ESTIGMA

http://harlotsparlour.com/2015/10/27/stigma/

EstigmaEl estigma daña a la trabajadora sexual individual y determina también la forma en que todas las trabajadoras sexuales son juzgadas por la sociedad. El estigma niega a las trabajadoras sexuales cualquier identidad individual reduciéndolas a caricaturas en la literatura y retratándolas en los medios populistas como criminales o pervertidas. El estigma justifica el odio a sí misma de la trabajadora sexual y determina leyes que la penalizan a ella y al trabajo sexual, legitimando el prejuicio y la injusticia, e infunden en la trabajadora sexual un sentimiento de inutilidad y alienación.

La verdad es que el trabajo sexual no es nocivo, no hace daño a nadie y no mata a nadie, y cualquier daño asociado al trabajo sexual es casi exclusivamente el resultado del estigma. Cuando las trabajadoras sexuales activistas argumentan a favor de la despenalización deben justificar ese argumento, no solo en términos de derechos laborales sino también como el primer paso para terminar con el daño que el estigma causa a las trabajadoras sexuales y también a la sociedad en términos mucho más amplios ya que el estigma determina no solo la opinión sobre el trabajo sexual, sino también cómo la sociedad entiende la diversidad y la experiencia sexuales humanas.

Cuando leo las historias de aquellas que se presentan como supervivientes del trabajo sexual y/o mujeres prostituídas (raramente hombres), reconozco y empatizo no con sus afirmaciones de que el trabajo sexual (que es el trabajo físico de tener sexo) ha causado daño, sino con la raramente reconocida verdad de que es el estigma el que realmente les ha hecho daño, a menudo dejando profundas cicatrices emocionales. Si, algunas personas también cuentan historias de chulos y clientes violentos, pero ya que la mayor parte de las que reclaman el estatus de superviviente están trabajando con organizaciones cuya intención es cargar de emoción el debate acerca de las trabajadoras sexuales a fin de criminalizar aún más el trabajo sexual, una no puede evitar un cierto escepticismo hacia alguna de esas afirmaciones. Eso no quiere decir que la violencia no exista en el trabajo sexual, sino más bien que no existen pruebas sustanciadas de que sea endémica o de que la violencia sea especialmente específica del trabajo sexual. Reconozco sin embargo que todas las trabajadoras sexuales, independientemente del lado de la valla en que se encuentren respecto a la penalización o despenalización e independientemente del género o de la orientación sexual, sufren los efectos del estigma y que los efectos del estigma pueden tener implicaciones a largo plazo.

El papel de la trabajadora sexual es ser una facilitadora de placer. Reconozco que el trabajo es mucho más complejo y más matizado que esto, pero esencialmente, ese es nuestro trabajo. Dar placer es por lo que se paga a una trabajadora sexual. Por lo que no son pagadas las trabajadoras sexuales es por el dolor mental que supone llevar una vida vivida (con demasiada frecuencia) en secreto, por el miedo constante de ser descubierta, juzgada y condenada por tener sexo con extraños a cambio de un pago. El daño psicológico, que es el castigo emocional que las inflige la sociedad por recibir un pago a cambio de sexo, por tener sexo sin ninguna pretensión de auténtica emoción o atracción, es muy real y algo que deben aguantar y aprender a sobrellevar o sufrir convirtiéndose en víctimas del mismo.

El trabajo sexual es trabajo y como cualquier trabajo tiene agobios, decepciones y tensiones a diario, así como emociones y placeres. La naturaleza humana nos condiciona a todos nosotros como animales sociales que gustan de compartir y recibir apoyo y elogios en igual medida. Compartir alivia el estrés; sin embargo, la vergüenza que nuestra sociedad prescribe como lo que se merece la trabajadora sexual, junto al requisito legal de trabajar en aislamiento, hace que demasiado a menudo la trabajadora sexual no pueda acceder a los necesarios mecanismos de apoyo. Encontrar amigas entre las compañeras trabajadoras sexuales no es siempre fácil en un mercado competitivo y encontrar personas entre los amigos corrientes y la familia a las que se pueda confiar la verdad acerca de cómo haces para ganar tu dinero, es a menudo incluso más difícil. Aunque existe apoyo en forma de proyectos, el miedo a decir demasiado, a ser oficialmente reconocida, registrada, incluso en un proyecto de apoyo, es una perspectiva aterradora para muchas trabajadoras sexuales, incluso en aquellos países que ofrecen alguna forma de legalización. Tomad por ejemplo Alemania: en Alemania muchas trabajadoras sexuales temen registrarse en cualquier formulario burocrático, aunque sea para conseguir apoyo, por miedo a que el trabajo sexual o el estigma de haber sido una vez trabajadora sexual pueda seguirlas si algún día dejan la industria, se casan, tienen hijos, o hacen una carrera al margen de su profesión de elección. El estigma es, por tanto, el mejor amigo de los enemigos del trabajo sexual, el mejor amigo de la industria del rescate. El estigma impide a muchas trabajadoras sexuales hablar positivamente de su trabajo, fuerza al trabajo sexual a existir en un mundo de sombras y permite que las trabajadoras sexuales sean fácilmente caricaturizadas como víctimas por sus enemigos.

El estigma lleva a demasiadas trabajadoras sexuales a considerarse a sí mismas como indignas y menos humanas que el resto de la sociedad por vender sexo, lo que explica por qué tantas “así llamadas supervivientes” son animadas por la lucrativa industria del rescate a representar su trabajo como una sucesión de violaciones. En la mayor parte de los casos nunca fue así, pero debido a que la sociedad juzga el intercambio de sexo por dinero como inmoral, incluso si se hace de mutuo acuerdo, la trabajadora sexual es juzgada como una vergüenza, una puta sin autoestima, indigna y sin valor en la sociedad moderna. En efecto, a la superviviente se le da por tanto la alternativa de aceptar su propia deficiencia moral o agarrarse a un chivo expiatorio que se le ofrece diciendo que el proceso de vender sexo se le había impuesto a la fuerza y por tanto había sido una sucesión de agresiones sexuales que la habían convertido en víctima de su propia ocupación. Culpar al trabajo sexual se convierte en la excusa sobre la que depositar sus aprendidas, enseñadas, internalizadas culpa y vergüenza.

El estigma es la razón por la que es tan importante la despenalización del trabajo sexual. La despenalización no bastará para terminar con el estigma pero empezará a permitir a las trabajadoras sexuales organizar auténticos mecanismos de apoyo dirigidos por ellas mismas. La despenalización permitirá al trabajo sexual recuperar su lugar en una sociedad en la que lo positivo del trabajo sexual sea reconocido y donde la ley apoye a las trabajadoras sexuales en lugar de obligarlas a trabajar en el aislamiento y el secreto. Eliminando el lazo entre criminalidad y trabajo sexual, la sociedad puede evolucionar hacia una comprensión del trabajo sexual y de la conducta sexual humana que no se forme exclusivamente en un contexto de moralismo religioso y legal que entiende la conducta sexual de una persona como un juicio sobre el valor de esa persona. Quizás es esta la auténtica razón por la que los moralistas presentes en los medios y en la política prefieren escuchar la propaganda anti trabajo sexual en lugar de las verdades de las trabajadoras sexuales, refiriéndose al trabajo sexual como la mercantilización de la persona de la trabajadora sexual, como si fuera un objeto para ser vendido y usado, cuando de hecho la verdad es que, mercantilizando el sexo, el trabajo sexual constituye un reflejo realista y más empático de la verdad de la conducta sexual humana. Es esta verdad lo que los moralistas no pueden aceptar.

El estigma es el auténtico enemigo que encierra a las trabajadoras sexuales en una cárcel sin barrotes, una cárcel a menudo construida por ellas mismas, y eso no lo sufren sólo las trabajadoras sociales sino toda la sociedad.

El abolicionismo es moralismo sexual

 

Ensayo 9: No es cuestión de moralidad. ¡Sí lo es! Parte 1

https://newprostitutionwars.net/home/essay-9-its-not-about-morality-yes-it-is-part-1/

Puede verse la parte 2 en el siguiente enlace:

https://elestantedelaciti.wordpress.com/2019/03/15/el-abolicionismo-es-moralismo/

Hace unos pocos años, Laurie Penny publicó en The New Statesman una diatriba contra las abolicionistas. Retomando un tema que he tratado en ensayos anteriores, Penny escribió:

Cuando todos los demás argumentos fracasan, la última pieza elástica de razonamiento que sostiene la sensible ropa interior del lobby feminista sexualmente conservador es que las mujeres que no están de acuerdo con sus argumentos deben haber sido abusadas de niñas o traumatizadas en el trabajo, y como tales no vale la pena escucharlas. La fundadora de UK Feminista, Kat Banyard, que hace trabajo de entrenamiento de activistas incondicionales, afirmó en The Guardian que «las tasas astronómicas de trastorno de estrés postraumático» entre las trabajadoras sexuales son evidencia del «daño inherente que está en el centro de esta transacción». . . . [Pero esto] no es cuestión de evidencia, no lo es para las «neo-victorianas», en realidad no. Es cuestión de moralidad, tal como sucedió hace doscientos años cuando las mujeres de clase alta bien intencionadas organizaron centros de caridad para «salvar» del pecado a las prostitutas de la calle encontrándoles un empleo alternativo como limpiadoras, en asilos para pobres o fregando las calles. Ahora mismo, esto se traduce en la creencia de las bienhechoras en que cualquier tipo de trabajo, por explotador y mal pagado que sea, debe ser mejor que el trabajo sexual porque no involucra sexo, sexo malvado, sexo pecaminoso. [1]

Penny no está sola entre las feministas que ven en sus hermanas abolicionistas una dependencia de los puntos de vista morales retrógrados del sexo. Las abolicionistas responden que no son conservadoras sexuales, no tienen puntos de vista neo-victorianos sobre el sexo, no hablan sobre el pecado y no ofrecen evaluaciones «moralistas» de la prostitución [2]. Pero, sin duda, sus críticas a la prostitución son críticas morales: «explotación», «abuso», «coerción», «esclavitud», «derechos humanos» y términos similares que aparecen en los relatos abolicionistas constituyen parte de nuestro vocabulario moral común. Así, cuando las abolicionistas sostienen que sus posiciones no son «moralistas», quieren decir que su tratamiento de la prostitución no descansa en una moral sexual distintiva.

Sin embargo, muchas, si no la mayoría de las abolicionistas, se basan en una concepción específica de la moral sexual. A veces esto es un poco difícil de ver porque la abolicionista a menudo viste su punto de vista moral como una cuestión de salud psicológica, pero en otros casos, el punto de vista es evidente. Considerad esta afirmación. «Se supone que el sexo debe ser elegido y deseado», escribe Catherine MacKinnon. “[L] a cosa real no se compra ni se vende. . . . Así de simple: la consideración para el sexo es el sexo. Donde el sexo es mutuo, es su propia recompensa ”. [3]

Así de simple: el sexo es por sexo, no por dinero. ¿Por qué? Ciertamente parece que aquí está actuando una moral sexual distintiva. ¿Se puede aclarar? ¿Se puede defender plausiblemente?

Abundan los ejemplos de este estándar moral que se da por sentado.

Taja Rahm, blogger feminista:

Gritemos que el sexo no es una mercancía, que puede tener un costo humano enorme si se lo trata como tal. Gritemos al mundo que el dinero y el sexo no se mezclan, que el sexo debe tener lugar bajo una relación completamente diferente y mutua. [4]

Melissa Farley, investigadora de prostitución, activista abolicionista:

No hay mutualidad de placer sexual o de cualquier otro tipo de poder en la prostitución. [5] La prostitución deshumaniza, mercantiliza y fetichiza a las mujeres, en contraste con el sexo intranscendente no comercial en el que ambas personas actúan sobre la base del deseo sexual. [6]

Madeleine Coy, académica:

La prostitución como servicio comercial implica un cierto grado de objetivación ya que no requiere mutualidad interpersonal: los hombres pagan por su placer sexual, no por una experiencia mutuamente placentera. [7]

Kathleen Barry, académica:

[Las] condiciones mínimas para el consentimiento sexual están en el sexo que es una experiencia humana de dignidad personal y que se disfruta con respeto y placer [8].

Carole Pateman, académica:

Defensores del sexo sin amor. . . siempre supuse que la relación se basaba en la atracción sexual mutua entre un hombre y una mujer e implicaba una satisfacción mutua. . . . La prostitución no es un intercambio mutuo y placentero del uso de cuerpos. [9]

Lise Tamm, Fiscalía Internacional, Estocolmo:

El sexo, debe ser mutuo. . . [N] o compramos una relación íntima con alguien que no quiere sexo, porque la sexualidad es algo que debe ser recíproco. [10]

Kajsa Ekis Ekman, escritora:

[En la prostitución] una persona quiere tener relaciones sexuales y la otra, no. El dinero puede hacer que el comprador consiga el «consentimiento». . . pero esto solo resalta el hecho de que la otra parte tiene relaciones sexuales a pesar de que realmente no quiere hacerlo. No importa cuánto se haga o se diga para cubrir esto, si hubiera un deseo mutuo, no habría ningún pago, y todos lo sabemos. [11]

El estándar de mutualidad del deseo impregna los escritos abolicionistas. Desafortunadamente, las abolicionistas ofrecen el estándar como si fuera claro y evidente. MacKinnon, Farley, Tamm y otras activistas ni lo explican ni lo argumentan. No se molestan en responder incluso preguntas básicas al respecto. Por ejemplo, ¿es este un estándar del sexo ideal o una prescripción para el sexo permisible? ¿Podemos hacer que las personas que no están a la altura sean parias sociales o criminales? ¿Por qué?

SEXO SIN DESEO

«Si hubiera un deseo mutuo, no habría un pago», pero hay un pago, por lo que la prostitución implica relaciones sexuales no deseadas. Para algunas abolicionistas, con eso está todo dicho. Si definimos la violación como sexo no querido —una sugerencia hecha con toda seriedad por Melissa Farley— entonces la prostitución es «violación pagada», literalmente, y eso cierra los libros morales sobre sexo por dinero. [12] Sin embargo, la violación no es sexo no querido, es sexo no consentido; en consecuencia, se necesita decir más sobre sexo querido y no querido [13]. De hecho, se necesita decir mucho más, más de lo que puedo decir aquí. Los problemas que rodean la moral sexual son enredados y nudosos. Mis comentarios aquí son incompletos en el mejor de los casos. Los aumentaré en el Ensayo 11.

Primero, necesitamos más categorías para capturar la complejidad de las relaciones sexuales. Agreguemos al par querido / no querido un segundo: deseado / no deseado, donde «deseo» significa deseo sexual. Agregar esta categoría crea varias permutaciones posibles. Por ejemplo, una mujer puede desear sexualmente a un hombre pero no quiere tener sexo con él porque no quiere engañar a su esposo. O bien, podría desear sexualmente al hombre y querer tener sexo con él a pesar de sus compromisos matrimoniales.

Del mismo modo, una mujer puede carecer de deseo sexual por un hombre, pero de todos modos quiere tener relaciones sexuales con él. Él puede ser su esposo o novio y ella quiere responder a su deseo, aunque ella no tiene ninguno. Además, una mujer puede ni desear sexualmente a un hombre ni querer tener sexo con él. Si lo hace de todos modos, podría ser que se ve obligada contra su voluntad (violada) o que lo acepta bajo presión externa.

¿Son estos cuatro pares —sexo deseado / querido, sexo deseado / no querido, sexo no deseado / querido y sexo no deseado / no querido— suficientes para hacer justicia a la complejidad de las relaciones sexuales? Una cosa es segura: ¡las relaciones sexuales son complejas! Las investigadoras sexuales Cindy Meston y David Buss en un estudio de 2007 identificaron 237 razones que las personas dan para tener relaciones sexuales. Muchas de las razones invocan placer o deseo: «se siente bien», «estaba cachonda», «quería la aventura / emoción», «la apariencia física de la persona me excitaba». Estas razones caen dentro del ámbito del estándar del deseo mutuo si las razones son recíprocas. Pero muchas otras razones no lo hacen: «Quería mantener satisfecha a mi pareja»; «Sentí que era mi deber»; «Quería aumentar el vínculo emocional con mi pareja». Algunas de estas razones parecen altruistas («Quería complacer a mi pareja «) y algunos incorporan objetivos de autoprotección (» quería evitar que mi pareja se fuera por ahí «).

Sin embargo, otras razones se alejan aún más del estándar de mutualidad. «Quería sentirme poderosa;» «Pensé que tener relaciones sexuales me ayudaría a atrapar a una nueva pareja»; «Quería ganar la aceptación de mis amigos»; «Quería que mi pareja dejara de engañarme y volviera a mí»; «Él era famoso y quería poder decir que tuve relaciones sexuales con él «,» Mis amigos estaban teniendo relaciones sexuales y quería encajar «,» Quería manipular a mi pareja para que hiciera algo por mí «. [14] Estas razones evocan objetivos egoístas. Que la otra parte pueda o no disfrutar del sexo, o tener sus propios objetivos para entrar en el encuentro sexual, es incidental.

Los motivos de las mujeres, así como los de los hombres abarcan toda esta gama.

Obviamente, una gran cantidad de sexo no cumple con el estándar de mutualidad del deseo. No tenemos que confiar en Meston y Buss para darnos cuenta de esto. Otros estudiosos confirman la ubicuidad de las razones «pragmáticas» o «instrumentales» que dan las mujeres para tener relaciones sexuales. Amy Brown-Bowers y sus colegas, por ejemplo, en sus entrevistas con una muestra de mujeres canadienses descubrieron que los «placeres y beneficios no sexuales» por tener relaciones sexuales desempeñaban un papel importante en las motivaciones de sus sujetos. [15] Evidencia similar apareció en el trabajo de Nicola Gavey y sus colegas y en los estudios de Sharon Thompson. [16] Estos no son hallazgos aislados. Las mujeres y las chicas tienen muchas razones, independientemente del deseo sexual, para tener relaciones sexuales.

A nuestras categorías de querer y desear, agreguemos una más: el sexo puede ser agradable o no. El continuo experiencial varía desde sentirse excepcionalmente satisfecha hasta no sentir nada hasta sentirse rechazada o violada. Para ilustrar: una mujer puede querer y desear tener relaciones sexuales con un hombre, pero la experiencia real le resulta desagradable: dolorosa, por ejemplo, o físicamente insatisfactoria. Del mismo modo, una mujer que no desea sexo pero lo quiere puede encontrar desagradable la experiencia real. [17] Por supuesto, tener una experiencia desagradable es más probable cuando una mujer soporta el sexo sin desearlo ni quererlo. (Hay otras permutaciones, pero dejémoslas a un lado).

Con el continuo agradable / desagradable en la mano, considerad ahora estos comentarios de un sujeto en un estudio de investigación:

A veces me acuesto en la cama y pienso en todas las mujeres que podrían estar llorando esta noche. Llorando porque saben que tendrán que ‘hacerlo’ mañana, llorando porque pueden ‘sentirle’ venir hacia ellas, llorando porque él está gruñendo allí encima de ellas, llorando porque sus cuerpos ya no son suyos porque los comprometieron hace 20 años y no parece posible recuperarlos. [18]

Todas las mujeres lloran porque deben atender a sus gruñones maridos: no es una imagen bonita y representa la experiencia de muchas mujeres. Ni desean tener sexo con sus maridos ni lo quieren, pero lo soportan, por repugnante que sea, porque se comprometieron a sí mismas en matrimonio.

Las mujeres casadas a menudo tienen relaciones sexuales por deber en lugar de por deseo. Pero, ¿son sus experiencias siempre tan malas como las de las «mujeres que lloran»? Aquí está el informe de otro sujeto:

Después de treinta y dos años, es difícil pensar en una sola ocasión [de tener relaciones sexuales cuando quiera]. Creo que simplemente sucede en las relaciones a largo plazo. En mi caso, una histerectomía disminuyó mi libido. Hubo momentos en que no tenía ganas de tener relaciones sexuales, pero lo hice solo por mi esposo. Fue frustrante no quererlo y deprimente cuando lo hice porque no me satisfacía. Sin embargo, me sentía culpable por no tener relaciones sexuales con frecuencia y quería complacer a mi esposo, así que ahí lo tienes. [19]

Ahí lo tienes: treinta y dos años de sexo no deseado. Sin embargo, la esposa no marca su vida de casada como algo horrible, dejándola llorando por la noche. Estaba «frustrada» por no querer tener sexo y le pareció «deprimente» no estar «satisfecha» por el sexo que tenía. Sin embargo, ella «quería complacer» a su esposo. Su situación no era ideal, ni mucho menos, pero tampoco la rechazó ni arruinó su vida, por lo que podemos ver.

Finalmente, otro sujeto describe una reacción diferente a la presión de su amante para tener relaciones sexuales:

. . . ¿por qué no [digo] «sí»? Quiero decir que es, no es nada, tener sexo es como levantarse y desayunar. Creo que de una manera que, um, iba a decir, que era una forma de hacerlo, haciendo que lo ordinario fuera correcto. Creo que fue normal, es como tomar una taza de té. [20]

Estas tres reacciones muy diferentes al sexo no deseado —como un ritual repulsivo forzado por los términos del matrimonio esclavizante, o un requisito de deber frustrante pero no destructivo, o una rutina mundana e intrascendente— sugieren que una historia completa de la sexualidad de las mujeres mostrará una complejidad considerable en efecto. Sin embargo, el estándar de mutualidad del deseo elimina moralmente la mayor parte de esa complejidad. ¿Qué pasa con las mujeres cuyas actividades sexuales no se ajustan a este estándar? ¿Debemos marcarlas como moralmente deficientes, corruptas, débiles, equivocadas, venales o sin principios? ¿Están eludiendo su deber? [21] O, consideremos a la otra parte de una pareja sexual: ¿son los hombres moralmente deficientes, corruptos, venales, sin principios que eluden el deber cuando tienen relaciones sexuales con mujeres que no cumplen con el estándar de mutualidad? No es difícil clasificar a los hombres como acosadores morales si presionan a las mujeres a tener relaciones sexuales que no desean o no quieren, pero es más difícil culpar a los hombres engañados por la simulación (sus parejas sexuales motivadas por razones como «Quiero evitar que mi pareja se vaya por ahí «,» Mis amigos están teniendo relaciones sexuales y quiero encajar «,» Quiero que mi pareja deje de engañarme y vuelva a mí «,» Quiero manipular a mi pareja para que haga algo por mí «).

