Por qué “trata de seres humanos” es un término peligroso
Thaddeus Russell en el número de Mayo de 2014 de reason
http://reason.com/archives/2014/04/22/sex-slaves-and-the-surveillanc
Su nombre, igual que el de casi todas las víctimas, es desconocido. No mayor de veinte años, tiene ojos grandes y tristes, larga y ondulante cabellera y pálida piel. Lleva un recatado vestido blanco, que sugiere que la vida que llevaba antes de verse en esa mazmorra era una vida de inocencia. MIra a través de los barrotes de su jaula y, ya que no puede salvarse por sí misma, implora rescate. Tras ella, un hombre con sombrero de bombín y mirada lasciva mira a su presa a través del humo de su cigarro. Ha pagado por violarla y ella no puede hacer nada por detenerle. Es una “esclava blanca”.
Esta chica no es más que un dibujo. Existió solo en una imagen que formó parte de una avalancha de afirmaciones hechas a comienzos del siglo veinte acerca de legiones de chicas y mujeres americanas blancas que eran retenidas contra su voluntad y forzadas a prostituirse. Miles de artículos de periódico, libros, sermones, discursos, obras de teatro y películas retrataron una vasta economía sumergida de raptores y proxenetas que ejercían un poder casi divino sobre jóvenes esclavas sexuales. Los historiadores están hoy en general de acuerdo en que aquellas descripciones eran invenciones en todo o en casi todo. Existe escasa evidencia verificable de mujeres americanas que hubieran sido raptadas y obligadas físicamente a practicar la prostitución, o de que la chica de la ilustración existiera alguna vez.
Esto no fue sólo una mera mitificación inofensiva. Las afirmaciones hechas por el movimiento contra la “trata de blancas” ayudaron a crear, expandir y reforzar los poderes de la policía en una serie de agencias gubernamentales. Desde el comienzo del pánico, esas agencias encarcelaron y esterilizaron a cientos de miles de mujeres que trabajaban como prostitutas, les quitaron los hijos, las obligaron a echarse a las calles y a establecer relaciones de dependencia con hombres criminales, e hicieron que sus trabajos estuvieran entre los más peligrosos del mundo.
Esas mismas agencias gubernamentales persiguieron también a hombres negros, judíos, latinos y asiáticos por el simple hecho de haber tenido relaciones íntimas con mujeres blancas; hicieron más estrictas las restricciones a la inmigración; establecieron precedentes de algunas de las peores violaciones gubernamentales de la privacidad y las libertades civiles de la historia de los Estados Unidos; y constituyeron la base del moderno Estado vigilante.
El movimiento contemporáneo contra la “trata de seres humanos”, también descrita como la “esclavitud moderna”, es sorprendentemente similar a la cruzada contra la trata de blancas de hace un siglo, tanto en su retórica como en sus implicaciones con la libertad individual y el poder del Estado.
En 1907, el gobierno federal lanzó su primera respuesta concertada al pánico de la trata de blancas cuando la Comisión de Inmigración de los Estados Unidos —conocida como la Comisión Dillingham por su presidente, el senador William P. Dillingham de Vermont— puso en marcha una investigación en doce ciudades sobre la “importación y alojamiento de mujeres con fines inmorales”. La comisión encontró a numerosas prostitutas de origen extranjero que practicaban voluntariamente su oficio, y encontraron también a algunas mujeres de las que los investigadores dijeron que estaban “prácticamente forzadas” a ejercer la prostitución mediante la violencia o amenazas de violencia, pero no encontraron a ninguna como la chica del dibujo.
Los investigadores admitieron también que “para guardarse de las creencias sensacionalistas que se están volviendo prevalentes, es mejor repetir que los agentes de esta comisión no han tenido conocimiento de que todas, ni siquiera la mayoría, de las mujeres y chicas extranjeras que practican la prostitución en los Estados Unidos… hubieran sido oblidadas o engañadas para hacer esa vida”. Sin embargo, el gobierno respondió a estos descubrimientos con una inmensa represión de las libertades de comercio, de movimiento y sexuales tanto de los ciudadanos americanos como de aquellos que deseaban vivir en los Estados Unidos.
Llevados por la suposición de que ninguna mujer mentalmente sana decidiría vender sexo de no mediar una coerción abrumadora, los activistas contra la trata de blancas amalgamaron la trata de blancas imaginaria con todas las formas de prostitución y sexualidad inmoral. Aunque nunca descubrieron una sola mujer que hubiera sido introducida contra su voluntad en el país para vender sexo, los funcionarios de inmigración recibieron instrucciones de frenar esta supuesta avalancha negando la entrada no solo a cualquier mujer de la que sospecharan que era una prostituta, sino también a cualquier mujer que hubiera tenido hijos o relaciones sexuales fuera del matrimonio.
Entre 1907 y 1911, a cerca de 80.000 mujeres de las que se sospechó que eran prostitutas o sexualmente inmorales se las prohibió entrar a los Estados Unidos. La Oficina de Inmigración comisionó también a agentes para trabajar de incógnito en salones, cafés y estaciones de tren donde se creía que trabajaban prostitutas, haciéndose pasar por agentes del censo y atrapando a prostitutas pidiéndolas relaciones en la calle.
