Abolicionismo

Por Jo Doezema

ENCYCLOPEDIA OF PROSTITUTION AND SEX WORK, pp. 4-7

http://www.encyclopediaofprostitution.com/

Abolicionismo es un término que se refiere a un determinado enfoque ideológico y legal de la prostitución. Este enfoque tiene sus raíces en el feminismo del siglo diecinueve y es todavía una fuerza poderosa en la política contemporánea respecto a la prostitución. “Abolicionismo” fue un término sacado de las campañas contra el comercio de esclavos. Sin embargo, “abolicionismo”, cuando se usó en relación a la prostitución, no se refería a la abolición de la prostitución, sino a la de ciertas leyes en vigor en Inglaterra y Gales hacia 1860. Estas leyes eran conocidas como las Contagious Diseases Acts (Leyes de Enfermedades Contagiosas). Bajo estas leyes, cualquier mujer sospechosa de prostitución podía ser detenida por la policía y forzada a pasar por un examen médico. Las Contagious Diseases Acts eran un ejemplo del enfoque de la prostitución conocido como “regulacionismo”, un sistema inspirado por la medicina cuya intención era controlar la diseminación de las enfermedades venéreas, particularmente de la sífilis, mediante el registro y el examen médico de las prostitutas. Adecuando argumentos científicos racionales a la reprobación moral, los “regulacionistas” argumentaban que la regulación estatal era la única manera de controlar las enfermedades venéreas. Las mujeres “inocentes” y las chicas necesitaban ser protegidas de la inmoralidad; sin embargo, una vez caídas, era la sociedad la que necesitaba ser protegida de la mujer inmoral. El mejor modo de proteger a la sociedad, argumentaban los regulacionistas, era el registro y el control médico de las prostitutas. Francia fue la pionera europea de los sistemas regulacionistas.

De este modo, el abolicionismo surgió como un movimiento contra la regulación estatal de la prostitución. La dirigente del movimiento abolicionista fue Josephine Butler, una apasionada oradora pública y prolífica escritora. Butler y otros abolicionistas argumentaban que los hombres eran los responsables de la prostitución, cargando la culpa de la prostitución directamente sobre la espalda de la lujuria masculina desatada. De ninguna mujer se podría decir que consentía verdaderamente con la prostitución. Las activistas abolicionistas feministas fueron capaces de construir una amplia coalición de grupos sociales, incluyendo organizaciones de trabajadores y organizaciones religiosas. Se les unió también el pujante movimiento de “pureza social”, cuyas nociones de castidad sexual eran más represivas y amplias que la agenda original de Butler. Cuando las Contagious Diseases Acts fueron derogadas en 1886, Butler y sus seguidores volvieron su atención a la lucha contra la “trata de blancas”. En la visión abolicionista, la prostitución y la trata de blancas se extinguirían si las leyes se dirigieran contra los que ganaban dinero de las prostitutas, en lugar de contra la misma prostituta. Al final, la campaña abolicionista fue eclipsada por la campaña por la pureza social, ya que el tema emotivo de la trata de blancas consiguió incitar la preocupación pública hasta un grado febril.

En otros países europeos y también en los Estados Unidos, las feministas comenzaron a implicarse en la lucha por abolir la prostitución y la trata de blancas. Como en Inglaterra, estas campañas fueron cada vez más dominadas por moralistas represores, ya que se forjaron alianzas con organizaciones religiosas y de puridad social. La relación de los reformadores de la pureza con la prostituta misma era ambigua: aunque profesaban simpatía por las inocentes perdidas sacrificadas por la trata de blancas, juzgaban severamente a las chicas y mujeres cuya conducta inmodesta las llevaba a una vida de vergüenza. Casi todos los reformadores de la pureza abrazaban un enfoque de la prostitución que ha sido denominado “prohibicionista”. Particularmente en los Estados Unidos, los reformadores de la pureza tuvieron mucho éxito en instaurar sistemas prohibicionistas. Los sistemas prohibicionistas de regulación de la prostitución hacen el acto en sí de la prostitución ilegal y, de esta manera, las mismas prostitutas son detenidas. Todos estos enfoques de la prostitución: regulación, abolición y prohibición, están vigentes hoy día en varios sistemas legales. La mayor parte de los sistemas existentes contienen elementos de los tres enfoques. Los sistemas legales que se ajustan más a un enfoque abolicionista intentan terminar con la prostitución penalizando a los que parece que se aprovechan de ella, tales como los propietarios de burdeles o los que ofrecen espacio para los anuncios de negocios de prostitución. En años recientes, esta lista ha crecido para incluir a los clientes de las trabajadoras sexuales en países como Suecia. Aunque la prostitución en sí no es ilegal en los sistemas abolicionistas, en la práctica son las trabajadoras sexuales las que a menudo están en el punto de mira de las leyes abolicionistas. Por ejemplo, las leyes abolicionistas prohiben a las prostitutas trabajar juntas, bloquean los intentos de las prostitutas de constituir sindicatos (considerados como “promoción de la prostitución” ilegal) y las apartan de compensaciones legales en caso de violaciones de sus derechos laborales, civiles y humanos. El abolicionismo es todavía una potente filosofía entre las feministas contemporáneas, tanto en el Occidente como en los países en desarrollo. La organización más fuerte del abolicionismo internacional es la Coalition Against Trafficking in Women (CATW). Como sus antecesoras, las feministas “neoabolicionistas” contemporáneas niegan que la prostitución pueda ser considerada una auténtica elección o un legítimo acto de la voluntad. Ya que toda prostitución es inherentemente violencia contra las mujeres, argumentan, no es posible un auténtico consentimiento. Por tanto, para las feministas neoabolicionistas todas las prostitutas son víctimas. La prostitución masculina y los trabajadores sexuales transexuales no ocupan un puesto relevante en la agenda feminista neoabolicionista, ya que no se ajustan al análisis neoabolicionista de la prostitución como un sistema de violencia sexual masculina perpetrada contra las mujeres.