¿Cómo debería funcionar el estándar de mutualidad en el caso de la prostitución? La prostituta no desea tener relaciones sexuales con su cliente (en el sentido especificado anteriormente), pero sí quiere que la transacción sexual tenga lugar: lo solicita, gana dinero con ello. Ahora mirad a su contraparte: ¿no podríamos asimilar al cliente a los matones morales mencionados anteriormente? El cliente no se siente atraído por la simulación; debe saber que la prostituta no desea tener sexo con él. Sin embargo, el paralelismo no se mantiene. El cliente no está presionando a la prostituta. Él está respondiendo a su anuncio o invitación. En este punto, las abolicionistas tienden a recurrir a otras premisas: la prostituta actúa bajo coacción, no consiente libremente; el cliente tiene como objetivo disfrutar de degradar a la prostituta; y así. Cuando se hacen estas afirmaciones, el estándar de mutualidad del deseo desaparece; No está cumpliendo ninguna función moral. La ausencia de consentimiento de la prostituta o el motivo malicioso del cliente guía nuestra evaluación moral. De lo contrario, la transacción entre prostituta y cliente exhibe una mutualidad: una mutualidad de comercio, sexo por dinero. Ciertamente, no cumple con el requisito de mutualidad del deseo, pero aún no hemos visto por qué este estándar, que excluye moralmente una gama tan amplia de sexo ordinario, debería guiar nuestro juicio en cualquier contexto. Ni siquiera sabemos lo que significaría que guiara el pensamiento y la acción. ¿Cuáles son sus implicaciones prácticas? ¿Simplemente nos permite mirar de reojo a las personas que tienen relaciones sexuales que no desean o hace más? ¿Exige esfuerzos colectivos para persuadir a las personas de que no tengan relaciones sexuales que no desean? ¿Suscribe políticas públicas coercitivas para garantizar que las personas se adhieran al requisito de mutualidad del deseo?

UNA UNIÓN DE YOES

Quienes adoptan el estándar de mutualidad lo presentan como la antítesis de la «mercantilización» del sexo que ocurre en un acto de prostitución. Aquí hay una versión de una visión anti-mercantilización, ofrecida por la filósofa Elizabeth Anderson:

El bien específicamente humano de los actos sexuales intercambiados como obsequios se basa en un reconocimiento mutuo de los socios como atraídos sexualmente entre sí y como afirmando una relación íntima en su ofrecimiento mutuo de sí mismos. Este es un bien compartido. La pareja se regocija en su unión, que puede realizarse solo cuando cada miembro de la pareja reciproca el regalo del otro en especie, ofreciendo su propia sexualidad en el mismo espíritu en el que recibió la del otro, como una verdadera ofrenda del yo. La mercantilización de los «servicios» sexuales destruye el tipo de reciprocidad requerida para realizar la sexualidad humana como un bien compartido. Cada parte valora a la otra solo instrumentalmente. [22]

Anderson continúa:

La prostituta, al vender su sexualidad a un hombre, enajena para él un bien necesariamente encarnado en su persona y, por lo tanto, se somete a sus órdenes. Sus acciones bajo contrato no expresan sus propias valoraciones sino la voluntad del cliente. Sus acciones entre ventas no expresan su valoración, sino la voluntad de su proxeneta. La prostitución no mejora la autonomía de las mujeres sobre su sexualidad, simplemente constituye otro modo por el cual los hombres pueden apropiarse de ella para sus propios usos. La realización de la autonomía de las mujeres requiere que algunos bienes encarnados en sus personas, incluida su propia sexualidad, permanezcan inalienables ante el mercado [23].

Este ataque a la prostitución sigue siendo desconcertante. Primero, ¿por qué elegir la prostitución cuando es simplemente uno de los «modos por los cuales los hombres pueden apropiarse de la sexualidad de las mujeres»? Segundo, ¿por qué limitar la denuncia a la alienabilidad del mercado? ¿Por qué no insistir en que la sexualidad de las mujeres es inalienable, punto? Después de todo, como hemos observado, las mujeres ofrecen una variedad de razones por las cuales tienen relaciones sexuales y muchas de estas razones no tienen nada que ver con la unión de los yoes de los amantes «regocijados» en el himno a la intimidad de Anderson. Muchas de las razones subordinan las propias valoraciones de la sexualidad de las mujeres a las de los hombres. Por lo tanto, la alienación en el sentido de Anderson es rampante fuera de la prostitución. ¿No deberían todos estos encuentros heterosexuales —matrimonios entre ellos— ser descalificados junto con la prostitución? Como sucede con otros críticos, la justificación que Anderson aduce para su censura moral de la prostitución se desborda y trasciende una amplia gama de relaciones. Sin embargo, solo la prostitución se destaca como un objetivo apropiado de criminalización. Anderson misma no cree que su argumento proporcione un caso concluyente para la criminalización, pero, aun así, es solo la prostitución lo que ella considera un posible candidato para este tipo de intervención estatal dura. [24]

Un problema similar infecta el caso contra la mercantilización defendido por la voluble abolicionista Kajsa Ekis Ekman. En su libro, Being and Being Bought, afirma que la defensa contemporánea de la prostitución representa una separación del yo de su cuerpo. La prostituta puede vender su cuerpo, según cuenta la historia, pero no su yo. Según Ekman, esta historia es una tontería; La separación que implica es un engaño. No se puede vender sexo sin un ser humano vivo de carne y hueso. Por lo tanto, lo que la historia de la trabajadora sexual hace retóricamente [separar el cuerpo del yo], la prostituta de la vida real debe hacerlo en realidad. Ella debe estar presente [en el acto sexual] pero intenta convencerse de que no lo está. [25] La vendedora sexual debe tratar de convencerse de una imposibilidad, de que puede «venderse y protegerse al mismo tiempo». [26] Ella trata de mantener una línea divisoria entre su yo y el acto sexual, pero esta línea divisoria es increíblemente dañina. . . rompe su totalidad esencial. Los investigadores de hoy ya no llaman a este intento de disociar un «mecanismo de defensa», sino más bien el trastorno de estrés postraumático. [27]

El argumento de Ekman se confunde entre lo moral, lo metafísico y lo psicológico. [28] ¿Por qué «dividir» el yo de las actividades propias da como resultado una enfermedad mental? ¿No compartimentamos nuestro ser todo el tiempo? La abogada penalista que en el juicio habitualmente acosa a testigos inocentes en defensa de sus clientes de baja vida social, regresa a su familia todas las noches como una persona tranquila, sensible y estable. Quien es ella en el juicio y quien es ella en casa son personas diferentes. La camarera que pasa el día sonriendo a clientes poco apreciados y difíciles deja de fingir cuando está fuera del trabajo. Ella está actuando interpretándose a sí misma. Sin embargo, ni la abogada ni la camarera terminan con TEPT. ¿Que está pasando aqui? ¿Estas instancias de distanciamiento psicológico no son una verdadera «división»? ¿Qué subyace en la argumentación de Ekman? De hecho, Ekman se extralimita de la misma manera que Anderson.

Si creemos que el sexo vendido en la prostitución es algo completamente separado de la persona misma, algo que se ha liberado y camina sobre sus propios pies, ¿en qué nos convertimos? . . [h] ¿cómo nos vemos? ¿Cómo nos relacionamos con lo que estamos haciendo?

La respuesta se encuentra en «cosificación».

La cosificación ocurre cuando una creación o acción humana se transforma en una mercancía, una cosa. . . . El capitalismo transforma nuestro trabajo en objetos para ser vendidos. . . . La cosificación ocurre cuando un trabajador libre asciende al mercado libre. Cuando puede vender su mano de obra al empleador, se convierte en una mercancía. . . . Por un lado, tenemos al individuo «libre», por otro lado, su mano de obra que adquiere la forma de «una mercancía que le pertenece, una cosa que posee». . . Esto . . . significa que llega a ver sus funciones —que pueden significar sus habilidades, su fuerza, su inteligencia y su rapidez— como posesiones. Se vuelve alienado: no solo de la sociedad, sino también de sí mismo como Yo. [29] Al vender su sexualidad, la prostituta se aliena a sí misma. [30]

Según el relato cuasi marxista de Ekman, parece que un ingeniero eléctrico que vende sus habilidades técnicas a Google por $ 300.000 al año está alienado. Su yo está dividido. Ahora, si la «división» sufrida por la prostituta es de la misma naturaleza, entonces su alienación seguramente no es algo por lo que deberíamos estar especialmente preocupados, ¿verdad? ¿Cómo llega Ekman de esta «alienación» capitalista al TEPT de la prostituta? ¿Cuántos ingenieros de Google sufren traumas? Sus vidas pueden de alguna manera carecer de una plenitud humana ideal, pero los ingenieros no son candidatos para la terapia. Obviamente, Ekman ha saltado de un relato de «división» a otro, como si tuvieran alguna conexión. Ella trata la alienación como inherentemente traumática en la prostitución pero no en otros dominios. ¿Por qué? La respuesta: la prostitución es sexo.

Ekman defiende una moralidad específicamente sexual que hace que la prostitución sea destructiva.

La mercantilización rompe la «totalidad esencial» de la prostituta. [31] En el acto sexual comprado y pagado, no hay una unión consciente de yoes. No hay nada de «intimidad inmediata» que supuestamente todos anhelamos. [32] No hay un bien compartido generado por los dones del yo.

Lo que impulsa la postura anti-mercantilización de Ekman aplicada a la prostitución es el estándar de mutualidad del deseo. El estándar, a su vez, se basa en afirmaciones dudosas sobre la integridad del yo y sobre el sexo como la ocasión para una intimidad profunda y compartida. Si todos anhelamos “intimidad inmediata” en nuestra vida sexual, entonces muchas mujeres, no solo prostitutas, hacen el sexo equivocado. La idea de las relaciones sexuales como portadoras de intimidad ciertamente ocupa un lugar dominante en nuestras convenciones sociales. Sin embargo, muchas mujeres no usan o experimentan el sexo de esta manera. A veces quieren tener sexo sin «compartirse» ellas mismas. Quieren una aventura de una noche y eligen el coito porque no es particularmente íntimo, solo una «transacción». [33]

CONCLUSIÓN

La prostituta generalmente tiene relaciones sexuales que no desea. Para la abolicionista, esto convierte su transacción en una experiencia horrorosa. Tener relaciones sexuales con el cliente es «ofensivo» y «desagradable» para la prostituta. [34] Es repugnante. [35] Se siente lo mismo que el sexo en la violación. [36] Para hacerlo, la prostituta debe estar «rota». [37] Debe usar mecanismos de defensa que le permitan «sentirse» lo menos posible. [38] Ella debe «alienar su mente de su cuerpo». [39] Ella debe «disociarse». [40]

La abolicionista parece deducir los horrores del sexo no deseado directamente de que no sea deseado, con el testimonio de la sobreviviente contado una y otra vez como una confirmación adicional, como si el sexo no deseado no pudiera ser más que repugnante y repulsivo, como si no hubiera una gama de experiencias.

Sin embargo, la literatura sobre prostitución proporciona evidencia de una multiplicidad de respuestas por parte de las trabajadoras sexuales. Así, en un estudio, todos los sujetos odiaban la prostitución y la abandonarían tan pronto como pudieran, y en otro las prostitutas entrevistadas encontraron su trabajo «desagradable» y «degradante». [41] Por el contrario, un estudio de prostitutas juveniles observó: “Un hallazgo sorprendente fue la actitud neutral de las chicas hacia el acto sexual; ni les gustaba ni les disgustaba, pero solo lo veían como una forma de ganar dinero «. [42] Por otro contraste, un estudio de prostitutas suecas pintó otra imagen:» Pensé que sería terrible. Pensé que sería como ser violada. . . . [b] pero no estuvo tan mal; «» [s] a veces incluso tienes sexo que te gusta; «» [i] t fue realmente bueno, él fue realmente agradable «. [43]

Los estudios a los que se hace referencia aquí no son más que un vistazo a la vida de la prostitución. Emplean pequeñas muestras de conveniencia, tanto los que muestran que la experiencia de las trabajadoras sexuales es horrible como los que muestran lo contrario. Pero ninguna de las investigaciones que sacan las abolicionistas es mejor. La determinación de las abolicionistas de ver el sexo pagado como una asquerosidad incesante no se deriva de una evidencia empírica abrumadora sino de una reacción visceral por su parte condensada en una fórmula moral inverosímil más reveladora de lo que son ellas que de lo que es la prostitución.

Las abolicionistas se defienden de la acusación de que son mojigatas. Su tolerancia al comportamiento sexual es amplia, insisten. Están abiertas a las sexualidades no estándar; soportan todo tipo de encuentros heterosexuales dentro y fuera del matrimonio, siempre y cuando cumplan con el estándar de mutualidad. Recordemos las palabras de Carole Pateman citadas al principio de este ensayo: «Defensores del sexo sin amor. . . siempre supuse que la relación se basaba en la atracción sexual mutua entre un hombre y una mujer y que implicaba una satisfacción mutua ”. ¡Esta suposición descarta tanto sexo que la acusación de mojigatería puede ser adecuada!

NOTAS

[1] Laurie Penny, “The Most Harmful Effects of Prostitution Are Caused by its Criminality,” The New Statesman, December 13, 2012,http://www.newstatesman.com/society/2012/12/strange-neo-victorian-desire-save-prostitutes-and-porn-actresses.

[2] “A key factor is that many writers . . . either misunderstand or misrepresent the abolitionist approach as a moralistic one.” Meghan Murphy, “There is no feminist war on sex workers,” February 4, 2013, http://feministcurrent.com/7143/there-is-no-feminist-war-on-sex-workers/; “’Moral disapproval’ has no more to do with our approach and ideology than socialism is about ‘moralizing’ against the exploitative nature of capitalism.” Meghan Murphy, “Is This Journalism? A Response to DiManno and The Toronto Star’s Falsification of the Prostitution Debates,” http://feministcurrent.com/7516/is-this-journalism-a-response-to-dimanno-and-the-toronto-stars-falsification-of-the-prostitution-debates/; “The feminists and other human rights defenders calling for the Nordic model are human rights activists, not anti-sex moralists.” Julie Bindel, “Prostitution Can Never Be Made Safe,” in “Should It Be illegal to Pay for Sex? Panel Verdict,” The Guardian, March 24, 2015,http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/mar/24/should-it-be-illegal-to-pay-for-sex-work-law-northern-ireland; “Abolitionist feminists are not against the industry of prostitution for moralistic or religious or conservative reasons.” Finn Mackay, “Arguing Against the Industry of Prostitution – Beyond the Abolitionist Versus Sex-Worker Binary,” June 24, 2013, http://feministcurrent.com/7758/arguing-against-the-industry-of-prostitution-beyond-the-abolitionist-versus-sex-worker-binary/; “The question is not sexuality. We are not here to be a moral police.”  Najat Vallaud-Belkacem, French Women’s Rights Minister, “French MPs Vote to Penalise Sex-buyers,” The Local (FR), November 30, 2013,http://www.thelocal.fr/20131130/french-mps-vote-to-penalise-sex-buyers.

[3] Catharine A. MacKinnon, “Trafficking, Prostitution, and Inequality,”Harvard Civil Rights-Civil Liberties Law Review, Vol. 46 (Summer 2011), p. 280.

[4] Tanja Rahm, “Til dig der køber sex” [“For those who buy sex”] January 3, 2014, http://tanjarahm.dk/14-til-dig-der-kober-sex/.

[5] Melissa Farley, “Prostitution, Trafficking, and Cultural Amnesia: What We Must Not Know in Order To Keep the Business of Sexual Exploitation Running Smoothly,” Yale Journal of Law and Feminism, Vol 18. (2006), p. 126.

[6] Melissa Farley et al., “Prostitution and Trafficking in Nine Countries: An Update on Violence and Posttraumatic Stress Disorder,” Journal of Trauma Practice, Vol. 2 (2003), p. 35.

[7] Madeleine Coy, “The Consumer, the Consumed and the Commodity: Women and Sex Buyers Talk about Objectification in Prostitution,” In Vanessa E. Munro and Marina Della Giusta, eds., Demanding Sex: Critical Reflections on the Regulation of Prostitution (NY: Ashgate, 2008), p. 186.

[8] Kathleen Barry, The Prostitution of Sexuality (New York: New York University Press, 1995), p. 68.

[9] Carole Pateman, The Sexual Contract (Stanford, California: Stanford University Press, 1988), p. 198.

[10] Une procureure de Stockholm décrit la réussite de l’abolitionnisme en Suède,  Transcription de l’audition de Mme Lise Tamm, procureure au Parquet international de Stockholm, devant la Commission spéciale prostitution (5 novembre 2013) [A Stockholm prosecutor described the success of abolitionism in Sweden: Transcript of the testimony of Lise Tamm, International Public Prosecutor, Stockholm, before the Special Commission on Prostitution (Assemblée Nationale), November 5, 2013],http://rememberresistdonotcomply.wordpress.com/tag/commission-speciale-prostitution/.

[11] Kajsa Ekis Eckman, Being and Being Bought: Prostitution, Surrogacy and the Split Self, trans  Suzanne Martin Cheadle (Melbourne: Spinifex 2013), p. ix.

[12] Melissa Farley et al., “Prostitution and Trafficking in Nine Countries,” supra note 6, ftnt. 4, p. 66 (“Many women are confused about the definition of rape. If rape is any unwanted sex act or coerced. . . .”); Melissa Farley, “’Bad for the Body, Bad for the Heart’: Prostitution Harms Women Even if Legalized or Decriminalized,” Violence Against Women, Vol. 10 (2004), p. 1100 (“It is likely that the low rape incidence reported in some studies is a result of unclear definitions of rape. We found in our research that even women in prostitution themselves assume that rape cannot occur in prostitution when, in fact, it occurs constantly. Future research on prostitution should behaviorally define rape. For example, if rape is defined as any unwanted sex act, then prostitution has an extremely high rate of rape because many survivors view prostitution as almost entirely consisting of unwanted sex acts or even, in one person’s words, paid rape.”).

[13] The feminist blogger Meghan Murphy conflates consenting and wanting, and doesn’t seem to understand that ‘consenting to’ and ‘agreeing to’ mean the same thing: “Consensual sex happens when both parties desire sex. If one partner does not want to have sex, and sex happens anyway, that constitutes rape (i.e. nonconsensual sex). . . . Once you are paying someone to have sex with you, it no longer counts as consensual, enthusiastic, desired sex. Yes, you agreed to perform whatever sexual acts — but you did so because you were being paid.” Meghan Murphy, “In Pornography, There’s Literally a Market for Everything: Why ‘Feminist Porn’ Isn’t the Answer,” http://feministcurrent.com/7569/in-pornography-theres-literally-a-market-for-everything-why-feminist-porn-isnt-the-answer/.

[14] Cindy M. Meston and David M. Buss, “Why Humans Have Sex,”Archives of Sexual Behavior, Vol. 36 (August 2007) pp. 481-496.

[15] Amy Brown-Bowers et al., “Managed Not Missing: Young Women’s Discourses of Sexual Desire Within a Postfeminist Heterosexual Marketplace,” Psychology of Women Quarterly, Vol. 39 (2015), p. 326.

[16] Nicola Gavey, “Technologies and Effects of Heterosexual Coercion,” In Sue Wilkinson and Celia Kitzinger, eds., Heterosexuality: A Feminism & Psychology Reader (London: Sage Publication, 1993), p. 112 and elsewhere; Nicola Gavey, Kathryn McPhillips and Virginia Braun, “Interruptus Coitus: Heterosexuals Accounting for Intercourse,” Sexualities, Vol 2 (1999), p. 53 and elsewhere;  Sharon Thompson, Going All the Way: Teenage Girls’ Tales of Sex, Romance, and Pregnancy (New York: Hill & Wang, 1995), pp. 18-46, 104ff, 262ff.

[17] This is a frequent occurrence among girls determined on losing their virginity – thus wanting sex though feeling no physical desire for it and finding the experience uncomfortable, painful, stressful, or in other ways negatively memorable. See Sharon Thompson, Going All the Way, supra note 16, at Chapter 1 and throughout.

[18] Celia Kitzinger and Sue Wilkinson, “Theorizing Heterosexuality,” in Sue Wilkinson and Celia Kitzinger, eds., Heterosexuality: A Feminism & Psychology Reader (London: Sage Publications, 1993), p. 15.

[19] Cindy M. Meston and David M. Buss, Why Women Have Sex: Women Reveal the Truth about their Sex Lives, from Adventure to Revenge and Everything in Between (New York: St Martin’s Griffin, 2009), p. 125.

[20] Nicola Gavey, “Technologies and Effects of Heterosexual Coercion,” supra note 16, at pp. 112-113.

[21] Robin West, the feminist legal theorist, contends that “a girl or young woman owes a moral duty not just to herself but also to her future self not to engage in sex she does not want,” in “From Choice to Reproductive Justice: De-Constitutionalizing Abortion Rights,” Yale Law Journal, Vol. 118 (May 2009), p. 1430. West doesn’t derive this duty from the mutual desire principle.