Por lo general, las mujeres inmigrantes detenidas por prostitución eran deportadas. Según la historiadora de la Universidad del Estado de Texas Jessica R.Pliley, autora del libro de próxima aparición Policing Sexuality, para la Oficina de Inmigración “el problema de la trata de blancas era realmente un problema con la prostitución extranjera”. En 1909, la Oficina de Inmigración envió a su principal investigador de la trata de blancas, un hombre llamado Marcus Braun, a Europa para averiguar las causas del flujo de prostitutas extranjeras a Estados Unidos. Braun se quedó atónito al encontrar que en Londres, París, Berlín, Moscú y Bruselas, las prostitutas eran consideradas por las autoridades y la sociedad en general como trabajadoras asalariadas corrientes. Fue aún más sorprendido por las mismas prostitutas, que le dijeron que veían a los Estados Unidos sobre todo como un mercado lucrativo, ya que la moralidad americana limitaba el suministro de competidoras, haciendo así que subieran los precios de su trabajo. Braun concluyó de su investigación que —contrariamente a lo que decía la entonces dominante narrativa de la trata de blancas— no existía una organización internacional de raptores y proxenetas operando para “explotar a las mujeres inocentes y virtuosas”.
Sin embargo, en 1910 el congreso respondió a la incesante histeria aprobando la Ley de Trata de Blancas de los Estados Unidos, mejor conocida como la Ley Mann (por su autor, el congresista de Illinois James Robert Mann), que convirtió en delito transportar mujeres a través de las fronteras de los estados “con fines de prostitución o libertinaje, o con cualquier otro propósito inmoral”. Mann, como los principales defensores de la ley, era un republicano progresista incondicional que defendió la regulación de las líneas férreas, el sufragio de las mujeres y la Ley de Alimentos y Medicamentos Puros. Muchos segregacionistas demócratas del Sur, galvanizados por las historias de hombres negros que comerciaban con mujeres blancas y las compraban, se unieron a los progresistas en apoyo de la ley.
En poco tiempo, cuarenta y cinco estados aprobaron leyes contra la trata de blancas, que fueron usadas (junto con las leyes contra casas desordenadas) para cerrar la mayor parte de los barrios rojos del país, clausurar burdeles en los que las prostitutas gozaban normalmente de la protección de las madamas, y colocar a las trabajadoras sexuales en un circuíto entre asilos, reformatorios, cárceles y calles.
“Dadas estas condiciones” —escribe Ruth Rosen en The Lost Sisterhood (1983), la historia seminal del trabajo sexual en los Estados Unidos— “no es sorprendente que los proxenetas comenzaran a dominar la práctica de la prostitución”. Prohibido legalmente, el trabajo sexual fue transferido de la propiedad femenina al poder masculino. Aunque ciertamente fueron a veces explotadas en los burdeles, “madamas y prostitutas habían ejercido un poder considerable en sus relaciones con los clientes”, escribe Rosen. “Ahora las prostitutas se convirtieron en blancos fáciles tanto de proxenetas como del crimen organizado. En ambos casos, la violencia física sufrida por las prostitutas creció rápidamente”.
Entre las agencias gubernamentales reforzadas por la histeria de la trata de blancas estaba el Bureau of Investigation (BOI), que fue creado en 1008 en parte para investigar la importación y transporte entre estados de prostitutas. Con el mandato ampliado de la Ley Mann, el Bureau creció rápidamente, de unos 60 agentes a más de 350, abriendo una División de Trata de Blancas y operando en todas las principales ciudades del país en tan solo cinco años.
Durante este período, los casos de trata de blancas constituyeron cerca de la tercera parte del trabajo del Bureau. Cuando fue renombrado como Federal Bureau of Investigation (F.B.I.) en 1935, la agencia había investigado a decenas de miles de americanos por supuesta violación de la Ley Mann. Pliley ha encontrado que una parte considerable de estos casos se trataban no de vicio comercial, sino de relaciones entre hombres mayores y chicas, adulterios, quinceañeas promiscuas y parejas interraciales.
“El movimiento contra la trata de blancas constituyó un eslabón importante del activismo de la Era Progresista”, escribe Pliley, “que buscó purificar el dormitorio de la misma forma que los activistas buscaban limpiar la política, el mercado y las relaciones laborales”. Específicamente, la investigación hecha por el BOI de casos de inmoralidad sexual “sometió los antecedentes de americanos medios de todas las clases sociales al escrutinio del Bureau”.
El caso más famoso de la Ley Mann fue el proceso del campeón de boxeo de pesos pesados negro Jack Johnson, cuyas impúdicas relaciones con mujeres blancas atrajo la ira de los agentes del BOI y del fiscal general de Illinois. Johnson fue declarado culpable de transportar a una prostituta, con la que había estado teniendo relaciones, a través de las fronteras del Estado, y fue sentenciado a un año de cárcel y una multa de 1.000 dólares.