El movimiento contemporáneo en defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales ha debido afrontar una intensa oposición por parte de las feministas neoabolicionistas. En particular, las feministas neoabolicionistas se oponen a la idea, promovida por los activistas en defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales, de que la prostitución y otras formas de trabajo sexual sea un auténtico trabajo. Las feministas neoabolicionistas rechazan el término “trabajo sexual”, prefiriendo el término “mujeres prostituídas”. Los grupos defensores de los derechos de lxs trabajadorxs sexuales piden el reconocimiento de sus derechos humanos y civiles, incluyendo la aplicación de las leyes laborales en sus lugares de trabajo. Las feministas neoabolicionistas están por la penalización de las terceras partes, tales como los propietarios de burdeles y los clientes. No defienden la penalización de las trabajadoras sexuales, pero hacen activismo por su rescate y rehabilitación. De forma confusa, a ambas actitudes las denominan “despenalización”.

Como sus predecesoras del siglo diecinueve, las feministas abolicionistas contemporáneas tienen una relación ambigua con las prostitutas y otras trabajadoras sexuales. Por un lado, las “mujeres prostituídas” que están de acuerdo con el análisis abolicionista feminista de su situación son aceptadas y ayudadas. Por ejemplo, el grupo WHISPER (Women Hurt in Systems of Prostitution Engaged in Revolt), compuesto por antiguas prostitutas que hacen campaña por la erradicación de la prostitución, tiene unas buenas relaciones de trabajo con CATW. Por otro lado, están las trabajadoras sexuales que, en todo el mundo, se hacen oír y, a menudo, son políticamente activas, que hacen campaña para que se acepte el trabajo sexual como un trabajo legítimo. Estos trabajadores sexuales —hombres, mujeres y transexuales— constituyen un enigma para las neoabolicionistas.

La incapacidad para comprender la identidad de una trabajadora sexual por libre elección significa que las feministas neoabolicionistas perciben a los activistas que defienden los derechos de lxs trabajadorxs sexuales como aliados de “chulos” y “traficantes”. Las feministas neoabolicionistas argumentan que la noción “derechos de las trabajadoras sexuales” es simplemente una fachada para el gran negocio de la industria del sexo y han acusado a prominentes activistas defensores de los derechos de las trabajadoras sexuales de estar a sueldo de los jefes de la industria del sexo.

Como las abolicionistas feministas del siglo diecinueve, las feministas abolicionistas contemporáneas han conseguido reforzar su presencia política coaligándose en torno a la renovada preocupación internacional por el tema de la trata de mujeres. Muchos de estos compañeros de coalición son inverosímiles defensores de las causas feministas, e incluyen grupos conservadores religiosos y activistas antiaborto. Mediante estas coaliciones, las feministas neoabolicionistas han conseguido influir en la ley internacional y en las políticas de los gobiernos nacionales. Conservando el legado abolicionista, las feministas abolicionistas actuales hacen campaña contra la compra de servicios sexuales por los hombres o, como ellas lo llaman, la “demanda”. En Suecia, esto ha ocasionado la penalización de los clientes de las trabajadoras sexuales, una política nacional que las organizaciones de trabajadoras sexuales suecas dicen que las obliga a trabajar en condiciones clandestinas y peligrosas.

En respuesta a las preocupaciones globales por la trata, las abolicionistas feministas apoyan prácticas de “rescate” forzado de trabajadoras sexuales de los burdeles, en particular en los países en desarrollo. A estos “rescates” se han opuesto vigorosamente las organizaciones locales de trabajadoras sexuales, ya que las “víctimas” suelen ser arrestadas, deportadas y/o alojadas en “centros de rehabilitación” semejantes a cárceles.

En los Estados Unidos, en particular, la postura abolicionista ha tenido mucha influencia en las políticas exterior y doméstica. Por ejemplo, la U.S. Leadership against HIV/AIDS, Tuberculosis, and Malaria Act of 2003 (Ley de Liderazgo de los Estados Unidos contra el VIH/SIDA, tuberculosis y malaria, de 2003) prohibe el desembolso de fondos estadounidenses para el desarrollo a organizaciones que defiendan la idea de la prostitución como trabajo. Organizaciones internacionales de trabajadoras sexuales, como la Network of Sex Work Projects (NSWP), afirman que esta política tiene un gran potencial nocivo, ya que el VIH es una de las mayores amenazas para la salud de las trabajadoras sexuales en los países en desarrollo.

Más lecturas: Barry, Kathleen. The Prostitution of Sexuality: The Global Exploitation of Women. New York: New York University Press, 1995; Coalition Against Trafficking in Women (CATW) Web site http://www.catw.org; Crago, Anna Louise. “Unholy Alliance.” http://www.alternet.org; Ditmore, Melissa. “New U. S.Funding Policies on Trafficking Affect Sex Work and HIV-prevention Efforts World Wide.” SIECUS Report 33 (2005): 26-29; Doezema, Jo. “Ouch! Western Feminists’ ‘Wounded Attachment’ to the Third-World Prostitute.” Feminist Review 67 (2001): 16–38; Empower Foundation. Report by Empower Chiang Mai on the human rights violations women are subjected to when “rescued” by anti-trafficking groups.Network of Sex Work Projects. http://www.nswp.org; Shapiro, Nina. “The New Abolitionists.” Seattle Weekly, 24–31 August 2004; Walkowitz, Judith. Prostitution and Victorian Society: Women, Class, and the State.Cambridge: Cambridge University Press, 1980.