[22] Elizabeth Anderson, Value in Ethics and Economics (Harvard University Press, 1993), p. 154.

[23] Anderson, Values in Ethics and Economics, p. 156.  Emphasis added.

[24] Anderson, Values in Ethics and Economics, p. 156.

[25] Ekman, Being and Being Bought, supra note 11, at p. 94.

[26] Ekman, Being and Being Bought, p. 112.

[27] Ekman, Being and Being Bought, p. 102.

[28] The metaphysical problem: our culture’s subscribing to the mind-body dualism of Descartes! Ekman, Being and Being Bought, pp. 86-87.

[29] Ekman, Being and Being Bought, p. 93.

[30] Please note here how Anderson and Ekman are using different meanings of “alienation.” Anderson is using the notion captured by the phrase “inalienable rights.” Such rights cannot be taken away, bartered away, given away. Alienation is a juridical notion. Ekman uses a notion of “alienation” more psychologically charged: in the Marxist critique, the worker loses something important to his well-being when he alienates – i.e., sells – his labor or its products. Part of him becomes foreign to himself; he is estranged from it.

[31] Ekman, Being and Being Bought, p. 102.

[32] Ekman, Being and Being Bought, p. 98.

[33] Nicola Gavey et al., “Interruptus Coitus: Heterosexuals Accounting for Intercourse,” supra note 16, at pp. 53-54. See also Nicola Gavey, “Feminist Poststructuralism and Discourse Analysis,” in Mary M. Gergen and Sara N. Davis, eds., Toward a New Psychology of Gender (New York: Routledge, 1997), p. 58 (intercourse is “[little] different than wiping your bottom after you’ve gone to the toilet”).

[34] Sporenda, “Legalized Prostitution in Australia: Behind the Scenes. Interview with Simone Watson,” October 3, 2015,https://ressourcesprostitution.wordpress.com/2015/10/03/legalized-prostitution-in-australia-behind-the-scenes/; Salomée Miroir, “Is Equating Prostitution and Rape ‘Intolerable Violence’? Really?” January 30, 2013, http://sisyphe.org/spip.php?article4366.

[35] Rachel Moran, Paid For: My Journey Through Prostitution (Dublin; Gill & Macmillan, 2013), p. 201.

[36] Barry, The Prostitution of Sexuality, supra note 8, p. 37.

[37] Suki Falconberg, “Non-Prostituted Women and the Loneliness of the Long-Distance Whore,” May 6, 2008,http://www.cjournal.info/2008/05/07/non-prostituted-women-and-the-loneliness-of-the-long-distance-whore/.

[38] Ekman, Being and Being Bought, supra note 11, p. 97.

[39] Vednita Carter and Evelina Giobbe, “Duet: Prostitution, Racism and Feminist Discourse,” Hastings Women’s Law Journal, Vol. 10 (Winter, 1999), p. 46.

[40] Colin A. Ross, Melissa Farley, and Harvey L. Schwartz, “Dissociation Among Women in Prostitution,” Journal of Trauma Practice, Vol. 2, (2003), pp. 199-212.

[41] Chris Bagley and Loretta Young, “Juvenile Prostitution and Child Sexual Abuse: A Controlled Study,” Canadian Journal of Community Mental Health, Vol. 6 (Spring 1987), p. 23; Joanna Brewis and Stephen Linstead, “‘The Worst Thing is the Screwing’ (1): Consumption and the Management of Identity in Sex Work,” Gender, Work, and Organization, Vol. 7 (April 2000), p 93.

[42] Dorothy Heid Bracey, ‘Baby-Pros:’ Preliminary Profiles of Juvenile Prostitutes (New York: John Jay Press, 1979), p. 51.

[43] Anna Hulusjö, The Multiplicities of Prostitution Experience: Narratives about Power and Resistance (Malmö: Malmö University, 2013),https://dspace.mah.se/handle/2043/16013, pp. 163-164, 182, 193. The same study shows the range of variation: “I agreed on trying it, and tried it I did. It wasn’t the worst time, it was pretty mediocre. I mean he was mediocre” (p. 180); “it was awful. .  .[h]e was disgusting, and it all felt really wrong” (p. 192), “the real prostitution experience starts [here on the street], the one I really loath” (p. 214); “the lack of demands enabled her to enjoy sex in a way she had not been able to in her private relationships” (p. 245). See also Carina Edlund and Pye Jakobsson, En Annan Horisont: Sexarbete och hiv/STI-prevention ur ett peer-perspektiv [Another Horizon: Sex Work and HIV / STI prevention from a peer perspective] (Stockholm: Rose Alliance, 2014), p. 5 (“The two most common reasons that they [the 130-plus interviewees] started selling sexual services was that they felt it was a good opportunity to make money and that they were sexually curious. The two most common reasons that they sell sexual services today is that it is a job they enjoy working at, and that it is part of their sexuality”); and M.J. Almeida, “Sex Work and Pleasure. An Exploratory Study on Sexual Response and Sex Work,” Sexologies, Vol. 20 (2011), pp. 229—232.

«Para animar a todas las prostitutas de calle infectadas con ETS a buscar tratamiento médico, las abolicionistas exigieron que la prostitución fuera despenalizada»


Publicado por primera vez el 11 de agosto de 2020

Reacción violenta contra los derechos de las prostitutas: orígenes y dinámicas de las políticas nazis hacia la prostitución

 

Julia Roos

University of Minnesota, Twin Cities

Journal of the History of Sexuality
Vol. 11, No. 1/2, Special Issue: Sexuality and German Fascism (Jan. – Apr., 2002), pp. 67-94
Published by: University of Texas Press

Accesible en Google Books: https://books.google.es/books?id=Iva9BAAAQBAJ&pg=PA67&dq=Backlash+against+Prostitutes%E2%80%99+Rights:+Origins+and+Dynamics+of+Nazi+Prostitution+Policies++Julia+Roos&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwjU3cf9o5HrAhUG1hoKHfLdBQQQ6AEwAXoECAEQAg#v=onepage&q=Backlash%20against%20Prostitutes%E2%80%99%20Rights%3A%20Origins%20and%20Dynamics%20of%20Nazi%20Prostitution%20Policies%20%20Julia%20Roos&f=false

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En Mein Kampf, Adolfo Hitler atacó la prostitución como una de las principales causas del declive de Alemania. La «prostitución del amor», afirmó, era responsable del «terrible envenenamiento de la salud del organismo nacional» a través de la sífilis. «Incluso si sus resultados no fueran esta plaga espantosa, sería sin embargo profundamente dañina para el hombre, ya que las devastaciones morales que acompañan a esta degeneración bastan para destruir a un pueblo lentamente pero con seguridad.» Según Hitler, muchos de los problemas de Alemania podrían atribuirse a «estas judificación de nuestra vida espiritual y mercantilización de nuestro instinto de apareamiento» que amenazaban con aniquilar las futuras generaciones de alemanes sanos. Las diatribas de Hitler sobre los peligros morales y raciales del sexo vendible sugerían que, una vez en el poder, los nazis mostrarían poca tolerancia con la persistencia del «vicio». Sin embargo, paradójicamente, la prostitución regulada por el Estado aumentó drásticamente bajo el nazismo. Especialmente durante la guerra, el burdel regulado se convirtió en una institución clave de la política sexual nazi. ¿Cómo podemos comprender esta contradicción?

Como este ensayo pretende mostrar, para obtener una comprensión completa de las actitudes nazis hacia la prostitución, es vital analizarlas en el contexto de los conflictos de la República de Weimar sobre la reforma de la prostitución. Los estudios recientes sobre la historia de la prostitución en el Tercer Reich tienden a ignorar los desarrollos anteriores a 1933.

Si los historiadores mencionan el tema de la política de prostitución de Weimar en algún momento, es primordialmente para enfatizar las continuidades básicas en este área después de la toma del poder por los nazis. Así, Gisela Bock ha argumentado que las reformas de la prostitución de Weimar allanaron el camino para la explotación sexual y económica de las prostitutas bajo el nacionalsocialismo. Sin embargo, la noción de continuidad ininterrumpida entre las actitudes hacia el sexo vendible de Weimar y los nazis es problemática por varias razones: el enfoque exclusivo en la continuidad tiende a oscurecer diferencias importantes entre los dos períodos. Lejos de representar un mero preludio a la persecución brutal de las prostitutas después de 1933, la abolición a nivel nacional de la prostitución regulada por el Estado en 1927 condujo a mejoras significativas del estatus civil y legal de las prostitutas. Reconocer estas ganancias (aunque limitadas) en los derechos de las prostitutas es clave para el análisis del impacto que tuvieron las preocupaciones sobre la “inmoralidad” en la crisis de la República de Weimar y el surgimiento del nazismo .

Los aspectos más liberales de las reformas de la prostitución de Weimar desencadenaron una poderosa reacción violenta de la derecha. A los ojos de los conservadores religiosos, el fallo del Estado a la hora de imponer el «orden moral» y limpiar las calles de prostitutas desacreditaba profundamente la democracia de Weimar. Entre grandes sectores de la policía, la pérdida de autoridad para controlar y castigar a las callejeras también engendró resentimiento contra el gobierno democrático. Los nazis fueron muy conscientes del valor propagandístico del tema de la prostitución. Los ataques nazis a la reforma de la prostitución de 1927, como otra expresión más del “materialismo” y la “decadencia moral” de Weimar, tenían como objetivo ampliar el atractivo del partido entre la derecha religiosa y los funcionarios conservadores. A principios de la década de 1930, el exitoso intento de los nazis de presentarse a sí mismos como guardianes de la intención de la moralidad convencional de eliminar el “vicio” fue clave para lograr la aprobación y colaboración de muchos conservadores. Sin embargo, sólo podremos tener plenamente en cuenta esta dinámica si reconocemos los logros positivos de las reformas de la prostitución de Weimar. La abolición de la prostitución regulada por el Estado fue uno de los mayores éxitos del movimiento de reforma sexual de la década de 1920, que no logró otros objetivos como la despenalización del aborto y la homosexualidad. Es por eso que las reformas de la prostitución de Weimar se convirtieron en un objetivo central de la propaganda nazi.

Además, el énfasis en las continuidades ininterrumpidas en la historia de la prostitución después de 1933 tiende a oscurecer la naturaleza especial de la política de prostitución nazi. Las políticas de prostitución nazis tenían como objetivo revertir los logros clave de Weimar, y lo más importante, revertir la abolición de la prostitución regulada por el Estado. A primera vista, el respaldo de los nazis a la prostitución controlada por la policía podría parecer un resurgimiento de las antiguas actitudes represivas hacia el sexo vendible. Pero bajo la máscara de las prácticas policiales autoritarias convencionales para el control del «vicio», las políticas nazis de prostitución sirvieron cada vez más a fines radicalmente diferentes. Aunque la policía había justificado previamente la institución del burdel regulado como el medio más eficaz para proteger a la sociedad respetable de las prostitutas, esta preocupación se convirtió cada vez más en secundaria bajo los nazis.

La primera parte de este ensayo se centra en la reacción violenta contra las reformas de la prostitución de Weimar durante finales de la década de 1920 y principios de la de 1930. Esta reacción, en mi opinión, tuvo un impacto decisivo en el curso de la política de prostitución nazi. La segunda parte del ensayo analiza las diferentes etapas de las actitudes nazis hacia la prostitución, con especial énfasis en los primeros años del régimen. La etapa inicial, que duró desde 1933 hasta mediados de 1934, se caracteriza por el esfuerzo de los nazis por apelar a las preocupaciones conservadoras por la «inmoralidad» y presentarse a sí mismos como defensores de las nociones establecidas de buenas costumbres sexuales. Durante esta fase, representantes importantes del liderazgo nazi se pusieron del lado de los oponentes de los burdeles controlados por la policía. Sin embargo, en la medida en que el régimen consolidó su poder y se volvió cada vez más independiente de los conservadores religiosos, los líderes y administradores del Partido Nacional Socialista presionaron abiertamente a favor de la prostitución regulada por el Estado. El período comprendido entre 1934 y 1939 estuvo marcado por el triunfo de la institución del burdel regulado y por una supresión cada vez más brutal de las prostitutas callejeras. El ascenso de Heinrich Himmler y las SS y el poder decreciente de los católicos y protestantes durante estos años inclinaron decisivamente la balanza a favor de la prostitución controlada por la policía. A medida que se intensificaron los preparativos para la guerra, los militares también presionaron por el establecimiento de burdeles regulados. Después de 1939, los nazis finalmente abandonaron todos los esfuerzos para acomodarse a la derecha religiosa y lanzaron una campaña masiva para establecer burdeles por todo el Reich. Fue durante esta tercera fase, radicalizada, cuando la política de prostitución nazi realmente se hizo realidad y, de la manera más clara, reveló sus características únicas.

I.

En 1927, La Ley para Combatir las Enfermedades Venéreas (Reichsgesetz zur Bekämpfung der Geschlechtskrankenheiten) abolió la prostitución regulada por el Estado (Reglementierung o «regulacionismo»). Hasta l927, la prostitución en general había sido ilegal en Alemania.· Sin embargo, ciudades con Reglementierung toleraban a las prostitutas registradas. La prostitución regulada por el Estado sometía a las prostitutas a exámenes médicos obligatorios por enfermedades de transmisión sexual, así como a otras numerosas restricciones a su libertad personal. Así, las prostitutas reguladas estaban prohibidas en las principales áreas públicas, solo podían residir en alojamientos aprobados por la policía y tenían que obtener un permiso si querían viajar. Una sección especial de la policía, la policía moral (Sittenpolizei), era responsable de la supervisión de la prostitución. El estatus legal excepcional de las prostitutas registradas las marcaba como parias sociales. Las mujeres detenidas por prostitución callejera y registradas por la policía no tenían, en general, posiblidad de recurrir a los tribunales. El principio legal del debido proceso no se aplicaba a las prostitutas..

En la República de Weimar, el apoyo popular a la prostitución regulada por el Estado se desvaneció rápidamente por varias razones. La más importante es que el doble rasero moral del regulacionismo se hizo cada vez más insostenible después de la introducción del sufragio femenino en 1919. Las feministas habían criticado durante mucho tiempo la justificación misógina de la proscripción regulada, que imponía controles represivos sobre las prostitutas, pero perdonaba el uso del sexo comercial por parte de los hombres. Conseguir el voto aumentó enormemente el peso de las mujeres en su lucha contra el regulacionismo. Otros factores contribuyeron a la caída de la Reglementierung. Los socialdemócratas y los liberales objetaron que los amplios poderes arbitrarios de la policía moral eran incompatibles con la nueva constitución democrática. Después de la guerra, las principales opositoras a la prostitución regulada por el Estado, las «abolicionistas», se centraron cada vez más en la incapacidad del sistema de detener el aumento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS) . Las abolicionistas señalaron que las prostitutas no registradas, que según algunas estimaciones superaban a las registradas en una proporción de 10:1, no estaban sometidas a los controles de las ETS. Además, la promiscuidad sexual había aumentado hasta tal punto que las prostitutas profesionales habían dejado de representar la principal fuente de infecciones venéreas. Para animar a todas las prostitutas de calle infectadas con ETS a buscar tratamiento médico, las abolicionistas exigieron que la prostitución fuera despenalizada.

Los temores extendidos sobre los «venenos raciales» de las enfermedades de transmisión sexual llevó a la aprobación de la Ley de Lucha contra las Enfermedades Venéreas de 1927 (ley anti-EV). Para frenar las infecciones venéreas, la ley contra las enfermedades venéreas prometía apoyo financiero a los pacientes sin seguro y penalizaba a las personas que propagaran ETS a sabiendas. De muchas maneras, la ley de 1927 marcó una victoria para las abolicionistas. La ley despenalizaba la prostitución en general, abolía la policía moral y prohibía los burdeles regulados. Estos fueron importantes logros desde la perspectiva de los derechos de las prostitutas. Sin embargo, para asegurar la aprobación de la reforma, los socialdemócratas y los liberales se vieron obligados a hacer importantes concesiones a la derecha moral, que se oponían a la total despenalización de la prostitución. La cláusula 16/4 de la ley anti-EV, apodada por los críticos como el «párrafo de la torre de la iglesia» (Kirchturmparagraph), declaraba ilegal la prostitución de calle en áreas adyacentes a las iglesias y escuelas, así como en las ciudades con una población menor de 15.000 habitantes. Las abolicionistas señalaron inmediatamente que el párrafo de la torre de la iglesia podría conducir a un resurgimiento de la prostitución regulada. Andreas Knack y Max Quarck, dos de los principales expertos en salud pública del Partido Socialdemócrata, advirtieron que la derogación de la Reglementierung «causaría una considerable oposición entre los órganos de la administración» y obligaría a los socialistas a estar atentos. Como demostraron los acontecimientos posteriores, sus preocupaciones acerca de una posible reacción violenta contra los aspectos más liberales de la reforma de la prostitución de 1927 iban a resultar proféticos.

Oposición desde dentro del Estado: la Policía

Cuando el ministro de bienestar prusiano pidió a los jefes de la policía en febrero de 1921 que comentaran las recientes peticiones de abolir la prostitución regulada, las respuestas fueron extremadamente negativas. La mayoría de los funcionarios rechazaron la propuesta por considerarla poco realista y peligrosa. Muchos hubieran estado de acuerdo con la policía de Berlín, que acusó a las abolicionistas de manipular el tema de la prostitución por «los derechos de las mujeres (frauenrechtlerisch) y la agitación política general». El jefe de policía de Erfurt predijo que en caso de derogación de la prostitución regulada, «las putas callejeras saldrán del suelo como hongos». Como muchos de sus colegas, afirmó que sin Reglementierung, la policía · sería incapaz de proteger a los ciudadanos respetables y de controlar el crimen asociado con el sexo comercial. El jefe de policía de Hannover advirtió que la despenalización de la prostitución conduciría a una explosión de ETS. En tiempos de intensa “frivolidad moral” (sittliche Verflachung) la policía cumplía una función vital como protectora de la moralidad pública. La defensa del regulacionismo a menudo se basaba en opiniones misóginas. En 1926, el jefe de la policía de Stutgart se quejó de que «las organizaciones de mujeres de todo tipo [están] cegadas por el eslogan ‘Contra el doble rasero moral’ «. A diferencia de las feministas, él creía que «contra la mujer que se ha hundido hasta el nivel de la puta y que es mucho más peligrosa para el público que el hombre disoluto (liederlich) «, son necesarias medidas preventivas especiales «.

Para consternación de los prorregulacionistas, la reforma de la prostitución de 1927 limitó la capacidad de la policía para imponer controles especiales a las prostitutas. Ya no se permitían las regulaciones que prohibían a las prostitutas en ciertas áreas (Strichverbot) o que las restringían a calles o casas especiales (Kasernierung). De acuerdo con la versión revisada de la Cláusula 361/6 del código penal, la policía podría intervenir contra las prostitutas si éstas ejercían públicamente “de una manera que violara la moral y la decencia o acosara a otros”. Esta formulación bastante vaga condujo a discrepancias sustanciales en la jurisprudencia. Uno de los temas legales más discutidos fue la cuestión de si bastaba que la conducta de la prostituta callejera ofendiera objetivamente la moralidad o si se necesitaba probar que miembros del público hubieran sido de hecho ofendidos o acosados (Verletzungsdelikt). Donde los tribunales interpretaban la Cláusula 361/6 en el sentido estricto de la Verletzungsdelikt, las detenciones de prostitutas disminuían marcadamente, ya que los ciudadanos generalmente evitaban presentar denuncias o prestar testimonio en tales casos. En el verano y otoño de 1928, el Tribunal Supremo del Estado Sajón anuló las condenas de numerosas prostitutas de Leipzig por violaciones de la Cláusula 361/6. Los jueces argumentaron que la solicitud de una prostituta a los transeúntes, incluso si se llevaba a cabo de la manera conspicua, sexualmente explícita —“nach Dirnenart” (a la manera de las putas)— en sí misma no constituía un delito. Más bien, se necesitaban pruebas adicionales para demostrar que efectivamente se había violado la moral pública. Como resultado del fallo, las condenas de prostitutas de Leipzig sobre la base de la Cláusula 361/6 se desplomaron de 227 en 1928 a 11 en 1930. El veredicto causó gran frustración entre la policía sajona, que se quejó de que les ataba las manos en la lucha contra la prostitución.

Los funcionarios policiales de otros estados enfrentaron problemas similares. En el otoño de 1931, en medio de una creciente presión pública para limpiar las calles de prostitución, la policía de Munich se sintió humillada por los jueces locales que a menudo absolvían a las prostitutas. Como señaló un informe de la policía, «con frecuencia, durante los juicios públicos, los jueces ridiculizan a los oficiales de policía con sus apreciaciones y preguntas y luego absuelven a las prostitutas o les imponen sentencias menores.. . . Durante uno de esos juicios, un juez remarcó que prefería otros cuatro casos a uno solo que tuviera que ver con asuntos concernientes a la policía moral, ya que en ese área no existía base legal alguna ”. La despenalización de la prostitución dio lugar a una amplia reacción entre la policía. En toda Alemania, los funcionarios de policía argumentaron que la ley anti-EV de 1927 los privaba de los medios necesarios para suprimir la prostitución callejera. En 1928, el jefe de la policía de Magdeburg informó de un fuerte aumento en la prostitución ocasional «ya que la disuasión de la policía moral está ausente, y el mal ejemplo es contagioso». La prostitución pública, afirmó, se había vuelto más visible después de 1927 porque la policía carecía de autoridad para intervenir contra los crecientes «desvergüenza y excesos» de las prostitutas callejeras. De manera similar, el jefe del distrito prusiano en Düsseldorf informó que “todos los jefes de policía en mi distrito. . . hemos observado un aumento sustancial en la prostitución de calle desde la aprobación de la nueva ley [anti-EV]. . . . Sin duda alguna, la abolición de la policía moral es una de las causas del crecimiento de la prostitución «. En 1931, los jefes de policía de las principales ciudades prusianas, incluídas Colonia, Essen y Dortmund, pidieron una revisión de la Cláusula 361/6 del código penal para poner fuera de la ley todas las formas de prostitución callejera.