Piles aduce que el moderno FBI fue configurado a partir del trabajo de su División de Trata de Blancas, que “transformó el BOI en una auténtica agencia nacional”. La aplicación de la Ley Mann “justificó la petición por parte del Bureau al Congreso de más fondos y estableció su autoridad en la cultura popular”. Y lo más importante, las investigaciones de la trata de blancas “establecieron un modelo más agresivo para la aplicación de la ley federal que el que existía previamente, buscando tanto prevenir la infracción de la ley como investigar a ciudadanos corrientes, estableciendo por tanto importantes precedentes” de lo que llegó a ser el FBI.
Cuando J. Edgar Hoover asumió la dirección del BOI en 1924, hizo redoblar los esfuerzos del Bureau para controlar policialmente la “inmoralidad interestatal”, más allá del vicio comercial. A lo largo de los años veinte y treinta, el Bureau puso en marcha decenas de miles de investigaciones y logró más de 7.000 condenas por casos de bigamia, de adulterio, de relaciones con “mujeres o chicas previamente castas o muy jóvenes”, o relaciones entre mujeres blancas y hombres no blancos. Tales casos constituyeron la mayor parte del trabajo del Bureau durante ese período. Como señala Pliley, “el crecimiento del Estado norteamericano del siglo veinte se produjo en no pequeña medida mediante el control policial de los cuerpos de las mujeres”.
La histeria de la trata de blancas dio lugar también a uno de los usos más espantosos del poder estatal en la historia de los EE. UU. En varios estados, una condena por “trata de blancas” hacía a una mujer automáticamente elegible para la esterilización. Entre 1907 y 1950, unas 40.000 mujeres fueron esterilizadas a la fuerza, la mayor parte por prostitución o inmoralidad sexual.
Tras la Segunda Guerra Mundial, tanto el término “trata de blancas” como la vigilancia de la sexualidad inmoral perdieron su reputación, y los procesamientos por violaciones de la Ley Mann virtualmente cesaron. Pero en los primeros 2000 surgió una nueva causa que tenía un asombroso parecido con el pánico de los primeros 1900. Después de haber sido mencionada solo esporádicamente durante los noventa, la “trata de seres humanos” explotó en informativos y artículos académicos al comienzo de la era de George W. Bush.
Una búsqueda de Google Académico muestra sólo 50 resultados para el término en 1998, pero 161 resultados en 2000, 293 en 2001, 496 en 2002, 758 en 2003 y 1.100 en 2004. La cifra sigue creciendo hasta aproximadamente 6.000 en cada uno de los últimos tres años. El movimiento contra la trata de seres humanos, o “esclavitud moderna”, es ahora un fenómeno global que supera con creces el alcance de la causa contra la trata de blancas.
Veintisiete millones de personas, se nos dice desde las Naciones Unidas, decenas de ONGs, y el Departamento de Estado de los EE.UU., están sometidas a esclavitud en todo el mundo. Aunque hay un consenso académico general en que la mayor parte de las personas que son coaccionadas a emigrar y trabajar son trabajadores agrícolas y domésticos, la parte del león de la atención de la campaña contra la trata de seres humanos se centra en las trabajadoras sexuales.
Como ocurrió con la trata de blancas, no hay razón para creer que el número real de esclavos en el mundo se aproxime en absoluto a la cifra proclamada. El origen de esta cifra ha sido rastreado por una serie de académicos y periodistas, en particular Laura Agustin, Elizabeth Bernstein, Maggie McNeill, and Ronald Weitzer, y se ha hallado que está relacionado con el trabajo de un solo hombre, Kevin Bales, el fundador del grupo de presión Free the Slaves, que llegó a esa cifra mediante estimaciones, adivinaciones y una definición extensiva de “esclavitud”.
En otro paralelismo con lo que ocurrió hace un siglo, varios académicos han identificado una confluencia del discurso de la trata de seres humanos con peticiones de restricciones a la inmigración. El nuevo pánico ha hecho aparecer también nuevas agencias en los gobiernos municipales y estatales cuya misión de perseguir a los “tratantes” ha dado lugar a la persecución de un número mayor de mujeres que venden sexo por dinero voluntariamente. En Florida, la legislatura del estado está considerando una ley que permitiría la hospitalización psiquiátrica involuntaria de las “víctimas” de trata sexual.
En 2000, la Ley de Protección de Víctimas de Trata creó dentro del Departamento de Estado una Oficina para Monitorizar y Combatir la Trata de Personas, que promueve la cifra de los 27 millones de “esclavos” en su web y en su “objetivo de asistencia en el extranjero e implicación pública en la trata de personas”. Parte de esta asistencia en el extranjero ha llevado a programas en Asia en los que ONGs y gobiernos locales “rehabilitan” a trabajadoras sexuales detenidas obligándolas a trabajar en una fábrica.
La historia del primer pánico sexual de Estados Unidos debería hacernos pensar antes de embarcarnos en una nueva causa cuyos beneficios probablemente serán mínimos en el mejor de los casos pero que casi con toda certeza llevará a más mujeres a la cárcel y pondrá más policías en nuestras vidas.
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Thaddeus Russell enseña historia y estudios americanos en el Occidental College. Su libro más reciente es A Renegade History of the United States (Free Press).