficia. En el contexto actual está claro que estas medidas punitivas favorecen a la extrema derecha y a la derechización de todo el espectro político. Aquí las izquierdas plurales tienen mucho que decir si no quieren que la extrema derecha/derecha, instrumentalice las reivindicaciones típicas del feminismo (que las mujeres tengan el control de sus cuerpos).
  • Se trata de una cortina de humo. Mientras que los velos y burkinis se han convertido en el tema del verano, no denunciamos lo realmente preocupante: las políticas migratorias criminales de los Estados europeos, el Brexit, la constante vulneración de los derechos humanos, el desmantelamiento del Estado de bienestar, las políticas capitalistas salvajes, la crisis de valores en Europa, etc. Pero a las musulmanas solo las llaman en los medios de comunicación para que hablen de su vestimenta.
  • Otra cuestión importante es si queremos que las instituciones públicas tengan competencias para decidir cómo deben vestir las mujeres y la población civil en general. Argumentos que se utilizan para legislar:
    1. Se alude al tema de la seguridad. Este argumento no se tiene en pie: ¿no es seguro un traje de neopreno de un winsurfista? ¿Y los nadadores profesionales, y los niños con alergias? ¿Y las personas que son intolerantes al sol?
    2. Los signos religiosos no son bienvenidos en el espacio público. Entonces en España habría que prohibir todos los signos religiosos: las cruces, las sotanas, etc.
    3. Otro argumento: es un símbolo de la opresión de las mujeres. Sorprende que desde cierto sector del feminismo se tenga una mirada esencialista de las prendas (igual que los sectores más reaccionarios del Islam), esto es, que no se tenga en cuenta el contexto histórico, geográfico. Como feministas, la mirada debe ser laica.
    4. Otro argumento: No es una vestimenta de “aquí”. Esto, por supuesto, no puede ser motivo para legislar en contra de un determinado tipo de vestimenta. Jurídicamente no se tiene en pie.

 

Putas y organizadas

por Tamara Talesnik

 

20 de agosto de 2016

 

http://www.revistachocha.com/2016/08/20/putas-y-organizadas/

 

 

Charlamos con Georgina Orellano, la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, para informarnos sobre la situación actual de las trabajadoras sexuales en nuestro país

En la Central de Trabajadores Argentinos hay una concha gigante. En serio, una vagina, una bulba. Está hecha en telas de tonos rojos y fucsias. Tiene labios mayores, menores, un clítoris. No sabría especificar el diámetro, pero seguro es de, por lo menos, un metro de largo. Para llegar a ella hay que anunciarse en la entrada, atravesar el hall principal y deambular por unos pasillos bastante oscuros hasta llegar a una puerta pequeña. En ella un cartel hecho a mano prohíbe la entrada de abolicionistas. Detrás dos mujeres trabajan en sus escritorios rodeadas de flyers y carteles. La concha gigante parece velar por su labor, desde la pared, rojísima e inocultable. Esto es Ammar: Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas. Su secretaria general, Georgina Orellano, candidata a legisladora en 2015 por el frente Alternativa Buenos Aires, me recibe parada de frente al altar vaginal. Altísima y enfundada en un vestido rojo capta mi atención rápidamente y, después de pedir a sus compañeras que apaguen sus celulares para que yo pueda grabar la entrevista, empieza a hablar. Recién cuando la desgrabo me doy cuenta de que habla mucho y muy rápido. Aunque su tono de voz es suave, apenas le hago alguna pregunta desarrolla una idea como una flecha que sabe a donde va e interrumpirla es imposible. Igual que la concha gigante, Georgina es ineludible y las cosas que tiene para decir pueden incomodar a muchos.