Una clave de esta reacción contra las reformas liberales de la prostitución fue la movilización política de las prostitutas. La despenalización de la prostitución animó a las prostitutas callejeras a resistir los ataques a sus derechos civiles y económicos. Así, las prostitutas de Leipzig fundaron una asociación que empleó asesoría legal para defender a sus miembros contra la policía. En marzo de 1931, el Ministerio de Trabajo y Bienestar de Sajonia informó que «un gran número de prostitutas de Leipzig han presentado una petición al magistrado de la ciudad y al jefe de policía, en la que protestan contra las medidas represivas excesivas por parte de la policía. Argumentan que tienen derecho a ejercer su negocio como cualquier otro comerciante ya que pagan impuestos y si continuaran los severos controles, se volverían dependientes de la seguridad social. ” En la ciudad-estado de Bremen, las prostitutas denunciaron lo que consideraban formas ilegales de represión policial. Según la oficina de salud de Bremen, las prostitutas habían fundado «una especie de asociación de protección que representa los supuestos derechos de sus miembros … a través de un determinado abogado». A partir de julio de 1932, la policía de Bremen detenía a las prostitutas callejeras sobre la base de la Ley para el arresto y la detención temporales de personas (Gesetz betreffend das einstweilige Vorführen und Festhalten von Personen), que permitía a la la policía detener a personas por un período de hasta veinticuatro horas si parecía necesario para proteger la propiedad de las personas o la seguridad del público. Las prostitutas se opusieron a esta práctica por considerarla incompatible con la despenalización de la prostitución y demandaron a la policía por detención ilegal y daño corporal grave. Los funcionarios de policía de Bremen se exasperaron con el conflicto, especialmente desués de que las negociaciones con el tribunal hubieran puesto en duda la legalidad de la medida policial.

A pesar de sus defectos, la ley anti-EV de 1927 introdujo mejoras importantes en el estatus de las prostitutas. La despenalización general de la prostitución permitió a las prostitutas de calle hacer frente con mayor eficacia a las violaciones de sus derechos personales por parte de la policía. Desde el punto de vista de los oficiales de policía esta ganancia de derechos de las prostitutas amenazaba con socavar su propia autoridad y poner en peligro el orden público. Sin embargo, bajo condiciones denocráticas, un retorno abierto al regulacionismo se enfrentaba a obstáculos considerables. Como veremos, su frustración por las consecuencias nocivas de la reforma de la prostitución de 1927 llevó a muchos oficiales de policía a abandonar la democracia de Weimar y respaldar el resurgimiento de un Estado autoritario que les otorgara amplios poderes para controlar el “vicio”.

Oposición popular: la derecha «moral»

Las crecientes protestas públicas contra el aumento esperado de la prostitución callejera supusieron una presión adicional sobre la policía. Un año después de la implementación de la ley anti-EV de 1927, el Consejo de Ciudades Alemanas (Deutscher Städtetag) llevó a cabo una encuesta entre los departamentos de salud locales. Una pregunta importante se centró en las reacciones públicas a la reforma. De las veinticuatro ciudades incluidas en la encuesta, sólo tres (Hamburg, Berlín y Stettin) informaron respuestas generalmente positivas de la población. En una variedad de ciudades, el aumento percibido en la prostitución movilizó a los ciudadanos contra la ley anti-EV. Esto fue especialmente cierto en el caso de las ciudades mayoritariamente católicas de Munich, Nuremberg, Augsburg, Colonia y Münster. En los años siguientes, los conservadores religiosos organizaron un ruidoso movimiento contra los elementos más liberales de la reforma de la prostitución de 1927. Si los políticos y asociaciones católicos a menudo encabezaban iniciativas para imponer controles más duros a las prostitutas, los protestantes también apoyaron esos esfuerzos. En abril de 1930, el Reichstag Bevölkerungsplitischer Ausschuss (Comité de Políticas de Población) aprobó una resolución que llamaba a la supresión estricta de la prostitución de calle y de las casas de huéspedes (Absteigequartiere) usadas por las prostitutas para juntarse con sus clientes. El autor de la moción fue Reinhard Mumm, pastor luterano y lider del conservador Servicio Popular Cristiano-Social (Christlich-Sozialer Volksdienst) . La resolución reflejó demandas comunicadas a Mumm por los principales representantes de las iglesias luteranas y de las asociaciones de moralidad.

Los principales centros de la reacción conservadora contra la reforma de 1927 fueron las ciudades dominadas por los católicos en la provincia prusiana del Rhin. Colonia, un baluarte del Partido del Centro donde Konrad Adenauer era alcalde (Oberbürgermeister), fue la vanguardia de los esfuerzos para reintroducir penas más severas para la prostitución callejera. Durante los primeros años de la década de 1930, la asociación de moralidad católica, Volkswartrbund, coordinó la campaña local contra la ley anti-EV. El Bund organizó protestas y peticiones públicas y presionó al jefe de policía de Colonia para que implementara más medidas punitivas contra las prostitutas. En abril de 1932, el Grupo de Trabajo de los Católicos de Colonia (Arbeitgemeinschaft Kölner Katholiken) alertó al canciller del Reich Heinrich Brüning de la espectacular proliferación del sexo comercial. «La creciente pobreza y la resultante degeneración moral de todos los estratos de la población han producido tal aumento en el número de prostitutas que la prostitución se ha convertido en una verdadera plaga (Volksplage)… La responsabilidad de esta terrible situación recae en gran medida en la Ley de Lucha contra las Enfermedades Venéreas «. La petición solicitaba un decreto de emergencia que autorizara a la policía a suprimir cualquier forma de prostitución callejera. En Essen, Krefeld y Dortmund surgieron movimientos de base conservadores similares contra la reforma de 1927. Los políticos católicos presionaron cada vez más por una penalización general de la prostitución. En junio de 1932, el Caucus Nacional de Mujeres del Partido del Centro (Reichsfrauenbeirat der deutschen Zentrumpartei) apeló al Ministro del Interior del Reich, del Partido del Centro, para que ilegalizara la prostitución callejera. El 9 de julio de 1932, el Consejo de Estado de Prusia, órgano representativo de las provincias prusianas, apoyó una moción para penalizar la prostitución pública presentada por Konrad Adenauer y los otros miembros de la delegación del Partido del Centro.

Menos de dos semanas después, los críticos conservadores de las reformas de la prostitución de Weimar pudieron tener la esperanza de que fuera inminente un cambio de política hacia medidas más represivas. El Preussenschlag (el putsch de Papen) contra el gobierno socialdemócrata de Prusia trajo al poder a prominentes opositores de la reforma de 1927. Los historiadores han señalado que Papen justificó el golpe con alegaciones de “que el gobierno prusiano era incapaz de mantener la ley y el orden”. Se enfocan especialmente en la crítica de Papen de que los socialdemócratas eran «blandos con el comunismo». Desafortunadamente, la investigación existente tiende a descuidar el significado de la reacción violenta contra la liberación de las costumbres sexuales para comprender los orígenes políticos del Preussenschlag. Para los conservadores religiosos, el sentimiento de que el régimen prusiano era incapaz de combatir la «inmoralidad» de manera eficaz fue una de las principales razones para apoyar el golpe de Papen. Franz Bracht, un político del Partido de Centro y comisionado federal por Prusia después del 20 de julio de 1932, rápidamente implementó varios decretos destinados a restaurar la moralidad pública. El 8 de agosto, Bracht prohibió el baño desnudo; el 19 de agosto prohibió la desnudez y otras «actuaciones indecentes» en los teatros. Como ex alcalde de Essen, Bracht llevó con él a la capital a su jefe de policía, Kurt Melcher. Melcher, quien se convirtió en el nuevo jefe de policía de Berlín, era uno de los críticos más prominentes de la ley anti-EV de 1927.

Para los conservadores religiosos, el nombramiento de Bracht fue una victoria importante. Un artículo en el Volkswart, el órgano de la Volkswartbund de Colonia, subrayaba que el camino estaba ahora despejado para una represión más rigurosa de la prostitución en Prusia. Bracht no defraudó tales expectativas. El comisionado federal instaló un nuevo jefe de policía en Colonia, Alter Lülgens, quien en diciembre de 1932 prohibió la prostitución callejera. Durante varias semanas, los jefes de policía de Neuss, Münster y Dortmund siguieron el ejemplo de Lingen. Pero la derecha religiosa estaba algo dividida en la cuestión de cómo combatir mejor la prostitución. Los protestantes apoyaron demandas para una revisión de la Cláusula 361/6 del código penal para aumentar la autoridad de la policía para intervenir contra las prostitutas. Al contrario que muchos católicos, sin embargo, representantes de iglesias luteranas y de asociaciones de mujeres se opusieron a la penalización total de la prostitución por temor a que esto allanara el camino para el regreso de los burdeles regulados. En octubre de 1932, Paula Müller-Otfried, diputada en el Reichstag por el conservador Partido Popular Nacional Alemán y presidenta de la Federación de Mujeres Germánicas y Luteranas (Deutsch-Evangelischer Frauenbund, o DEF), elogió a Bracht por sus medidas «contra los desarrollos degenerativos en la vida pública». Müller-Otfried admitió que la ley anti-EV no ofrecía medios legales adecuados para frenar la prostitución callejera pero advirtió que la completa penalización de la prostitución reviviría el Reglementierung. “Un retorno al antiguo sistema de regulacionismo… causaría una gran preocupación entre las mujeres y el público en general.» El propio borrador de Bracht de una revisión de la Cláusula 361/6 se esforzó por mediar entre las posiciones divergentes católica y luterana. Mientras que la propuesta del comisionado feferal hacía condenables todas las formas de prostitución pública «encaminadas a acosar a individuos o al público», no llegó a la penalización absoluta de la prostitución.

El putsch de Papen satisfizo las demandas conservadoras clave de una política más dura contra la «inmoralidad» y una reversión de los aspectos más liberales de las reformas de la prostitución de Weimar. Esto fortaleció en gran medida el apoyo de la derecha moral al régimen presidencial semiautoritario de los primeros años de la década de 1930, que se basó en el gobierno por decretos de emergencia y tendió a minimizar la participación significativa del parlamento. Los nazis eran muy conscientes del potencial propagandístico del problema de la prostitución y utilizaron la reacción contra la reforma de 1927 para promover su propia agenda política.

Ataques nazis contra las reformas de la prostitución de Weimar

In Mein Kampf, Hider se centró en el fracaso del gobierno de Weimar para prevenir la «contaminación» de los alemanes a través de las ETS.

La lucha contra la sífilis y la prostitución que le abre el camino es una de las tareas más gigantescas de la humanidad, gigantesca porque nos enfrentamos, no a la solución de una sola cuestión, sino a la eliminación de un gran número de males que trae consigo esta plaga como una manifestación resultante. Porque en este caso, la enfermedad del cuerpo es sólo la consecuencia de una enfermedad de los instintos morales, sociales y raciales… Pero, ¿cómo intentaron lidiar con esta plaga en la vieja Alemania? Visto con calma, la respuesta es realmente deprimente.

Ni la supervisión médica de las prostitutas ni la introducción de “un párrafo ‘preventivo’ según el cual cualquiera que no estuviera completamente sano o curado debería evitar las relaciones sexuales bajo pena de ley» habían logrado erradicar las enfermedades venéreas. Según Hitler, los políticos de Weimar habían fracasado porque sus medidas contra la prostitución y las ETS apenas abordaban los síntomas, no las raíces, de la profunda crisis moral y racial de Alemania. Como Hitler enfatizó, «quien quiera atacar la prostitución, debe ayudar en primer lugar a eliminar su base espiritual. Debe limpiar la inmundicia de la plaga moral de la ‘civilización’ de las grandes ciudades”. Hitler apoyaba las peticiones hechas por la derecha religiosa de prohibir la literatura, el arte y los entretenimientos “indecentes”; también argumentaba que la regeneración de la nación alemana requería que «las personas defectuosas no pudieran propagar una descendencia igualmente defectuosa».

Sin embargo, la clave para evitar la «extinción» nacional y racial de Alemania a causa de la «plaga» de enfermedades venéreas era la destrucción de aquellos que supuestamente habían conspirado para contaminar al pueblo alemán. Los nazis acusaron a los judíos y los «marxistas» de ser los principales beneficiarios de la prostitución y la propagación de las ETS. Hitler enfatizó que su observación de los proxenetas judíos en Viena lo había convertido al antisemitismo. «Cuando de esta manera reconocí por primera vez al judío como el director despiadado, desvergonzado y calculador de este repugnante tráfico del vicio en la escoria de la gran ciudad, un escalofrío recorrió mi espalda». La prensa nazi se llenó de propaganda sobre la supuesta «trata de esclavas blancas» de mujeres cristianas controlada por judíos. Tales artículos frecuentemente culpaban al Estado de Weimar y a su más acérrima partidaria, la socialdemocracia, por su complicidad con los «crímenes sexuales» judíos. Der Angriff, un semanario editado por Joseph Goebbels en Bertin, atacó al diputado jefe de policía Bernhard Weill, judío y demócrata, por proteger a los «tratantes de esclavas» judíos (Mädchenhändler) de su procesamiento judicial. En otro tema, el periódico acusó al gobierno de coalición del SPD de Berlín de apoyar el establecimiento de burdeles autorizados para «aumentar las ganancias de los empresarios judíos» . El semanario pornográfico Der Stürmer afirmó que los reformadores sexuales judíos y socialistas querían contaminar la juventud alemana con enfermedades venéreas. La propaganda nazi sobre la prostitución y las ETS fusionaba el antisemitismo con los miedos conservadoras sobre la «decadencia moral» y el «bolchevismo sexual». Al hacer hincapié en la supuesta «inmoralidad» de Weimar, los nazis se esforzaron por socavar el apoyo popular al régimen democrático. La reacción contra la reforma de la prostitución de 1927 les ofreció una oportunidad ideal para aplicar esta estrategia..

Dos días antes de la implementación de la ley anti-EV, Völkischer·Beobachter, el órgano oficial del Partido Nazi, publicó un artículo de primera plana en el que atacaba la reforma. Contrariamente a su objetivo declarado, afirmaba el artículo, la ley produciría un gran aumento de enfermedades venéreas porque elevaba la prostitución al estatus de profesión respetable. Los responsables eran los judíos y los socialdemócratas, que habían impulsado la despenalización de la prostitución para socavar los fundamentos nacionales y raciales de la familia. Bajo las banderas de la democracia y la igualdad de derechos para las mujeres, la ley anti-EV ponía en peligro la salud del pueblo alemán. «Las casas respetables se convierten en caldo de cultivo de inmoralidad mientras que los proxenetas, los chulos y las putas se regocijan de que ha llegado su momento. ¡La edad de oro ha comenzado! Así es como el marxismo percibe la solución al problema de la prostitución». Otro artículo en el Völkischer·Beobachter elogiaba el antiguo sistema de prostitución regulada por el Estado. «La estrecha organizaciónde la policía moral es mejor para proteger la salud de la gente que la proclamación del ‘amor libre’ a través de esta ley (anti-EV)».

También en el ámbito local, los nazis se unieron a los movimientos conservadores contra la reforma de la prostitución de 1927. En un discurso ante el parlamento de Munich, el 1 de octubre de 1927, Karl Fiehler, el concejal nazi de la ciudad y su futuro alcalde, atacó a la socialdemocracia que había «despojado a la prostitución de su carácter deshonroso». Las agresiones verbales de Fiehler se centraron especialmente en Julius Moses, el portavoz socialdemócrata en materia de salud y judío, a quien Fichler culpó por el aumento del sexo comercial y las ETS. En Bremen, los nacionalsocialistas movilizaron a los ciudadanos contra la despenalización de la prostitución. En una serie de artículos publicados durante el otoño de 1931, el Bremer Nationalsozialistische Zeitung pidió al gobierno que limpiara las calles de «vicio».

La propagación de la prostitución de calle, proclamaba el periódico, era un crimen contra la juventud de Alemania, «la posesión más preciosa de nuestra nación». En su campaña contra la reforma de 1927, los nazis afirmaron tener un amplio apoyo entre los funcionarios de Bremen y las asociaciones de ciudadanos.

 

II.

Prostitución, el programa “moral” y el establecimiento del dominio nazi

Durante los meses que siguieron al nombramiento de Adolf Hitler como canciller del Reich el 30 de enero de 1933, los nazis siguieron presentándose como guardianes de la moral sexual convencional. Esta estrategia buscaba reforzar el apoyo al nacionalsocialismo entre los grupos religiosos conservadores. Hitler estaba especialmente preocupado por vencer la oposición del episcopado católico. En enero de 1931, el Cardenal de Breslau —Adolf Bertram—, presidente de la Conferencia Episcopal de Fulda, había condenado la ideología racista nazi como incompatible con el cristianismo. Como consecuencia, los clérigos católicos a menudo aconsejaban a sus parroquianos no afiliarse al partido nazi ni votar por el NSDAP. Para expandir su poder en la primavera de 1933, los nazis necesitaban urgentemente el apoyo de los católicos conservadores. En particular, tenían que asegurar la aprobación por el Partido de Centro  de la Ley Habilitante (Ermächtigungsgesetz) del 24 de marzo de 1933, que concedía al gobierno amplios poderes dictatoriales. El programa “moral” desempeñó un papel crucial en el logro por parte de Hitler del apoyo de la derecha religiosa. En su discurso ante el Reichstag del 23 de marzo, Hitler garantizó a los conservadores el compromiso de los nazis con la defensa de los valores cristianos:

Por su decisión de llevar a cabo el saneamiento moral y político de nuestra vida pública, el gobierno está creando y garantizando las condiciones de una vida religiosa auténticamente profunda e íntima… El gobierno nacional ve en ambas denominaciones cristianas el factor más importante para el mantenimiento de nuestra sociedad. Observará los acuerdos firmados entre las Iglesias y las provincias… Y se preocupará por una sincera cooperación entre la Iglesia y el Estado. La lucha contra la ideología materialista y por la erección de una auténtica comunidad del pueblo sirve tanto a los intereses de la nación alemana como de nuestra fe cristiana.

 Al día siguiente, el Reichstag aprobó la Ley Habilitante con el apoyo de los delegados del Partido de Centro. Poco después, los obispos católicos revocaron su condena del “paganismo” nazi. Los conservadores, tanto católicos como luteranos, se mostraron esperanzados de que los nazis erradicaran el “bolchevismo sexual” y dieran la vuelta a lo que percibían como “decadencia moral” de Alemania.

Los nazis cultivaron conscientemente su imagen de purificadores de la moralidad pública. Se centraron especialmente en la lucha contra la prostitución, ya que ésta era la preocupación fundamental de la derecha religiosa. Como comisionado federal del Ministerio Prusiano del Interior, Hermann Göring lanzó una serie de decretos contra la “inmoralidad pública”. El 22 de febrero de 1933, Göring anunció preparativos para la revisión de la Cláusula 361/6 del código penal, lo que daría a la policía mayor autoridad para combatir la prostitución pública. Mientras tanto, la policía haría “pleno uso” de las provisiones legales existentes contra la prostitución de calle. El decreto de 22 de febrero prohibió expresamente las regulaciones especiales de la policía para el control de las prostitutas, una medida que habría distanciado a los conservadores oponentes del regulacionismo. El 23 de febrero, Göring lanzó otro decreto que imponía la estricta supresión de la prostitución de calle y de los pisos compartidos (Absteigequartiere) usados por las prostitutas para atender a sus clientes.

En mayo de 1933 los nazis hicieron efectiva la prohibición de la prostitución de calle. La Cláusula 361/6 revisada penalizaba cualquier forma de solicitación pública ejercida “de forma llamativa o de forma que suponga un acoso a los individuos o al público”. En paralelo con estas nuevas restricciones legales a la prostitución, la policía emprendió redadas masivas contra las prostitutas callejeras. Aunque no existen cifras completas, se ha estimado que “miles, incluso con más probabilidad decenas de miles” de prostitutas fueron detenidas durante la primavera y el verano de 1933. En Hamburgo, la policía detuvo a 3.201 mujeres sospechosas de prostitución entre marzo y agosto de 1933; de éstas, 814 fueron sometidas a detención preventiva (Schutzhaft), y 274 fueron sometidas a tratamiento forzoso por ETS. En una sola redada nocturna en junio de 1933, la policía de Düsseldorf, reforzada por unidades locales de las SS, detuvo a 156 mujeres y 35 hombres acusados de prostitución callejera. La dudosa base legal para estas detenciones en masa la proporcionó el Decreto de Emergencia para la Protección del Pueblo y del Estado de 28 de febrero de 1933, que suspendía las libertades civiles.

Los grupos conservadores religiosos dieron la bienvenida a las medidas de los nazis contra la prostitución. Adolf Sellmann, presidente de la protestante Asociación de Moralidad del Oeste de Alemania (Westdeutscher Sittlichkeitsverein), alabó a Hitler por “salvar” a Alemania de la “decadencia moral” de Weimar: “Fue para nosotros un día grande y maravilloso aquel 30 de enero de 1933 en que nuestro líder y canciller del Reich Adolf Hitler se hizo cargo del gobierno. De golpe, todo cambió en Alemania. Toda la basura y la mugre desapareció de la vista del público. De nuevo las calles de nuestras ciudades aparecieron limpias. La prostitución, que previamente se había extendido en nuestras grandes ciudades, así como en muchas pequeñas localidades, fue ahuyentada… De repente, todo lo que habíamos esperado y deseado se hizo realidad”. De la misma manera, la Volkswartbund católica se alegró de la “vigorosa actitud” (frischer Zug) del nuevo régimen hacia el “vicio”. Un artículo publicado en Volkswart en el verano de 1933 comparaba favorablemente la supresión por los nazis de la prostitución y otras formas de “indecencia” con la “laxitud” del estado de Weimar. “Qué agradecidos estamos todos en la Volkswartbund con el equilibrado pero firme enfoque del nuevo gobierno hacia la mugre allí donde es visible… Por tanto: Siegheil !” Y los nuevos dirigentes se mostraron ciertamente complacientes a las demandas de la derecha religiosa. El 16 de marzo de 1933, los dirigentes de las asociaciones de moralidad luteranas y católicas se reunieron con representantes del Ministerio Prusiano del Interior y de la policía para discutir propuestas para una lucha más eficaz contra la “inmoralidad”. Con evidente deleite, la Volkswartbund reseñó que en la reunión, los funcionarios prusianos pusieron énfasis en “la necesidad de cooperación entre el gobierno y las ramas locales de las distintas asociaciones de moralidad”. Durante la primavera y el verano de 1933, los nazis convencieron a la derecha religiosa de su genuina determinación de defender los ideales cristianos tradicionales de pureza sexual. Ello era una precondición clave para la extensión y estabilización del poder nazi durante este vital período.

Against the Moraltuerei: Regulationism after 1934 

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The Radicalization of Nazi Prostitution Policies during the Second Wold War

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Conclusion

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De la naturaleza criminal del abolicionismo

Publicado por primera vez el 31 de diciembre de 2017

De la naturaleza criminal del abolicionismo

El abolicionismo es una ideología fundamentalista que propugna la supresión del derecho de las mujeres a prostituirse.

Fuertemente organizado a nivel nacional e internacional, infiltrado en España en partidos y organizaciones feministas a modo de secta y haciendo uso de subvenciones y presupuestos públicos destinados a otros fines, el abolicionismo atenta contra el sistema de libertades y derechos democráticos que garantiza la Constitución.

1.- Delito contra la la libertad sexual

La Constitución se legitima a sí misma al reconocer que “la dignidad de la persona humana, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”.

Y el Tribunal Constitucional define la dignidad como “un valor espiritual y moral inherente a la persona, que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás”.

El desarrollo normativo de este principio constitucional incluye, entre otros, el Título VIII del Libro II del Código Penal, Título rubricado “Delitos contra la libertad e indemnidad sexuales”.

“El bien jurídico protegido en estos delitos es la libertad sexual, que tiene diversas dimensiones. Una dimensión activa o positiva que sería la capacidad de la persona de disponer libremente de su propio cuerpo a efectos sexuales y comportarse en el plano sexual según sus propios deseos, tanto en cuanto a la relación como a la persona con quien se mantiene. Una segunda dimensión negativa o pasiva que sería la capacidad de negarse a realizar o a dejar que se realicen en ella por parte de otra personas actos de naturaleza sexual que no quiere hacer o soportar. Se trata, pues, de proteger el derecho a la libre disposición carnal y autodeterminación sexual, entendida como capacidad de hacer o no uso del propio cuerpo a efectos sexuales, así como de ejercer los medios de defensa o protección personal pertinentes frente a actuaciones ajenas de esa naturaleza” (1).

Esta “protección al derecho a la libre disposición carnal y autodeterminación sexual, entendida como capacidad de hacer uso o no del propio cuerpo a efectos sexuales” se ve reflejada en el Código Penal sólo en cuanto al derecho a no hacer uso del propio cuerpo, pero no en cuanto al derecho a hacer uso del mismo. Dado que ambos derechos, el de hacer y el de no hacer, consisten en los dos aspectos de un solo derecho, a saber, el derecho a la libertad sexual, es evidente que debe considerarse el mismo tipo de delito la violación del derecho a no hacer como la del derecho a hacer. Pero el Código Penal sólo tipifica el delito de determinar a persona mayor de edad a ejercer o a mantenerse en la prostitución, ignorando el delito de determinar a persona mayor de edad a no ejercer o a apartarse de la prostitución. en las mismas circunstancias.

Así, dice el Artículo 187

1.- El que empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o de vulnerabilidad de la víctima, determine a una persona mayor de edad a ejercer o mantenerse en la prostitución, será castigado con las penas de prisión de dos a cinco años y multa de doce a veinticuatro meses.

Es necesario por tanto, para ajustar la normativa legal al principio constitucional, tipificar el delito de abolicionismo en un artículo del Código Penal que, necesariamente, debería quedar redactado así:

“El que empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o de vulnerabilidad de la víctima, determine a una persona mayor de edad a no ejercer o apartarse de la prostitución, será castigado con las penas de prisión de dos a cinco años y multa de doce a veinticuatro meses.”

2.- Delito de odio

Las conductas que castiga el tipo básico del delito de odio (2) son las siguientes:

”a)  Quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad. “

Este es el caso de la conducta abolicionista, que fomenta, promueve e incita directamente al odio, hostilidad, discriminación y violencia contra las prostitutas, por motivos referentes a su sexo y su orientación o identidad sexual.

Más aún, las organizaciones abolicionistas promueven una visión deshumanizada de las prostitutas, negándoles su capacidad de decisión y, por tanto, el que tengan una auténtica libertad sexual. Al hacerlo así, intentan asimilarlas a aquellas personas cuya indemnidad sexual debe proteger la ley. Estas personas son:

“Las personas afectadas por limitaciones intelectuales bien por trastorno mental o privación de uno o varios sentidos o bien por minoría de edad con escaso desarrollo intelectual no puede decirse que estén autodeterminadas en el plano sexual, no pudiéndose predicar a su respecto que tengan una auténtica libertad sexual o por lo menos no con la amplitud de quien no tiene esas limitaciones. Estas personas no pueden ejercer válida ni eficazmente esa libertad por lo que el bien jurídico a proteger penalmente se ha dado en llamar la intangibilidad o indemnidad sexuales” (2).

Queda, pues, puesta meridianamente de manifiesto la peligrosidad social de la secta abolicionista, capaz de identificar a un grupo social como si de una “raza inferior” se tratara, carente de la plenitud de sus funciones intelectuales y condenada a sufrir el tutelaje propio de menores de edad o discapacitados mentales. Actitud que no resulta difícil identificar con la del racismo de más funesta memoria.

Urge, pues, una actuación de oficio del Ministerio Público contra las organizaciones abolicionistas, en defensa de los principios constitucionales y de los derechos fundamentales de las personas.

3.- Asociación para delinquir

El Art. 570 ter del Código Penal dice:

“A los efectos de este Código se entiende por grupo criminal la unión de más de dos personas que, sin reunir alguna o algunas de las características de la organización criminal definida en el artículo anterior, tenga por finalidad o por objeto la perpetración concertada de delitos.”

Las organizaciones abolicionistas, a la luz de lo señalado en los dos apartados anteriores, satisfacen las condiciones de esta definición, pudiendo por tanto ser consideradas grupos criminales. Urge la actuación de oficio del Ministerio Público para hacer prevalecer también aquí el imperio de la Ley.

Conclusión

Desde el respeto a las disposiciónes legales vigentes y a las decisiones judiciales, los ciudadanos tenemos el derecho y la obligación de contribuir al perfeccionamiento de las leyes. Esta es mi aportación a dicho perfeccionamiento.


1.- http://www.guiasjuridicas.com/Content/Documento.aspx?params=H4sIAAAAAAAEAMtMSbF1jTAAAUMTQ0MTtbLUouLM_DxbIwMDCwNzAwuQQGZapUt-ckhlQaptWmJOcSoA6ZpvrDUAAAA=WKE

2.- https://www.mundojuridico.info/el-delito-de-odio/

A favor de la legalización de la prostitución voluntaria

Saben de sobra que la prostitución no va a desaparecer, porque siempre ha estado ahí y siempre estará

 

Por Guadalupe Sánchez

23 de marzo de 2021

https://www.vozpopuli.com/opinion/legalizacion-prostitucion.html

 

La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Carmen Calvo. Europa Press

 

El Gobierno de las feministas y de los feministos nos dice que necesitamos un cambio de paradigma para que el consentimiento de las mujeres esté en el centro. “Sólo sí es sí” y por eso deberá constar por escrito y firmado en duplicado ejemplar por todos los partícipes en el intercambio de prestaciones sexuales. Se aconseja añadir un anexo en el que se detallen los actos, posturas y movimientos a los que la dama consiente y la duración máxima y mínima del coito. El varón empresario deberá resaltar en negrita aquellas cláusulas que considere de difícil comprensión para la hembra consumidora de sus servicios orales y/o genitales.

Pero, ay, cómo cambian las cosas cuando el intercambio sexual no es a título lucrativo —o sea, gratis— sino oneroso y es la mujer la que asume por decisión propia el rol de empresaria. En estos casos, la voluntad del Gobierno ha de primar sobre la de la fémina. Ni cambio de paradigma, ni consentimiento expreso, ni puñetas.


Lo único que van a conseguir con esta ley es no tener que apartar su puritana mirada cada vez que se crucen en su camino con esas vulgares meretrices indignas y antidemocráticas


Ha anunciado la vicepresidenta Carmen Calvo una “legislación nacional abolicionista que prohíba la prostitución en toda España y que nos dignifique como democracia”. Ya no les basta con negar reconocimiento jurídico y, por lo tanto, protección, asistencia y cobertura a las que se dedican al negocio del sexo. Ahora también quieren relegarlas a la ilegalidad. Saben de sobra que la prostitución no va a desaparecer, porque siempre ha estado ahí y siempre estará: ¡por algo es conocida como el oficio más antiguo de mundo! Tanto es así que algunos de sus más fieles usuarios en privado eran y son quienes más reniegan de ella en público. Lo único que van a conseguir con esta ley es no tener que apartar su puritana mirada cada vez que se crucen en su camino con esas vulgares meretrices indignas y antidemocráticas.

¿Cristiano o progresista?

Confieso que no puedo evitar evocar al caudillo cuando escucho a Carmen Calvo —y a la cohorte a sueldo del Ministerio de Igualdad— argumentar contra la prostitución. Mediante decreto ley de 3 de marzo de 1956, el Generalísimo aprobó la abolición de los centros de tolerancia y otras medidas relativas a la prostitución. “La incontestable ilicitud de la prostitución ante la teología moral y ante el mismo derecho natural, ha de tener reflejo obligado en el ordenamiento positivo de una nación cristiana para la debida protección de la moral social y del respeto debido a la dignidad de la mujer”. Así arrancaba el preámbulo de la norma franquista. Si donde dice “cristiano” me ponen ustedes “progresista” ya le estarán adelantando a esta panda de pacatos del Ejecutivo una parte de la tarea legislativa. Seguro que también les valdrá el artículo primero, que rezaba: “Velando por la dignidad de la mujer y en interés de la moral social, se declara tráfico ilícito la prostitución”. ¡Carmen, atiende, que Franco era feminista y te adelantó buena parte de la faena!

Lo que está claro es que las mujeres nos debemos a fines más elevados, que en los cincuenta eran aquellos que nos imponía el dictador y ahora son los que nos marcan las ministras, los ministros y les ministres. El paternalismo feminista ha reemplazado al franquista.

La ideología no les deja ver que la explotación sexual no trae causa de la prostitución. Prohibir la segunda no solucionará la primera, sino al contrario, la agravará. Legalizar la prostitución no sólo redundaría en mejoras para aquéllas que se dedican al negocio del sexo voluntariamente, sino que también facilitaría erradicar el execrable crimen que es la trata de seres humanos. Pero sé que pido demasiado a quienes no han venido a trabajar sino a sacar a pasear eslóganes y pancartas.

 

Trabajadoras sexuales, feministas e ‘influencers’

Un grupo de mujeres brasileñas se gana la vida ejerciendo el trabajo sexual y contando en redes sociales sus experiencias, compartiendo desde consejos picantes hasta enseñanzas sobre finanzas

 

Por Joana Oliveira

SÃO PAULO – 20 de marzo de 2021

https://elpais.com/sociedad/2021-03-20/trabajadoras-sexuales-feministas-e-influencers.html

 

Patrícia Rosa, prostituta y activista feminista lee un libro de la escritora Gabriela Leite, fundadora del Movimiento de Prostitutas de Brasil.Mariana Bernardes / EL PAÍS

 

Se ganan la vida ejerciendo el trabajo sexual en Brasil y contando sus experiencias en las redes sociales, compartiendo desde consejos picantes hasta enseñanzas sobre educación financiera y, sobre todo, feminismo. Con miles (a veces millones) de seguidores, algunas prostitutas que se han convertido en influencers tratan de eliminar los numerosos estigmas de la prostitución. “Los hombres no quieren que hablemos abiertamente de la prostitución, porque estamos hablando de su vida paralela, de algo que hacen a escondidas”, dice Patrícia Rosa, una de estas mujeres, que lleva siete años ejerciendo el trabajo sexual y cuenta parte de su rutina en Instagram. Son actividades como la suya las que hacen posible la ilusión de la monogamia, bromea.

Bajo la interpretación del personaje Chica de Compañía Mentirosa, cuenta sus experiencias como sugar baby (acompañante sostenida por un hombre, normalmente mayor y más rico), lo que ella llama “prostitución tradicional”, pero plantea debates sobre la violencia contra las mujeres, la independencia económica femenina y los derechos que deberían tener las trabajadoras del sexo. Todo ello con un lenguaje simple y directo. “A veces la gente utiliza palabras muy rebuscadas para decir cosas sencillas. Nos convertimos en feministas en el momento en que cuestionamos la naturalización de la misoginia, no creo que necesitemos tener contacto con la filosofía feminista para ello”, aclara Patrícia Rosa, que participa en el Coletivo Puta da Vida.

Fotógrafa, artista y productora cultural, Patrícia comenzó a trabajar con el sexo por la dificultad de mantenerse económicamente. “Para ser una artista con cierta comodidad en Brasil hay que tener dinero”, dice. Se planteó entrar en la prostitución después de darse cuenta de que tenía valor para salir con desconocidos de la aplicación de citas Tinder. “Estas aplicaciones trajeron la popularización del sexo casual y, para mí, tienen la misma dinámica que el trabajo sexual, solo que de una forma menos protegida y no remunerada”.

Esta es una de las cosas que enseña a sus seguidores: el afecto, el cuidado y el placer que una mujer proporciona a un hombre es siempre un trabajo no remunerado. “Todo el mundo trabaja con su cuerpo. Una empleada de servicio doméstico, por ejemplo, trabaja con su cuerpo y gana mucho menos que una puta. Gracias a la prostitución empecé a entender todo el trabajo no remunerado que hacen las mujeres, como cuando se follan a sus novios y maridos gratis y sin disfrutarlo”.

Patrícia dice que la mayoría de las mujeres ven la prostitución en un lugar oscuro porque se les enseña que “ser una puta es lo peor” que puede ser una mujer. “Pero cuando se llega al subempleo, creo que la prostitución es una opción. Y, especialmente para las mujeres pobres, el trabajo sexual es una posibilidad de ascenso social”, afirma.

Patrícia Rosa, trabajadora sexual y activista feminista.Mariana Bernardes

Ese fue el caso de Mara Vale. Tras ver recortadas las dos becas que pagaban su carrera de filología inglesa, decidió abandonar el Estado de Bahía para ir a São Paulo y convertirse en prostituta. Antes, incluso vendía helados para mantenerse, pero solo ganaba 300 o 400 reales al mes (unos 75 dólares). “Si pagaba el alquiler, no comía”, recuerda. Al principio, trató de ser una sugar baby, pero gracias a la orientación de una amiga, decidió hacer su primer programa en Twitter. “Veía series y documentales sobre la prostitución, buscaba cosas para leer, pero había poco contenido al respecto”, dice c, que ahora gana entre 3.000 y 5.000 reales al mes (entre 550 y 900 dólares).

Cuando se dio cuenta de lo difícil que era encontrar material sobre la prostitución, creó un canal en YouTube, que alcanzó 15 millones de visitas y 183.000 suscriptores, para enseñar a otras mujeres cómo iniciarse en el mundo del trabajo sexual. Allí y en Instagram relata las experiencias más destacadas con sus clientes, da consejos sobre sexo oral y organización financiera, enseña a hacer programas por anuncio y advierte a las mujeres sobre las estafas más comunes de los clientes.

En los vídeos más íntimos, habla de cómo lidia con su depresión y responde a las críticas de quienes dicen que “ser una puta es el camino más fácil”. “Renuncié a mi sueño de ser profesora de inglés porque me moría de hambre. No me arrepiento de haberme abierto de piernas y de haber cobrado por ello”, dice. Vale también cuenta que el autoestima y el respeto por una misma cambian cuando una mujer empieza a cobrar por el sexo. “He tenido relaciones con hombres que no se preocupaban por mí. Ahora los chicos me tratan como una reina, me siento más valorada. No pretendo dar glamur a la prostitución, pero trabajo a la hora que quiero, sirvo a quien quiero y amueblo mi casa pagando todo en efectivo”.

Mara Vale no interpreta un personaje: aparece con la cara limpia y en pijama en muchos de sus videos. Patrícia Rosa, en cambio, encarna “la típica Bruna Surfistinha, la chica de clase media, chica de compañía” que hace trabajo sexual porque quiere, no porque lo necesita. “Es una especie de autopreservación. Cuando creen que estás ahí porque lo necesitas, piensan que vas a aceptar cualquier cosa”, explica. La mujer explica que no se priva de publicar fotos en redes con su familia y amigos. “Tenemos que mostrar que las putas también son personas, tienen vidas, tienen familias, se divierten”. En este proceso de normalización, ella misma empezó a contar a algunos miembros de su familia cuál es su sustento de vida. Cuando salen con hombres y mujeres más allá de su profesión, las prostitutas escuchadas en este reportaje no ocultan con qué trabajan, pero, siempre que es posible, prefieren dejar el romanticismo fuera de estas relaciones.

Quien también expone su vida personal y profesional en las redes es Lays Peace, una prostituta de 21 años que se hizo famosa durante la pandemia, alcanzando casi dos millones de seguidores en Instagram. Comparte desde momentos con su madre hasta informes de reuniones con clientes. En un vídeo, aparece besando a su novio, en otro corre detrás de un hombre que se negó a pagarle. En sus señales en directo, enseña a hacer cosas como la inversión —cuando la mujer penetra al hombre—. “Ayuda a otras mujeres a convertirse en prostitutas de lujo. ¿En qué otro momento del mundo una prostituta sería una influencer? Incluso hasta la visión de lo que es ser una puta, de lo que es ser una mujer empoderada de su sexo, está cambiando”, celebra Patrícia. Y Lays no oculta cuánto cobra. El pasado 17 de febrero, por ejemplo, anunció una “promoción” de sus servicios: 3.000 reales por una cena con ella, más una cita de una hora.

Al reivindicarse como prostitutas feministas, contradicen la corriente del movimiento por los derechos de la mujer que cree que la prostitución debe ser abolida, ya que la considera una “violación pagada”. Estas activistas entienden que la relación sexual, en la prostitución, implica necesariamente la violación de la persona que la ejerce, ya que el consentimiento se obtendría a través del dinero. Es el caso de QG Feminista, un grupo de mujeres de entre 18 y 45 años, de los más diversos ámbitos, que están a favor de la abolición del trabajo sexual porque entienden que, además de perpetuar el poder de los hombres, el “comercio sexual depende tanto del racismo como del colonialismo para explotar a mujeres y niñas de todo el mundo”.

La explotación sexual infantil es precisamente otro argumento utilizado por las abolicionistas. En este sentido, Patrícia Rosa es tajante: “La prostitución es diferente de la explotación sexual infantil. Los niños no trabajan y punto, en ningún contexto. La prostitución es un trabajo elegido por las mujeres adultas. La reglamentación del trabajo sexual ayudaría incluso a proteger a los niños”, afirma.

Sobre la supuesta incoherencia de ser “puta y feminista” —otro argumento utilizado por las abolicionistas, casi siempre en tono acusador—, Monique Prada, prostituta, autora del libro Putafeminista (Ed. Veneta, 2018) y una de las fundadoras de la Central Única de Trabajadoras Sexuales, que lucha por los derechos de la categoría profesional, dice que “aislar a las trabajadoras sexuales del feminismo es como condenarlas a la violencia e impedirles luchar por cambios esenciales en su entorno”. “Algunas corrientes feministas aíslan a las trabajadoras del sexo por puro moralismo, al igual que las iglesias”, añade.

“La prostitución incomoda a la sociedad porque se trata de una mujer dueña de su sexualidad que decide venderla. ¿Por qué a las feministas blancas les molesta más esto que la explotación a la que están sometidas sus empleadas de servicio doméstico negras?”, agrega Patrícia.

Las putativistas argumentan que la reglamentación del trabajo sexual protegerá a las mujeres de la violencia, facilitará la fiscalización y la lucha contra la explotación infantil, y permitirá organizar el precio de este trabajo. Para Patrícia, los casos de mayor violencia que se producen en su oficio es cuando un cliente se niega a pagar y cuando intentan mantener relaciones sexuales sin preservativo. Una vez se enfadó cuando un cliente le envió en broma el vídeo de un marido que estrangulaba a su mujer cuando se enteraba de que ella hacía programas de Youtube con otros hombres. “Lo sentí como una amenaza. Después de eso, lo bloqueé de mi vida”. Sin embargo, afirma que la violencia no puede utilizarse para estigmatizar el trabajo sexual. “Todas las mujeres sufren acoso en el trabajo. Ya no siento miedo por ser prostituta, he sufrido más violencia fuera del trabajo sexual que en la prostitución”, aclara.