Alexandra Sánchez / Prensa Ammar

Alexandra Sánchez / Prensa Ammar

Sentada en la oficina de la Asociación que define como su casa, narra cómo llegó a esta organización que nació a mediados de los 90’s con el objetivo de derogar el edicto policial por el que la policía se llevaba detenidas a trabajadoras sexuales entre 21 y 30 días, y que actualmente trabaja por el reconocimiento de sus derechos a través de la sanción de la Ley de trabajo sexual. Cuando Georgina comenzó a trabajar en la calle, conoció a las militantes de Ammar por su trabajo territorial en la zona, pero con la mirada puesta exclusivamente en ganar dinero no entendía la importancia de estar organizada con sus compañeras. Esto cambió cuando un cliente violento comenzó a moverse entre los vecinos para expulsarlas de la zona al negarse a seguir ofreciéndole sus servicios. Georgina decidió recurrir a la organización que actuó de inmediato. Después de que Ammar empapelara el barrio escrachando al agresor y amenazando con denunciarlo, él no volvió a molestarlas. Pero la efectividad de la asociación no fue la única causante del flechazo de Georgina con Ammar: “Lo que sentimos fue que había una organización en la cual, más allá de que nos respondía como nosotras queríamos, no teníamos que ir a explicar por qué trabajamos de esto. El primer impedimento que nos hacía no denunciar era el tema de la estigma y de la discriminación”. El sentimiento de pertenencia y contención se acrecentó cuando comenzó a participar en las actividades quincenales. “Cuando entrábamos y veíamos que nos recibían tan bien y que todo el mundo nos decía ‘¡Hola compañeras! Qué bueno que estén’ y que no había como esa mirada de desprecio y de no aceptarnos o eso de señalarnos con el dedo, nos hizo ver que había otros ámbitos en los que a nosotras se nos respetaba y que no todo era como nosotras nos imaginábamos que la sociedad pensaba de nosotras”, reflexiona. A diferencia de otros ámbitos de su vida, como la universidad o su familia, no sentía la necesidad de ocultarse por estar rodeada de mujeres atravesadas por las mismas problemáticas entre las que destaca las vinculadas a la falta de regulación laboral, la violencia policial e institucional, y el ocultamiento.

La intensificación de la militancia de Georgina en Ammar convirtió su “doble vida” en una misión imposible. Cuando en 2012, un periodista de Tiempo Argentino incluyó una foto suya en una nota sobre el proyecto de Ley, que su mamá se enterara de su oficio se volvió cuestión de tiempo. Estas mismas compañeras que la hicieron sentirse parte de un colectivo, la aconsejaron con sus propias experiencias de vida recomendándole ser ella misma la que le contara a su familia a qué se dedicaba. Cuando finalmente lo hizo y la reacción de su madre no fue tan dramática como esperaba, comenzó a percibir que desde las mismas trabajadoras sexuales había una “autodiscriminación” al ocultarlo.

La visibilidad de las trabajadoras sexuales está condicionada por los estereotipos forjados sobre su silenciamiento. “Una parte de que esté instalado ese imaginario social de la mujer que sufre, víctima, tiene que ver con que durante mucho tiempo han hablado otras personas por nosotras. Yo he leído un montón de libros donde hablaban situaciones de la mujer que ejerce la prostitución, pero siempre con una carga despectiva, peyorativa. Nunca la muestran como mujer sujeta a derechos. O se banaliza, o se victimiza. Nunca hay un punto intermedio. Creo que ese es el rol que viene a cumplir la organización. Poder retomar esas voces en primera persona”. Como todo estereotipo, construye un retrato homogéneo de una profesión ocultando los casos particulares de un colectivo diverso: “Nosotras nunca podemos hablar de una historia y creer que la historia mía puede ser representativa de todo el colectivo porque en realidad todas las mujeres venimos con una historia diferente, todas, no únicamente las trabajadoras sexuales. Todas somos diferentes, amamos diferente. Todas tenemos una historia diferente de por qué nos insertamos en el mercado sexual. Lo que después nos une es la lucha”. Alexandra Sánchez / Prensa Ammar

Al ahondar sobre esto, surge rápidamente la palabra “elegir” porque parecería ser la clave en el debate entre abolicionistas y reglamentaristas dentro del mismo movimiento feminista. El primero considera que no hay forma de que una mujer ejerza este oficio libremente, sino que está siendo cosificada y explotada sexualmente al hacerlo. Mientras que la otra “facción”, en la que podríamos ubicar a Ammar, considera que es un trabajo como cualquier otro que el Estado debe regular asegurándole a quienes lo ejerzan el cumplimiento de sus derechos laborales. “Por ahí los que trabajamos de la clase obrera no elegimos libremente. Estamos condicionados por el sistema capitalista que nos oprime, que nos explota y que nos cosifica una parte de nuestro cuerpo a todos por igual. Todo lo que se nos cuestiona a nosotras no se les cuestiona a los demás trabajos, a los hombres y mujeres, creo porque tiene que ver una parte pura y exclusivamente con la genitalidad. Con una mirada de sacralidad y de dignidad que tiene un sector del feminismo con la genitalidad de la mujer”, piensa al respecto Georgina, visibilizando no sólo el género de quienes ejercen el trabajo sexual, sino también la clase socioeconómica a la que la mayoría pertenece. Ejemplifica esto al comparar su oficio con el de las empleadas de casas particulares, cuyo trabajo está regulado desde 2013, pero que antes de eso sufrieron diversas clases de abusos. Igualmente los movimientos sindicales y feministas apoyaron el reconocimiento de sus derechos, mientras que frente a los reclamos de las trabajadoras sexuales la reacción de cierto sector es otra. La secretaria general de Ammar concluye sobre el tema: “Es el lugar en el que algunas siguen siéndole funcionales al patriarcado y ubicando la sexualidad de la mujer. ¿Por qué se preocupan tanto en la explotación de la genitalidad y no en que una operaria explote su espalda, o explote su mano?”.