Patrícia y Monique afirman que las redes sociales y la popularización de plataformas como Only Fans han facilitado el intercambio de información, incluida la económica, y las experiencias de autoprotección entre las prostitutas. “De todos los trabajos que he hecho, solo con la prostitución aprendí cuánto vale mi tiempo. E internet ayudó a fijar los precios, porque hablamos entre nosotras”, cuenta Patrícia. Como no todas las trabajadoras sexuales tienen acceso a internet o saben utilizar las redes sociales, la Articulación de Prostitutas de Brasil ha ofrecido cursos sobre herramientas digitales.

 

Lo que nos dice el acto de feminicidio de Atlanta sobre los hombres y las trabajadoras sexuales

¿Cuál es la respuesta? Parece fácil, pero no lo es

 

 Victoria Gagliardo-Silver@victoriaxsilver

viernes 19 marzo 2021

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https://www.independentespanol.com/opinion/atlanta-georgia-spa-tiroteos-robert-aaron-long-trabajadoras-sexuales-b1819403.html

 

Ataques mortales contra tres salones de masajes asiáticos en Atlanta, EE.UU.
(Atlanta Journal-Constitution)

 

Otro día en Estados Unidos, otras ocho vidas perdidas por el cáncer de la supremacía blanca y la misoginia.

El tiroteo en Georgia del martes por la noche fue la culminación de la xenofobia, el sexismo y la putofobia: el presunto tirador, Robert Allen Long, eligió los negocios de masajes asiáticos por una razón. Según la policía, mató a estas mujeres específicamente para eliminar su tentación sexual individual, disparando a las supuestas trabajadoras sexuales en un «ataque a la industria del porno«. Por mucho que se trate de un acto de violencia contra los asiáticos, es un acto de violencia contra el trabajo sexual y un acto de feminicidio.

No puedo decirte cuántos chistes he escuchado que convierten a una trabajadora sexual muerta en un chiste. Las mujeres trabajadoras del sexo a menudo se enfrentan a la violencia a manos de los hombres, tanto en línea como en tiempo real, que no se denuncia porque carecemos del apoyo de los sistemas que nos criminalizan. Las trabajadoras sexuales tienen entre un 45 y un 75 por ciento de probabilidades de ser agredidas en el trabajo, y las trabajadoras sexuales transgénero y migrantes y las trabajadoras sexuales de color tienen una mayor probabilidad de sufrir daños. Al mismo tiempo, no podemos recurrir a la policía en peligro cuando la estructura misma de nuestro trabajo es ilegal. Somos gente común: vuestras maestras, enfermeras, maquilladoras, madres. He trabajado en las Naciones Unidas y en salas de redacción galardonadas, pero la respetabilidad no evitará que un cliente me haga daño o que los hombres me acosen en Internet.

En este caso, no importa intrínsecamente si las trabajadoras del masaje eran trabajadoras sexuales o no. Sigue siendo que fueron el objetivo de alguien que las vio como trabajadoras sexuales.

La industria del sexo y, a su vez, las trabajadoras sexuales se encuentran en una extraña intersección de legalidad y moralidad. Algunas formas de trabajo sexual pueden ser técnicamente legales con ciertas estipulaciones, pero todas las trabajadoras sexuales enfrentan un cierto tipo de estigma por el trabajo que realizan, y todas caemos bajo el paraguas del trabajo sexual. Ponerse en contacto directamente con la policía no sólo pone a las trabajadoras sexuales en riesgo individual de ser arrestadas, sino que los estudios han demostrado que la policía a menudo discrimina y se niega a ayudar a las trabajadoras sexuales de la calle, incluidas las que han sido violadas. Además, el 27 por ciento de las mujeres en un estudio informó que la policía había propagado la violencia contra ellas.

La solución parece fácil, ¿verdad? Con el aumento de la pornografía directa al consumidor y los sitios de fans y en medio de los cierres pandémicos, parece que ingresar a un sitio como Onlyfans sería una forma bastante fácil de ganar dinero seguro, y el trabajo sexual callejero y de servicio completo disminuiría. al borde del camino. Sin embargo, esa no es la historia completa. Los creadores de contenido migrantes no pueden acceder a dichas plataformas porque, como creador, necesita una cuenta bancaria para adjuntarla a casi todas. Si alguien necesita dinero para alimentar a sus hijos ese día, Onlyfans tiene un período de procesamiento. Y con el artículo reciente de Nicholas Kristof que llevó a MasterCard y Visa a negarse a trabajar con Pornhub, muchos artistas porno independientes están luchando por encontrar una nueva forma de obtener los ingresos que necesitan para sobrevivir.

Una trabajadora sexual promedio no gana decenas de miles de dólares, sino que trabaja para pagar su comida y alojamiento. Sólo requiere $1.000 al mes para estar entre el 10 por ciento superior de los artistas de Onlyfans. Es lógico que la mayoría gane muy por debajo del salario mínimo.

La pornografía no es el problema, per se, sino el hecho de que nuestra sociedad prospera con la explotación del trabajo de las mujeres, tanto sexual como emocional. El verdadero problema, como de costumbre, es el patriarcado.

Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Cómo protegemos a las trabajadoras sexuales en una nación que devalúa activamente el trabajo sexual y el trabajo de las mujeres, hasta el punto de la violencia? La despenalización del comercio sexual es la única opción.

Valentina Fox , una dominatrix con sede en Nueva York, dice: “La despenalización es el primer paso para humanizar a las trabajadoras sexuales para el público en general. Las trabajadoras sexuales también tienen esperanzas y sueños. Las mujeres que fueron asesinadas tenían esperanzas y sueños; eran personas completas y complejas con familias asesinadas por ser (percibidas como) trabajadoras sexuales. Es peligroso que estemos agrupadas con perpetradores violentos de delitos a los ojos del público. Conduce al odio y a los malentendidos».

Nuestro sistema legal fusiona el trabajo sexual consensuado con la trata sexual, lo que perjudica tanto a las víctimas de la trata como a las trabajadoras sexuales consensuales. Con la despenalización del comercio sexual, que es recomendada por la Organización Mundial de la Salud como práctica de salud pública, más ingresos de los departamentos de policía podrían dirigirse a las víctimas reales de la trata, y las trabajadoras sexuales podrían recibir servicios de la policía y las organizaciones gubernamentales de salud sin miedo a perder ingresos o ser denunciadas como objeto de trata.

La despenalización también viene con los beneficios de seguridad adicionales que existían antes de que FOSTA-SESTA expulsara a las trabajadoras sexuales de la esfera digital: tableros de selección de clientes y proveedores donde los clientes inseguros pueden ser incluidos en listas negras, foros publicitarios, soporte en línea y en tiempo real, y servicios de salida de la industria. Esto no previene intrínsecamente atrocidades como la de Georgia, pero las trabajadoras sexuales merecen el derecho de investigar el historial de sus clientes para asegurarse de que se respetarán sus límites. En otras palabras, merecen la oportunidad de hacerse cargo de su propia seguridad. Eso debería haber sido siempre lo mínimo.

 

Ya te han llamado puta

Algunas de las medidas propuestas en el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual refuerzan los mandatos patriarcales de la sexualidad femenina

 

Por Projecte X

11 de marzo de 2021

https://www.elsaltodiario.com/palabras-en-movimiento/ya-te-han-llamado-puta-

 

Las trabajadoras del sexo se encuentran en el extremo más estigmatizado de las infractoras sexuales y es por ello que cualquier conducta transgresora por parte de las mujeres o personas identificadas como tal puede suscitar el “estigma de puta». Defender el acceso a derechos laborales para las trabajadoras sexuales es una cuestión de justicia básica y primordial para favorecer la ampliación de los marcos de decisión y la capacidad de negociación de un colectivo fuertemente vulnerado. Pero también es imprescindible para acabar con el estigma asociado a la prostitución que afecta a todas las mujeres. Los mandatos de la feminidad en cuanto a la sexualidad implican la represión del deseo y la construcción de una identidad sexual frágil, infantilizada e inapetente. Vulnerar estos mandatos te expone al estigma de puta y a la violencia sexual, castigo privilegiado para las incumplidoras. Además, las normativas sexuales establecen los límites de la corrección sexual pero también favorecen los intereses capitalistas al convertir a las mujeres en guardianas de los valores asociados a la familia. Así se constriñen los deseos que puedan resultar desestabilizantes para la disciplina necesaria que garantiza la continuidad del status quo.

Desde esta visión, nos resultan muy cuestionables algunas de las medidas propuestas en el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, el cual no hace más que reforzar los mandatos patriarcales de la sexualidad femenina que están en la base de las violencias que dice pretender combatir. El texto contribuye a la clásica idea de que la sexualidad de las mujeres es algo sagrado y a la consabida idea del temor femenino a la sexualidad irrefrenable de los hombres, proceso que nos aboca a la exigencia de un deseo suave y emotivo garantizado por la protección estatal.

La modificación del delito de proxenetismo coactivo o la incorporación como delito de la tercería locativa, que niega la capacidad de decisión de las trabajadoras del sexo, al dar por hecho que encontrarse en una situación de dependencia o subordinación te convierte en alguien que no sabe lo que quiere, son buena muestra de ello. Con estas medidas, no solo se empeoran las condiciones de trabajo en el marco de la prostitución, sino que se dan por buenos y legítimos los abusos laborales y la explotación de otros sectores económicos regulados.


Los mandatos de la feminidad en cuanto a la sexualidad implican la represión del deseo y la construcción de una identidad sexual frágil, infantilizada e inapetente.


De la misma forma, la definición de consentimiento que realiza el Anteproyecto, según la cual será considerado como agresión sexual cualquier acto sexual no consentido explícitamente, incide también en esta visión sacralizada de la sexualidad femenina. Esta forma de expresar la noción de consentimiento es la plasmación jurídica del lema feminista “solo sí es sí” mediante el cual se desplaza la necesidad de articular una respuesta negativa, porque solo cuando se afirma la voluntad es un acto consentido. De nuevo, la mencionada propuesta de ley incide en los mandatos de la feminidad patriarcal, en este caso, partiendo de la base de que la frágil identidad femenina no está capacitada para articular una negativa, establecer un límite sexual o, menos aún, ser quien se lo salte. Además, la idea de que las mujeres deben decir que sí para que se presuma su consentimiento es profundamente problemática en cuanto al empoderamiento sexual femenino. Niega la posibilidad de experimentar y explorar el deseo, elemento indispensable para combatir las atribuciones normativas según las cuales, para las mujeres, el sexo es algo secundario al no poder enfrentarse a un espacio necesariamente plagado de contradicción, conflicto y riesgo.


Las mujeres trans, racializadas, de clases trabajadoras, luchadoras, infractoras sexuales y, por supuesto, las trabajadoras del sexo están más expuestas al estigma de puta, pero la lucha contra éste es un interés colectivo.


El Anteproyecto de ley contribuye con todo ello al punitivismo, no solo porque amplia la horquilla de conductas que pueden ser consideradas como delito, sino también porque construye subjetividades femeninas victimizadas, frágiles y susceptibles, imprescindibles para justificar la existencia de un estado protector y castigador ante la indefensión sexual de las mujeres.

Reforzar la sacralización, la fragilidad y la victimización de las mujeres perjudica a las víctimas de violencias ya que les aporta relatos catastrofistas y de indefensión ante los ataques. Los relatos disponibles para interpretar su experiencia, entendiendo además como violencia conductas muy leves, se homogeneizan y se establecen como normativos, con los efectos de exclusión y castigo que esto tiene hacia las víctimas “incorrectas”. Ya te han llamado puta y volverán a hacerlo.


Renunciamos a nuestra reputación sexual: al fin y al cabo, ya nos han llamado “puta” y volverán a hacerlo


Las mujeres trans, racializadas, de clases trabajadoras, luchadoras, infractoras sexuales y, por supuesto, las trabajadoras del sexo están más expuestas al estigma de puta, pero la lucha contra este es un interés colectivo. La institucionalización del feminismo y la hegemonía de un feminismo puritano y castigador han supuesto el abandono de las luchas contra las condiciones que favorecen la estigmatización, la negación de derechos y la violencia contra las mujeres y personas disidentes en cuanto al género.

Por todo ello, entendemos que es necesario luchar juntxs por objetivos políticos comunes que doten de libertades, recursos y derechos a todxs con la finalidad de ampliar la capacidad de negociación y la potencia de los colectivos más vulnerados. Esto no se consigue reforzando la putofobia que se encuentra en la base de muchas violencias, sino luchando por reforzar nuestras comunidades, obteniendo recursos y renunciando a la reputación sexual que nos garantiza una ley punitiva y conservadora.

En Proyecto X renunciamos a nuestra reputación sexual: al fin y al cabo, ya nos han llamado “puta” y volverán a hacerlo.

 

#YATEHANLLAMADOPUTA

 

Trabajadoras sexuales, entre la violencia y la discriminación

 

Autor: Jordana Gonzalez y Karen Ballesteros

25 de febrero de 2021

Trabajadoras sexuales, entre la violencia y la discriminación

 

Violentadas por clientes, hoteleros, policías y hasta por algunos medios de comunicación, en plena pandemia las trabajadoras sexuales se han duplicado. Entre la discriminación y la trata, quienes intentan ejercer esa labor de forma independiente se enfrentan al estigma y al sistema que aún penaliza la prostitución

 

Extorsiones constantes –para no detenerlas “por putas”– son las violencias menos graves que padecen las trabajadoras sexuales a manos de policías; las peores: violaciones sexuales tumultuarias –incluso a bordo de patrullas–, denuncia una de las refugiadas de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez, quien ejerce esa labor desde hace 32 años.

“Si yo le gustaba a los policías, tenían sexo conmigo en contra de mi voluntad. Eso era una violación porque yo no quería”. Su experiencia más dura ocurrió una noche que estaba drogada: 12 granaderos abusaron sexualmente de ella. Aunque trató de esconderse y defenderse, los agentes continuaban aprovechándose de su cuerpo. “Yo no quería. A las 2 o 3 de la mañana me dejaron en la Lagunilla llena de semen, adolorida”.

Más de una vez pensó que no valía nada. Ahora, a sus 53 años, la mujer narra a Contralínea que desde que decidió dedicarse al servicio sexual en las calles del Centro Histórico, las violencias fueron una constante no sólo por parte de la policía, sino también de la sociedad, los clientes y hasta su familia.

Entrevistada en las oficinas de la Brigada Callejera, recuerda que en el pasado había operativos contra la prostitución: “pasaba hasta dos días en El Torito. Nos quitaban nuestro dinero y nos daban de comer, pero era una comida asquerosa”.

De acuerdo con la Encuesta trabajo sexual derechos y no discriminación, en 2020 el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred) analizó tres casos de discriminación contra trabajadores sexuales presuntamente ejercida por autoridades. Aunado a ello, en 2019 la Brigada Callejera presentó 75 denuncias contra elementos de la policía por distintos tipos de violencia, indica Elvira Madrid Romero, presidenta de esa organización.

Es por ello que la búsqueda del reconocimiento del trabajo sexual está estrechamente ligada a la lucha por la despenalización del mismo. Y ello se logró en la Ciudad de México en junio de 2019, gracias a la reforma del artículo 27 de la Ley de Cultura Cívica, con la que se eliminó la sanción que se les imponía a quienes realizaban y adquirían este servicio.

Un año después y en plena pandemia de Covid-19, en la capital el número de mujeres –incluidas transgénero– que tiene que vender su cuerpo para sobrevivir se duplicó: pasaron de 7 mil 700 a 15 mil 200, estima la organización Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez.

Aunque despenalizado, el oficio sigue enfrentando problemas porque todo se generaliza como “prostitución”, no se reconocen las diferencias entre el trabajo libre e independiente y la trata de personas, consideran activistas y trabajadoras sexuales consultadas por este semanario.

Consideran que aún falta una revolución a nivel social y político, para que el trabajo sexual sea cubierto con los derechos laborales que se establecen por ley. En su lugar, las mujeres que se emplean en este sector de manera autónoma están desprotegidas.

Las otras violencias

La presidenta de la Brigada Callejera, Elvira Madrid, denuncia que sujetos desconocidos también violentan a las trabajadoras sexuales. Las agresiones físicas han incluido ataques con balas de gotcha, lo que las puede dejar ciegas, y con ácido. E incluso intentos de atropellamientos: los automovilistas les “echan los carros”.

Otra de las violencias que sufren es la cometida por los clientes, asegura la trabajadora sexual de 53 años que pide no publicar su nombre para no ser revictimizada. Ella comenzó a laborar en ese oficio –a sus 16 años– y aprendió que no se puede confiar, pues algunos no pagan y otros son violentos.

En entrevista, Adriana Aguilera Marquina, secretaria técnica en el Copred, explica que también los hoteleros son agresores: “muchas veces les quieren cobrar más para poder ejercer el trabajo sexual en algunas de las habitaciones o no las dejan entrar”. En 2020, el Consejo analizó tres quejas contra hoteles por abusos de este tipo.

Al respecto, y en el contexto de la pandemia, la abogada Arlen Palestina –‘miembro de la Brigada Callejera– asegura que las violencias han aumentado por parte de los dueños de hoteles y moteles, ya que han subido los precios. Incluso cobran por cada 20 minutos y no por hora.

Además, señala la experta en derecho, les rentan habitaciones sin limpiar y no respetan las normas de sanidad, pues no les dan gel antibacterial, no sanitizan los espacios, ni cambian las sábanas luego del uso de las habitaciones

Malos tratos y machismo

La psicóloga Alejandra Buggs Lomelí, directora del Centro de Salud Mental y Género de México, señala que no debería existir esa mirada represora de la sociedad que dice tener una gran “moral”. “No debe haber nadie que tenga el derecho ni de castigar, ni de lastimar a una mujer que haya decidido ejercer este derecho. Es otro tema cuando la mujer ha sido obligada a ejercerlo”.

Los clientes no son los únicos que ejercen violencia, también lo hacen desconocidos que transitan por las calles donde ellas trabajan. “No respetan nuestra vida. A veces pasan camionetas con vidrios polarizados filmando. Y eso no debe ser. Todas corren: qué necesidad tenemos de estar corriendo y escondiéndonos de las cámaras. Te suben a internet […]. Lo que más me choca es que somos exhibidas sin respeto en las redes y en los medios de comunicación. Somos trabajadoras no asalariadas: no somos prostitutas”, comenta la mujer de 53 años que pide el anonimato.

Recuerda una ocasión en la que su familia vio una entrevista que ella dio a Brigada Callejera sobre su labor: “se hizo un chisme en el pueblo porque decían que ‘andaba de puta’. Qué hipócritas. Pero ahora ya me vale lo que piensen”.

Los comentarios que estigmatizan siempre están presentes. Rememora que cuando era más joven, la gente le comentaba que podía encontrar otro tipo de trabajo: “no hay necesidad de vender las nalgas”, me decían, pero “a ellos qué les importa. Es mi gusto, son mis nalgas, es mi cuerpo”. También le expresaban que mejor buscara un “trabajo decente, digno”. “Yo me siento decente en mi trabajo. En un empleo ‘quesque’ digno, donde pagan un salario cada 15 días, no me alcanza. No es suficiente”.

De acuerdo con la Encuesta realizada por el Copred, las trabajadoras ganaron entre 1 mil y 3 mil pesos semanales en 2019. El 81.6 por ciento de las consultadas dijo emplear sus ingresos para la cobertura de sus gastos, lo que refleja que el ejercicio de esta labor se debe a la necesidad económica.

Y es que el 65.9 por ciento (147) de los encuestados respondió que es su principal fuente de ingresos; por necesidad, el 34.1 por ciento (76), la tercera razón es el horario flexible, 26 por ciento (58).

Sin seguridad social

El nulo o poco reconocimiento que existe por parte del Estado hacia el trabajo sexual ocasiona que las mujeres laboren en condiciones precarias, ya que además de estar expuestas a enfermedades de transmisión sexual, ahora también se enfrentan a la Covid-19. Pese a los riesgos, no cuentan con servicios de salud.

Don Anahí, una joven de 29 años que ejerce el trabajo sexual en el ciberespacio compartiendo contenido y contactando clientes–, no cuenta con seguro médico. “Siempre voy a servicios particulares y si no trabajo y me enfermo cómo pagaré los servicios privados. Si no trabajo, no tengo dinero. Además de que en la generación millennial, a la que pertenezco, existe poca capacidad de ahorro”.

La joven agrega: “llevo chambeando muchos años y más o menos puedo llevármela, pero hace 8 o 10 años, cuando me enfermaba y no tenía varo pensaba qué hacer. En ese entonces descuidé aspectos de mi salud, sobre todo de mi nutrición”.

Como no se reconoce como trabajo, para quienes lo ejercen no tienen acceso a la seguridad social. Lo anterior, pese a que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha señalado que las personas que ejercen el trabajo sexual también contribuyen a la economía del país. En cuatro países, la OIT encontró que la industria del sexo proporciona entre el 2 y el 14 por ciento del producto interno bruto.

Libertad sobre su sexualidad, origen de la discriminación

Anahí eligió emplearse en ello: se descubrió plena en su sexualidad posando su desnudez para artistas plásticos. Comenzó a cobrar por realizar fotografía erótica, luego por hacer video. El sentirse cómoda y aceptar su cuerpo es por lo que ha sido criticada.

Para Don Anahí, creadora de contenido sobre sexualidad, lo que fomentó la discriminación hacia quienes realizan el trabajo sexual fue el papel de la prostituta en el cine: por ejemplo, en la película Santa, que retrata el papel de la prostituta víctima. “Recalcan y recalcan la revictimización. Al igual sucede cuando me preguntan [medios de comunicación en entrevistas] qué fue lo que me llevó a trabajar de esto: la forma en la que preguntan no es la misma si se lo preguntan a una mujer que trabaja en otro ámbito”.

Por ello, la activista Elvira Madrid señala que el respeto a las “compañeras” comienza desde la forma en hacer las preguntas. “Hay medios muy amarillistas”.

Anahí considera que es una cuestión de machismo. “Parten de sus inseguridades, de querer dominar a otro, poseer al otro o juzgar a la otra y hacen cosas horribles. Creo que las trabajadoras sexuales, precisamente, lo analizamos más porque es más evidente. En otras chambas está el velo, la hipocresía, el querer disfrazar”.

Por su parte, la psicóloga Alejandra Bugss Lomelí, especialista en violencia de género, explica que, desde el sistema patriarcal, los mandatos de género castigan a las mujeres que realizan un ejercicio pleno y libre de su sexualidad; “está visto de una forma negativa”.

Además de la existencia de posturas feministas que hablan de la explotación de los cuerpos “desde un sentido súper idealista, pensando que no todas las personas somos explotadas, cuando ya seas doctor o artista. Todos somos explotados, en diferentes niveles, pero estamos dentro de este sistema de producción”.

Para Adriana Aguilera, especialista en derechos humanos, la postura feminista abolicionista pone en duda la autonomía de las personas que deciden ejercer el trabajo sexual porque dicen que en realidad no se elije.

Desde el Copred se considera que ninguna persona, y ninguna elección, es ciento por ciento autónoma: “todas las decisiones o acciones de cualquier persona están influenciadas por la realidad en la que se encuentra. Muchas veces se nos olvida, también, la situación actual de precarización laboral que existe en México”.

La reforma a la Ley de Cultura Cívica, en junio de 2019, fue un avance en el reconocimiento del trabajo sexual, pero para las organizaciones y expertas consultadas aún se requieren políticas públicas integrales e interdisciplinarias en favor de quienes ejercen esta labor.

La abogada Arlen Palestina indica que debería legislarse todavía más para que las mujeres trabajadoras sexuales tengan los mismo derechos, prestaciones y seguro social para poder ser atendidas cuando enferman.

Todavía “hace falta mucho”, coincide Elvira Madrid, desde las oficinas de la Brigada Callejera. “Falta más compromiso del gobierno para hacer valer sus derechos humanos”.

Ello, sin asistencialismo ni paternalismo, dice Don Anahí, sino más bien de otras formas: desde la enseñanza. Sobre todo que se descentralice. Para ella, como trabajadora sexual virtual, debería detallarse la diversidad del ejercicio de este empleo en la ley: “no hay un apartado que se refiera al trabajo cibernético, solamente hablan del trabajo sexual callejero”.

La importancia de las organizaciones

La relevancia de las organizaciones como Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales (Amets) o la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer radica en que son por y para las trabajadoras sexuales: ellas se representan a sí mismas.

“Mucho tiempo quisieron representarnos desde la academia. Desde ahí dicen ‘vamos a hablar por ustedes’. También desde la discusión gubernamental. Cuando no necesitamos que nadie hable por nosotras porque nos infantilizan, y desde un punto de vista muy adultocentrista. Nosotras tenemos voz y no necesitamos que nadie venga a darnos voz”, dice con firmeza Don Anahí.

“La academia no sabrá nuestras necesidades por mucho que se llegue a investigar el trabajo sexual. En Amets no se pretende ser la representación del trabajo sexual. No. Sólo somos unas cuantas voces que intentan que se sumen unas cuantas voces para participar en actividades y se escuche la diversidad de . “No somos objetos de estudio. Somos sujetas de estudio. Nos preocupamos y sentimos como cualquier mujer.”

Violencias en el trabajo sexual virtual

Los servicios sexuales ofertados en el ciberespacio son mediante redes sociales y páginas, donde además de discriminación se sufre robo de contenido para intentar extorsionarlas, explica Anahí, trabajadora sexual independiente y miembro de la Amets.

De acuerdo con la joven de 29 años, las políticas de las redes sociales comerciales son “punitivas”: funcionan como una especie de “policía cibernética” porque, mediante sus reglas, cierran cuentas que ya contaban con 70 mil o más  seguidores. “Pero en otras cosas, como violencia, sangre y otros temas del mercado sexual, no las cierran. Hay un tipo de discriminación en ciertas redes sociales donde no puedes publicar ni si quiera una palabra” erótica.

Si las redes sociodigitales cuentan con una política que prohíbe su uso a menores de edad, “nosotras deberíamos tener la libertad de poder laborar en esas redes y utilizarlas para trabajar, porque mucha gente las utiliza para trabajar. Al fin y al cabo ni Twitter, ni Instagram, ni Facebook nos están pagando por todo lo que ellos sí ganan del tiempo que invertimos en esas redes sociales”.

Anahí expone que también enfrentan el robo del contenido erótico y del robo de identidad. Y es que, mediante la creación de perfiles falsos, hay quienes lucran con las fotos y videos de “las compañeras. Mientras que la otra chica echándole ganas a sus redes sociales para que otra persona abuse”. En muchos casos, el uso de las redes no sólo es para compartir imágenes y videos, sino para contactar clientes para sostener relaciones sexuales a cambio de una paga.

Aunque sus núcleos cercanos conocen su oficio, afirma haber recibido comentarios “feos” de parte de su familia al enterarse de su oficio. Por supuesto, no fue aplaudida por nadie. Lloraron cuando se enteraron, afirma. Hubo quienes se enfermaron. Fue una tragedia. “No sé cuál era su percepción de la trabajadora sexual, pero realmente me hicieron sentir mal, culpable”.

Durante los 11 años que lleva ejerciendo este trabajo ha sido maltratada, pero no por clientes desconocidos, sino por quienes ya la conocían de la escuela. Ellos, sus antiguos amigos, “se convirtieron en los peores machines que haya conocido”.

“Uno de mis amigos que había sido mi cliente, en la borrachera, me agarró la nalga y también me quería besar. Llegaron a ser muy violentos, no al punto de agredirme físicamente, pero sí de querer que aguantara más tiempo la penetración. Tampoco aceptaban sostener una relación meramente laboral. Entonces eran muy agresivos conmigo, se hacían los ofendidos. Me ofendían horrible”.

Las agresiones fueron “tan repetitivas que, de plano, comencé a alejarme de ciertos círculos de amistades. Recorté como en un 75 por ciento la banda con la que me juntaba porque ya eran chinga quedito o se la pasaban criticándome porque soy trabajadora sexual, cuestionarme que si no tenía una mejor opción de trabajo”.

Le afectó tanto a nivel emocional, al punto de decidir darse un espacio de esta labor e ir a terapia. “Después me di cuenta que la culpa no era del trabajo sexual, es del machismo insertado en los cuerpos que lo ejercen. Y que no nada más me lo hacen a mí por ser trabajadora sexual, se lo hacían a cualquier mujer”.

Cómo llegamos aquí: la historia del protocolo de Palermo sobre trata

La “trata de personas” no tenía por qué significar lo que significa ahora. Esta es la historia de cómo obtuvo su definición, contada por alguien que estaba presente cuando sucedió.

Marjan Wijers

11 de febrero de 2021

https://www.opendemocracy.net/en/beyond-trafficking-and-slavery/how-we-got-here-story-palermo-protocol-trafficking/

Marjan Wijers, consultora e investigadora sobre la trata de personas desde hace mucho tiempo, estaba en la sala cuando se negoció el protocolo de Palermo sobre la trata de personas hace 20 años. Nos reunimos con Marjan como parte de nuestro aniversario especial sobre el protocolo para conocer cómo cambió el campo de la lucha contra la trata de personas con Palermo, cómo se desarrollaron esas negociaciones y hacia dónde podemos ir desde aquí. Esta entrevista ha sido editada y condensada para mayor claridad.

Joel Quirk (BTS): El protocolo de Palermo se finalizó hace más de 20 años, y para muchas personas que trabajan en los campos de la trata y la explotación laboral hoy en día simplemente siempre ha estado ahí. Pero ese no es realmente el caso. ¿Cómo era el campo antes de que existiera un protocolo de Palermo?

Marjan Wijers: En la década de 1980, grupos feministas con experiencia en cooperación para el desarrollo comenzaron a trabajar en la trata de personas en los Países Bajos. De hecho, se metieron en esto porque estaban investigando el turismo sexual. A través de ese trabajo y sus contactos con organizaciones de mujeres asiáticas, se dieron cuenta de que había un segundo flujo de mujeres al revés, que venían a los Países Bajos y otros países europeos para hacer trabajo sexual, pero también como trabajadoras domésticas y novias por correo. Así fue como se fundó la Fundación contra la Trata de Mujeres (STV) en 1987.

Trabajamos principalmente con mujeres migrantes en la industria del sexo. La mayoría de ellas eran indocumentadas. Algunas originalmente planearon hacer un tipo diferente de trabajo, como trabajo doméstico o modelaje, y terminaron en la industria del sexo. Otras vinieron con la intención de realizar trabajo sexual y terminaron en condiciones laborales abusivas y forzadas. Desde el principio, para nosotras, no se trató de mujeres inocentes obligadas a prostituirse. Se trataba de abordar la explotación y el abuso de las mujeres migrantes en la industria del sexo, independientemente de si se habían visto obligadas a hacerlo o no. De hecho varias de nuestras clientas querían seguir haciendo trabajo sexual, pero ahora por sí mismas.

Si no recuerdo mal, en ese momento solo los Países Bajos y Alemania tenían grupos que trabajaban en el tema de las trabajadoras sexuales migrantes y la trata. Y, en ese momento, realmente a nadie le importaba. Hablábamos de migrantes. Hablábamos de mujeres extranjeras, principalmente del sureste de Asia y América Latina, y mujeres de color. Y estábamos hablando de prostitutas. Todavía no usamos el término trabajadora sexual, que vino después.

Nuestras clientas no tenían derechos, como mujeres, como migrantes y como prostitutas. Tenían menos derechos y oportunidades que los hombres en su país. Y no tenían derechos aquí en Europa Occidental porque la mayoría eran indocumentadas y, sobre todo, no tenían derechos porque eran putas. Utilizo explícitamente la palabra «putas», ya que realmente no importaba si tomaron su propia decisión de hacer trabajo sexual o si se vieron obligadas a hacerlo. «Una vez puta siempre puta, ¿a quién crees que le importará?», eso es lo que les decían sus explotadores.

Y eso es precisamente lo que pasó. Incluso si acudían a la policía, los casos no se tomaban en serio. Simplemente eran deportados de regreso a la situación de la que habían intentado escapar, y los casos no eran procesados. Las primeras acciones que emprendimos junto con mujeres que ahora calificarían como «víctimas de la trata» impulsaron cosas como permisos de residencia temporales, la capacidad de presentar cargos y que los casos se investiguen y enjuicien activamente. Creo que fue más o menos lo mismo en Alemania.


Si hubiéramos conocido la historia y las fallas inherentes al concepto de trata en ese entonces, nunca lo hubiéramos usado.


El interés por la trata aumentó rápidamente con la caída del Muro de Berlín en 1989. Hubo varias razones para ello. No quiero ser cínica, pero estoy convencida de que una fue que las víctimas cambiaron de mujeres de color a mujeres blancas, mujeres de Europa del Este. O sea, de «ellos» a «nosotros». La otra, creo, era que no sabíamos qué tan rápido podríamos reconstruir el muro. Una vez que cayó el muro, todos pudieron viajar libremente de nuevo. Eso estuvo bien, pero, por supuesto, nunca fue la intención. Y luego estaba el temor de que nos inundarían no solo los inmigrantes de Europa del Este, sino también la mafia rusa. La trata proporcionó la justificación perfecta para una agenda anti-migración en nombre de la lucha contra la trata, literalmente bajo la bandera de «si no pueden venir, tampoco pueden convertirse en víctimas». Se gastó mucho dinero de la trata en la reconstrucción de las fronteras polacas, por ejemplo.

Estos factores ayudaron a impulsar la trata de personas en la agenda política. No fue tanto que la gente se preocupara más por los derechos de las trabajadoras sexuales o los migrantes, o por proteger a las trabajadoras sexuales del abuso. Se debió principalmente a que el argumento de la trata servía perfectamente a varios intereses estatales, que se volvieron urgentes después de la caída del Muro de Berlín.

Al mismo tiempo, se produjo el segundo movimiento feminista. Eso llamó la atención sobre la violencia sexual y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. Y desde la década de 1970, las trabajadoras sexuales habían comenzado a organizarse, ese también fue un movimiento que surgió. Entonces, por un lado, teníamos el movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales que reclamaba el derecho a elegir el trabajo que se desea hacer y no ser castigada o criminalizada por ello, y por otro lado, el movimiento contra la trata de personas que reclamaba el derecho a no ser forzada a hacer un trabajo que no quieres hacer. Ambos reclamos se refieren a los derechos humanos, la libertad de elegir la propia profesión y el derecho a ser protegido del trabajo forzoso, y ambos deben ser respetados. Así es como lo veíamos: en nuestra opinión, los derechos a favor y en contra de la violencia eran las dos caras de la misma moneda. Así que desde nuestro principio trabajamos junto con Red Thread, la organización holandesa de derechos de las prostitutas.

Antes de todo esto estaba la cuestión de cómo llamar a este tipo de abusos. Permítanme decirlo así: si hubiéramos conocido la historia y las fallas inherentes al concepto de trata en ese entonces, nunca lo hubiéramos usado. Lo que deberíamos haber hecho habría sido hablar sobre el trabajo forzoso, incluidos los servicios sexuales forzados, las prácticas análogas a la esclavitud y la servidumbre. Deberíamos haber utilizado conceptos que describan las condiciones de vida y de trabajo en las que se encuentran las personas. Estos son conceptos que están definidos en el derecho internacional de los derechos humanos y son algo neutrales. Pero en ese momento no éramos conscientes de todo eso, así que terminamos recurriendo al concepto victoriano de trata de personas del siglo XIX con su enfoque en la pureza y victimización de las mujeres y la protección de las fronteras nacionales. Al hacerlo, sin saberlo, importamos un concepto muy sesgado, dividiendo a las mujeres en víctimas inocentes que necesitan ser rescatadas y culpables que pueden ser abusadas con impunidad, pero también con tintes racistas y nacionalistas.

A pesar de los esfuerzos para contrarrestar estas fallas, esta herencia continúa definiendo el debate sobre la trata hoy, como lo ejemplifica la distinción que el Protocolo de la ONU contra la Trata hace entre la llamada ‘explotación sexual’ y la ‘explotación laboral’ y su enfoque en el reclutamiento y el movimiento en lugar de las condiciones de trabajo. Históricamente, la trata se ha utilizado para controlar la sexualidad y la movilidad de las mujeres y para justificar medidas opresivas contra las trabajadoras sexuales y los migrantes, en lugar de proteger sus derechos humanos. Ya en la década de 1990 quedó claro que esto era lo que estaba sucediendo. Entonces, cuando comenzamos las negociaciones sobre el protocolo de trata, éramos muy conscientes de los problemas del concepto. Y tratamos de abordarlos.

Joel: ¿Entraste en esas negociaciones creyendo que eran una oportunidad, o las abordaste principalmente con inquietud y ansiedad? ¿Ya estaba claro cuáles serían las fallas o te sorprendieron?

Marjan: Ya había habido mucha discusión en torno a la definición de trata cuando alcanzó la cima de la agenda internacional. ¿La trata es solo de mujeres y niñas? ¿La trata solo tiene lugar a través de fronteras o también ocurre dentro de las fronteras? ¿La trata consiste únicamente en obligar a las mujeres a prostituirse o también en prácticas abusivas de contratación para el trabajo doméstico y otros tipos de trabajo? ¿Se trata solo de contratación o también de condiciones de trabajo abusivas y análogas a la esclavitud? Prácticamente todas las preguntas y cuestiones que jugaron un papel en las negociaciones sobre el protocolo de trata ya eran puntos de discusión en el debate político más amplio.

Así que hubo una enorme confusión sobre cuál era el concepto. E incluso si la gente estaba de acuerdo en que el núcleo de la trata era la coacción o la fuerza, no había consenso sobre a qué se refería «fuerza», especialmente en relación con el trabajo sexual. ¿Se refería tanto a condiciones abusivas de contratación como de trabajo? ¿O se refería únicamente a la forma en que una mujer llegó a prostituirse, como resultado de su propia decisión o forzada por otros (excluyendo así a las mujeres que decidieron conscientemente trabajar en la industria del sexo pero que fueron sometidas a la fuerza y ​​el abuso en el curso de su trabajo)? Y algunos vieron la prostitución en sí misma como una violación de los derechos humanos similar a la esclavitud. Desde este punto de vista, ninguna mujer puede dar su consentimiento voluntario para el trabajo sexual y cualquier distinción basada en el consentimiento o la voluntad de la mujer carece de sentido.

Sabíamos que todas estas discusiones estaban teniendo lugar, así que conocíamos los peligros y sabíamos cuánto se mezclaba el concepto con las agendas anti-prostitución y anti-migración. También sabíamos que era sexista en la forma en que vinculaba el derecho de las mujeres a ser protegidas contra la violencia con su inocencia o pureza sexual. Entonces sabíamos exactamente lo que estaba mal. Quizás no todo el mundo lo hizo, pero la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (GAATW), que fue fundada por grupos de mujeres tailandesas y STV a lo largo de la década de 1990, ciertamente lo hizo. Varias organizaciones de derechos humanos lo hicieron y, por supuesto, las organizaciones de trabajadoras sexuales fueron muy conscientes de ello desde el principio.

Joel: ¿El protocolo de Palermo podría haber resultado diferente? ¿O parecía más o menos fijo desde el principio, y lo que obtuviste fue más o menos lo que esperabas?

Marjan: No éramos tan optimistas. Sabíamos cuáles eran los problemas y sabíamos cómo se usaba el concepto contra las trabajadoras sexuales y los inmigrantes. Así que estábamos bien preparadas en ese sentido. Teníamos varios objetivos y nos organizamos a través de movimientos. Reunimos a organizaciones y activistas contra la trata de personas, los derechos humanos y los derechos de las trabajadoras sexuales, liderados por el International Human Rights Law Group y la GAATW. Participé en nombre de la GAATW y la Fundación Holandesa contra la Trata de Mujeres, donde trabajaba en ese momento. La composición de esta alianza fue realmente importante ya que fue la primera vez que estos tres movimientos trabajaron juntos en un lobby conjunto. Especialmente la combinación de activistas y grupos de lucha contra la trata y pro-trabajadoras sexuales fue radical, ya que cerró la brecha histórica entre los dos movimientos causada por la persistente fusión de la trata y el trabajo sexual.

Para el movimiento de las trabajadoras sexuales fue una posición realmente difícil porque estaban claramente en contra del concepto de trata. Ya habían sufrido mucho por eso. Al mismo tiempo, todos sabíamos que era importante intentar controlar el daño tanto como fuera posible. Entonces, las negociaciones sobre el protocolo no fueron como, ‘Oh, esta es una hermosa oportunidad’. Ellas dijeron, ya conocemos el daño y sabemos que puede empeorar, entonces, ¿qué podemos hacer para controlar el daño e intentar para aprovecharlo al máximo? Preparamos nuestros documentos juntas, fuimos juntas a las negociaciones y presionamos juntas.

Al igual que los estados, las ONG estaban profundamente divididas sobre cómo debería definirse la trata, es decir, qué prácticas deberían combatirse. Si bien hicimos una distinción clara entre la trata y el trabajo sexual y sostuvimos que las condiciones de trabajo forzoso en todas las industrias deben abordarse, el otro bloque de ONG, liderado por la Coalición contra la Trata de Mujeres (CATW) con sede en EE.UU. consideraba todo trabajo sexual como trata y quería el protocolo para combatir la prostitución como tal.

En el momento de las negociaciones sobre el protocolo, CATW había existido por un tiempo y habían ganado mucha influencia. Asistí a una de sus conferencias en Nueva York a finales de los 80. En ese momento no tenían ni idea de la trata o la posición y las experiencias de las mujeres migrantes. Se centraron principalmente en la violencia contra las mujeres blancas y la pornografía. Recuerdo a Andrea Dworkin, como una sacerdotisa que pone histéricas a todo un salón de mujeres sobre una mujer a la que su empleador obliga a mirar Garganta profunda, una famosa película porno de la época. Pero durante la década de 1990 obtuvieron mucho dinero de los gobiernos conservadores y se convirtieron en un grupo de presión anti-prostitución rico, importante e influyente con capítulos en varios países asiáticos.

Si mal no recuerdo, no estuvieron presentes en la primera sesión de negociaciones sobre el protocolo, pero desde la segunda sesión en adelante estuvieron allí. Y a partir de ese momento, hubo dos bloques de presión de ONG opuestos. Nuestro bloque, que operaba bajo el nombre de Human Rights Caucus, abogó por una definición amplia e integral de trata con la coerción como elemento central. Queríamos incluir tanto a hombres como a mujeres y niños, para ir más allá de la prostitución e incluir todos los sectores de trabajo en los que las personas podrían terminar en condiciones de esclavitud y trabajos forzados, e incluir la trata tanto transfronteriza como interna. Queríamos ser más amplios, ya que pensamos que esto podría neutralizar las partes problemáticas del concepto tradicional de trata.