Además de los debates teóricos interminables, las mujeres de Ammar están centradas en las problemáticas diarias de las trabajadoras sexuales. Por un lado, se encuentra la lucha por la regulación del trabajo sexual que implicaría el reconocimiento de derechos vinculados a la salud, la vivienda y la jubilación, entre otros, con el objetivo no sólo de mejorar la situación de precariedad laboral, sino de aportar al estado, en vez de a la caja chica de la policía. El otro tema que encabeza la agenda diaria de la organización es la criminalización de su profesión. A pesar de que el Estado argentino tiene una posición abolicionista, por la cual el trabajo sexual autónomo no está prohibido, al no estar reglamentado se genera un vacío legal en el cual cada provincia tiene su propia legislación. “En ese vacío legal terminamos trabajando en la clandestinidad y hoy por hoy todos los lugares donde se puede ejercer el trabajo sexual están criminalizados”, explica. Y profundiza al respecto: “Hay un montón de leyes que amparan para que las fuerzas policiales puedan seguir persiguiendo y deteniendo a nuestras compañeras. En 18 provincias siguen vigentes los artículos contravencionales o de faltas que penalizan el uso del espacio público para la oferta de servicios sexuales llevando detenida a nuestra compañera de 21 a 30 días. En 12 provincias están prohibidos los cabarets, las whiskerías, también las casas de citas, los clubes, los bares y todo lugar privado donde se comercialice o se llevasen adelante actos de prostitución. Es decir, que no hay ninguna forma, no le dejan ningún margen para que la compañera pueda trabajar puertas adentro”.

En el caso de la ciudad de Buenos Aires, sigue vigente el artículo 81 del Código Contravencional por el cual la policía puede multar a las trabajadoras sexuales en el espacio público, si se puede probar a través de la presencia de un testigo y del demandante de sus servicios que la mujer estaba ofreciendo sus servicios. Respaldándose en este artículo, la policía labra actas, muchas veces sin un testigo presente y por “portación de rostro”. Georgina además sostiene que, a nivel nacional, la actualización de la Ley de Trata en 2011 dio lugar a nuevos abusos policiales, a la criminalización de todo el mercado sexual y, en consecuencia, limitó la autonomía de las trabajadoras dando un resultado contraproducente en la lucha contra la trata. “Al quitar el consentimiento, hace que la Justicia y el sistema punitivo considere que todas somos víctimas. Le ha otorgado muchísimo más poder para que la policía pueda ingresar a nuestros domicilios particulares sin orden judicial”.

Al profundizar en las problemáticas diarias, Georgina vuelve a la escisión del movimiento feminista en torno al trabajo sexual: “creo que el movimiento de mujeres tiene que acompañar la lucha para la derogación de los artículos contravencionales para revisar cuáles son las consecuencias de los decretos provinciales porque todos esos se llevaron adelante como una política anti trata, pero nadie habla de qué pasó después”.

El debate sobre los significados del trabajo sexual y la ideología sobre la que se sostiene son tan relevantes como eternos, pero mientras tanto quienes lo ejercen siguen sufriendo no sólo el estigma y la discriminación, sino también precarización laboral y violencia institucional. Un primer paso para modificar la situación podría ser, principalmente desde los sectores políticos y teóricos, escuchar las voces que Ammar intenta poner en primer plano porque, en las propias palabras de Georgina Orellano, “tenemos que ver cuál es la situación y la problemática real de las mujeres”.