El otro bloque, que junto a CATW incluía entre otros el Lobby Europeo de Mujeres y la Federación Abolicionista Internacional Francesa, quería un protocolo que definiera toda prostitución como trata, y que solo se aplicara a mujeres y niñas. Significativamente, operaron bajo el nombre de International Human Rights Network, copiando nuestro nombre y aumentando la confusión sobre quién era quién. Esas fueron las dos posiciones opuestas, y la definición final es un claro compromiso entre esas dos posiciones. Por un lado, establece una clara distinción entre el trabajo sexual y la trata. Cubre a mujeres, hombres y niños, e incluye todos los sectores laborales en lugar de solo la industria del sexo. Por otro lado, la «explotación de la prostitución y la explotación sexual» se destaca como algo separado y diferente de lo que se denominó «explotación laboral», es decir, trabajo forzoso, prácticas análogas a la esclavitud y servidumbre en otras industrias. Y hemos visto sus efectos dañinos.

Joel: Lo que ha dicho hasta ahora refleja la historia comúnmente contada sobre las negociaciones de Palermo, que es esencialmente una discusión entre dos coaliciones opuestas de ONG y voces de la sociedad civil. Y entiendo que ese fue un punto clave de la discusión. Pero siempre me ha llamado la atención que esta descripción pierde el papel de los estados. Los gobiernos siempre tienen la última palabra en este tipo de negociaciones: la sociedad civil no puede escribir su propio derecho internacional. ¿Podrías decirnos más sobre las posiciones gubernamentales durante las negociaciones?

Marjan: La lucha entre las ONG se reflejó más o menos también en la posición de los gobiernos. Fue hace mucho tiempo, pero por lo que recuerdo, creo que hubo tres cuestiones que dividieron a los estados, y no siempre en la misma línea. Una fue la cuestión moral de la prostitución y la idea de que toda prostitución es trata. Los estados comenzaron con diferentes posiciones sobre la prostitución, pero creo que les resultó relativamente fácil decir: ‘Incluso si no estamos de acuerdo sobre la prostitución, estamos de acuerdo sobre la coerción, así que limitemos este tratado a situaciones de abuso y coerción y no a la prostitución’ como tal. ”Eso resolvió más o menos la cuestión moral, aunque la cuestión moral vuelve a aparecer en otros artículos, por ejemplo, el de combatir la demanda.

Entonces creo que hubo una diferencia con respecto a las fronteras. Los países ricos y pobres se opusieron más en lo que respecta a la migración. Para los países ricos, especialmente, era realmente importante incluir artículos en el protocolo sobre la protección de las fronteras, mientras que para los países pobres las remesas de mano de obra que los migrantes enviaban a casa constituían una parte importante de su ingreso nacional. El tercer punto fueron los derechos de las víctimas. Los países de envío estaban mucho más inclinados a incluir disposiciones de protección a las víctimas, mientras que los países de destino no estaban dispuestos a hacerlo en absoluto.

Eso también se refleja en el protocolo. Hay una serie de disposiciones sobre la protección de las víctimas, pero no son obligatorias. La protección de las víctimas queda a discreción de los estados, mientras que todas las disposiciones de aplicación de la ley son obligatorias. Y allí, creo, el lobby de las ONG realmente fracasó. Nuestra facción sintió que incluso si no estábamos de acuerdo con los demás sobre la prostitución, deberíamos poder estar de acuerdo en la necesidad de disposiciones de protección a las víctimas. Pero la otra parte no quiso cooperar.

Joel: ¿Por qué no?

Marjan: Porque no querían trabajar con nosotras, en parte por lo polarizados que estábamos todos y en parte porque, y probablemente sea desagradable decirlo, no les interesaba. Nosotras éramos las que trabajábamos con las víctimas. Nosotras éramos las que queríamos protección para las víctimas. Tenían una agenda totalmente diferente, impulsada ideológicamente. Querían combatir la prostitución. Y cuál fuere el impacto real de eso en las mujeres, las trabajadoras sexuales, las víctimas, no creo que realmente les importara.

Joel: El protocolo de Palermo es lo que nos da la definición de trata acordada internacionalmente. En el fondo está la idea de que la trata de personas tiene como finalidad la explotación, que es la bisagra de todo el tratado. Sin embargo, la explotación no está definida, solo hay una lista no exhaustiva de ejemplos. ¿Por qué el protocolo en ningún momento dice realmente qué es explotación?

Marjan: No pudieron ponerse de acuerdo.

Joel: ¿No podían ponerse de acuerdo porque la gente quería versiones muy diferentes, o no podían ponerse de acuerdo porque la explotación es muy difícil de definir?

Marjan: Lo que recuerdo es que hubo varios estados y expertos internacionales, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Relatora Especial sobre la Violencia contra las Mujeres, la Organización Internacional del Trabajo y nosotras, que dijimos que no uses la palabra explotación. Cíñete al trabajo forzado, la servidumbre, las prácticas análogas a la esclavitud, etc., conceptos aceptados y definidos en el derecho internacional de los derechos humanos. También abogamos por eliminar la palabra «explotación sexual» porque no está definida, es controvertida e innecesaria. La Relatora Especial sobre la Violencia contra la Mujer, por ejemplo, señaló que el término ‘explotación sexual’ podría interpretarse de formas muy diferentes, dependiendo de si crees que la prostitución constituye ‘explotación sexual’ per se, o si se refiere a situaciones de violencia forzada. trabajo, servidumbre o prácticas análogas a la esclavitud, que pueden ocurrir en la industria del sexo pero también en el trabajo doméstico o los matrimonios serviles.

Y luego estaba el otro grupo de estados, que incluía a EE.UU., que quería tener la explotación de la prostitución y la explotación sexual en el protocolo independientemente del uso del engaño, la fuerza o la coerción. Realmente querían tener eso en el protocolo. Recuerdo que le escribimos una carta a Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Estados Unidos en ese momento, para tratar de discutir la posición de Estados Unidos con ella. Fue firmado por un montón de expertos de diferentes organizaciones en los EE. UU. y en otros lugares, y argumentó que había consenso sobre limitar el protocolo a situaciones forzadas y advirtió que expandirlo para incluir la prostitución voluntaria significaría que varios países se negarían a firmar eso.

El compromiso fue ponerlos a ambos. La frase ‘con el propósito de explotación’ era una especie de término general, y luego bajo ese encabezado se podría poner tanto la explotación de la prostitución como el trabajo forzado, etc. Los términos “explotación del la prostitución ajena” y «explotación sexual» se dejaron intencionalmente sin definir, de modo que los estados pudieran decidir por sí mismos cómo querían abordar la prostitución en sus leyes nacionales. Fue un compromiso político típico en el que ambas partes obtuvieron más o menos lo que querían.

Joel: Mencionaste los efectos dañinos de señalar la explotación sexual como algo diferente del trabajo forzado, las prácticas similares a la esclavitud y la servidumbre. ¿Qué quieres decir con eso?

Marjan: La inclusión de la explotación de la prostitución como un propósito separado del trabajo forzado, etc. reforzó la obsesión histórica por la prostitución y alimentó la vieja fusión de trata y trabajo sexual y la preocupación por la pureza de la mujer. No solo implica que el trabajo sexual no puede ser trabajo, sino que también sugiere falsamente que el trabajo forzado no puede existir en la industria del sexo, lo que priva a las trabajadoras sexuales de la protección contra esa práctica. La OIT siempre había considerado la prostitución forzada como una forma de trabajo forzado, por lo que separarla fue realmente un paso atrás.

El trabajo forzado y las prácticas análogas a la esclavitud no se definen por el tipo de trabajo sino por las condiciones laborales forzadas y no libres. Según la definición del protocolo, esto también debería aplicarse a la trata. Nadie diría nunca que una trabajadora doméstica no puede ser víctima de la trata simplemente porque sabía que haría trabajo doméstico o había trabajado antes como trabajadora doméstica. Pero cuando se trata del trabajo sexual, se ve que en la práctica muchos estados restringen la fuerza para referirse solo a obligar a alguien a prostituirse y no a condiciones de trabajo forzado.

El efecto es que en muchos casos, en lugar de que el delincuente sea juzgado, es la víctima quien tiene que demostrar su «inocencia», desplazando así el enfoque de los actos del tratante a la moralidad de la víctima. Esta distinción entre mujeres «buenas» que merecen protección y mujeres «malas» que perdieron su derecho a la protección contra el abuso es uno de los principales obstáculos para combatir la trata. No solo implica que las trabajadoras sexuales pueden ser abusadas con impunidad, sino también que el derecho de las mujeres a ser protegidas contra la violencia y el abuso está determinado por su pureza u «honor» sexual. Esto no solo es perjudicial para las trabajadoras sexuales, sino para todas las mujeres.

Este excepcionalismo del trabajo sexual también allanó el camino para estrategias completamente opuestas. Donde todo el mundo está de acuerdo en que es importante fortalecer los derechos y apoyar la sindicalización, organización, etc. para combatir el trabajo forzado o las condiciones laborales abusivas, se promueven estrategias exactamente opuestas cuando se trata de combatir la trata en la industria del sexo. Allí se aboga por una mayor criminalización, que se suma al estigma y deja a las trabajadoras sexuales con menos en lugar de más derechos. Esto se ve reforzado por el artículo del protocolo que llama a los Estados a “desalentar la demanda que fomenta todas las formas de explotación”. Por supuesto, esto se interpreta como que se aplica únicamente al trabajo sexual y sentó las bases para las llamadas campañas de «fin de la demanda» que piden la criminalización de los clientes de las trabajadoras sexuales.


La gente tiende a pensar que el protocolo es un tratado de derechos humanos, pero es obvio que no lo es.


La separación de la explotación sexual de los otros fines también hizo que fuera crucial incluir los medios coercitivos en el protocolo. Sin eso se habría convertido en un tratado contra la prostitución, porque simplemente habría sido reclutamiento, transporte, etc., con el propósito de explotar la prostitución, independientemente del uso de la fuerza o la coacción. Si el propósito solo hubiera sido el trabajo forzado, la esclavitud, etc., no habría necesitado los medios coercitivos o engañosos, ya que aquellos son inherentemente coercitivos. Lo que hemos visto en la práctica es que varios países, como México, han eliminado los medios. Y si borras los medios, conviertes el protocolo contra la trata en un protocolo contra la prostitución.

Un cuarto problema es el enfoque en el movimiento. Desvía la atención del trabajo forzado y los resultados similares a la esclavitud que constituyen las violaciones reales de los derechos humanos. Esto no solo proporciona a los estados una justificación para seguir una agenda de control fronterizo bajo el disfraz de combatir la trata, sino que también crea dos categorías de víctimas: aquellas que llegan en una situación de trabajo forzado o esclavitud a través de la trata y aquellas que llegan de otras maneras. El primer grupo tiene derecho a recibir apoyo, aunque sea bastante mínimo, mientras que el segundo está excluido de cualquier derecho porque no lo consiguió a través de la trata. Desde el punto de vista de los derechos humanos, eso es, por supuesto, inaceptable. De hecho, refleja los primeros tratados sobre la trata de personas alrededor de 1900 que abordaban el reclutamiento transfronterizo de mujeres para lo que entonces se llamaba fines inmorales, pero dejaban de lado explícitamente las condiciones coercitivas dentro de los burdeles. Se consideró que era una cuestión de legislación interna.

Joel: ¿Saliste de las negociaciones sintiéndote feliz o preocupada?

 Marjan: Pienso que un poco las dos cosas. Nos alegró que cubriera a todas las personas en lugar de solo a mujeres y niñas. Nos alegró que cubriera todos los sectores. Nos alegró que, al menos en la definición y explicación del protocolo, estuviera claro que la coacción era un elemento central de la trata. Esa había sido una gran pelea. Así que nos alegramos de que estuviera claro que la coerción, el engaño o la fuerza deben estar presentes para que algo sea trata.

Al mismo tiempo, nos preocupaba mucho la distinción que se hacía entre la explotación de la prostitución y los demás fines de trabajo forzado, etc. Y nuestras preocupaciones han demostrado estar completamente justificadas. También nos decepcionó enormemente la falta de protección de los derechos humanos de las personas objeto de trata. La gente tiende a pensar que el protocolo es un tratado de derechos humanos, pero es obvio que no lo es. Es parte de un tratado sobre la delincuencia organizada, es un instrumento de aplicación de la ley.

Joel: Parece que la gente ha trabajado mucho para ampliar la definición de trata en lo que respecta al trabajo sexual, pero se han mostrado reacios a pensar de manera más amplia en otras áreas. Se han resistido a aplicarlo a los trabajadores migrantes o a los trabajadores de las cadenas de suministro globales, por ejemplo. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Intenta la gente aplicar la trata de manera amplia cuando se trata de trabajo sexual y luego de manera limitada cuando se trata de trabajadores migrantes porque de lo contrario es demasiado inconveniente políticamente?

 Marjan: Bueno, la explotación y la disponibilidad de mano de obra barata y explotable es, de hecho, el núcleo del sistema capitalista. Si realmente quisiéramos abordar la explotación en otras industrias, afectaría nuestros propios intereses en servicios y productos baratos. Tendríamos que pagar más por nuestros teléfonos móviles, por nuestras verduras, por la limpieza de nuestras casas y oficinas, etc. Por tanto, es mucho más atractivo centrarse en el trabajo sexual, que se ajusta a una agenda moral más que económica y es fácil de realizar separadamente de nuestras vidas e intereses diarios.

Abordar la explotación requeriría una agenda de justicia social. Requeriría mejorar la situación económica, social y legal de los migrantes, por ejemplo. Centrarse en la prostitución, por el contrario, permite reducir la cuestión a un marco de delito y castigo. No llega a intentar abordar el sistema económico. Y, por supuesto, rescatar a doncellas inocentes es mucho más sexy. Todo esto expone una vez más cuán defectuoso es todo el concepto. Gastamos millones para combatir la trata, mientras que los tratados de trabajo forzado, que ya se remontan a las décadas de 1930 y 1950, nunca han recibido tanta atención. Eso no ha sucedido por accidente.

Joel: ¿Dirías que el problema está más en el protocolo o en lo que hacen los gobiernos con el protocolo?

Marjan: No puedes separarlos. El protocolo fue un compromiso político entre dos puntos de vista e intereses opuestos. Había una razón para hacer ese compromiso, y esas razones también se reflejan en la forma en que se aplica. Así que no creo que realmente puedas hacer esa distinción. Muchos estados dependen de la mano de obra migrante y sería contrario a sus intereses abordar las condiciones abusivas de los trabajadores migrantes y otros trabajadores mal pagados. Entonces no son muy propensos a hacer eso. Además, es mucho más fácil centrarse en la prostitución, las fronteras y la moralidad de las mujeres. Eso encaja mucho mejor con los intereses del estado que abordar las condiciones laborales abusivas que experimentan los migrantes y otros grupos de trabajadores mal pagados que mantienen su economía en marcha. Entonces, ¿por qué deberías hacerlo?

Joel: ¿Te has vuelto más optimista o pesimista en el tiempo que ha pasado con respecto al valor de la trata de personas como una forma de abordar cuestiones de explotación?

Marjan: Creo que ha pasado lo que temíamos. Ha hecho muy poco para abordar las violaciones reales de los derechos humanos o las causas de la explotación de personas en condiciones de trabajo forzoso o análogas a la esclavitud. Tampoco hizo mucho por los derechos de las víctimas porque, por supuesto, existen abusos. Nadie niega que haya graves abusos contra los derechos humanos de las personas, pero el protocolo hace poco para abordarlos. Al contrario, respalda medidas que agravan los abusos. Las medidas represivas siempre tienen un impacto negativo en los grupos más vulnerables. Cuanto más criminaliza o estigmatiza a los grupos, más vulnerables los vuelve a sufrir abusos y más cierra su acceso a la justicia.


Es posible que el protocolo de Palermo hiciera un poco por una categoría muy pequeña de víctimas, pero perjudicó a grupos mucho más grandes.


Yo diría que la situación ha empeorado para muchos grupos. Eso es ciertamente cierto para las trabajadoras sexuales, pero también para muchos migrantes. El protocolo de Palermo brindó a los estados un instrumento para justificar las medidas represivas que colocan a las personas en posiciones más vulnerables. Y al mismo tiempo, no ayudó mucho a mejorar la situación de las víctimas de abuso. En la mayoría de los estados tienes que cooperar con la fiscalía para beneficiarte como víctima, lo que significa que tienes que ponerte a ti y a tu familia en mayor riesgo. Y si usted es un migrante, es probable que lo deporten una vez que ya no sea útil como testigo. También sabemos que el derecho penal no está hecho para víctimas. El derecho penal es un problema entre los estados y los perpetradores. Básicamente, las víctimas no son más que una huella digital, algo que se guarda en un cajón y se saca si necesitas pruebas. Es así. Es posible que el protocolo de Palermo sirviera un poco para una pequeña categoría de víctimas, pero no mejoró las cosas para la mayoría de ellas y perjudicó a grupos mucho más grandes.

Durante las negociaciones defendimos que la trata debería abarcar tanto las condiciones abusivas de contratación como las condiciones laborales abusivas. El protocolo no hace esto. La trata según el protocolo se limita al proceso de contratación, la forma en que las personas llegan a situaciones de explotación. Esto significa que tenemos millones de personas en condiciones de trabajo forzado en todo el mundo que no llegaron allí a través de la trata, y como no llegaron a través de la trata, carecen completamente de derechos. Es como combatir la trata de esclavos pero no la esclavitud. Si naciste esclavo porque tus padres eran esclavos, está bien, siempre y cuando no hayas llegado allí a través del comercio de esclavos. Intentamos transmitir la necesidad de combatir la explotación en sí, pero eso no sucedió.

Joel: Entonces, ¿a dónde vamos desde aquí? Algunas personas sugieren que debería haber una convención de seguimiento que afirme y amplíe el protocolo de Palermo. Otros argumentan que la trata ha creado tantos problemas que es mejor descartarla y probar otra cosa. ¿Cuál es tu punto de vista? ¿Vale la pena permanecer en el campo de lucha contra la trata y buscar reformas desde adentro? ¿O es mejor elegir un campo de batalla diferente y luchar usando un conjunto diferente de conceptos?

Marjan: Probamos esas estrategias. Intentamos deshacernos de todo el concepto de trata y no lo logramos. Una vez que has abierto la caja de Pandora, ya sabes, está fuera de tu control. Está ahí para quedarse. Hay demasiados otros intereses vinculados al concepto de trata como para deshacerse de él. Y esos no son los intereses de las personas afectadas.

También probamos el control de daños. Aún me halaga la idea de que al menos hicimos algo de control de daños en las negociaciones. Podría haber sido peor, pero eso no lo hace bueno. Y debo decir que después de 30 años de control de daños solo, estoy cansada y no soy solo yo. Hacer control de daños no es lo más inspirador que se puede hacer en la vida.

Mi conclusión es que es mucho mejor trabajar por los derechos. Veo dos caminos a seguir. Uno es trabajar por los derechos de las trabajadoras sexuales, los derechos de los migrantes, etc. Es difícil y vivimos tiempos represivos. Estamos en un período histórico conservador y represivo. No es solo trabajo sexual, son derechos sexuales y reproductivos en general. No son solo los trabajadores migrantes, son los migrantes, los refugiados, etc. Todos los derechos humanos están bajo presión. Pero al menos solían verse como algo por lo que luchar. Ahora se debate la necesidad de los derechos humanos en su conjunto.

Joel: Hablo con muchos activistas diferentes y conozco personas que trabajan en reparaciones por la esclavitud transatlántica, y nunca los invitan a los pasillos del poder. Están en el exterior haciendo afirmaciones que a los gobiernos no les gustan. Y contrasta eso con las personas que trabajan en la lucha contra la trata, que son invitadas a gabinetes y salas de juntas, a quienes se les da una plataforma, que tienen influencia y acceso a los centros de poder. Llevo un tiempo preguntándome qué tan adictivo es ese acceso. Cambiar la conversación significa renunciar a ese acceso, incluido el acceso a la financiación, y eso hace que sea difícil decir: «Esto contra la trata de personas no está funcionando. Necesito trabajar en los derechos de las trabajadoras sexuales, los derechos de los migrantes, los trabajadores sindicalizados y todo este tipo de cosas”. ¿Qué tan fácil crees que es realmente para las personas que trabajan en la lucha contra la trata de personas comenzar a trabajar en otras cosas, dado que el perfil político de esas otras cosas es mucho menos acogedor para el activismo?

Marjan: Es absolutamente cierto. Y también dentro del movimiento contra la trata hay una gran división. Está la parte progresista a la que pertenezco, que se basa en los derechos y a la que pertenece la Alianza Global contra la Trata de Mujeres. Y está el movimiento conservador contra la trata, que está muy feliz de dormir en una cama con el estado y con el poder.

Si quieres conseguir dinero, haz trata. No elijas los derechos de los migrantes o los derechos de las trabajadoras sexuales. Esa es una elección estúpida si quieres dinero e influencia. Y, por supuesto, el dinero es adictivo. Cuando empezamos, a finales de los 80, a nadie le interesaba. Una vez que se convirtió en un gran problema, no sé cuántos cientos de organizaciones se subieron al tren.

Creo que al final, no importa lo difícil que sea enfocarnos en los derechos en lugar de la represión, es lo mejor que podemos hacer. Me alegra que la Organización Internacional del Trabajo haya abordado el tema. Creo que si queremos abordar los abusos, o si queremos abordar la explotación de personas en condiciones de trabajo forzado y análogas a la esclavitud, la OIT es una mejor manera de hacerlo.

Seguiría intentando trabajar junto con la OIT. Les presionaría para que también incluyeran la industria del sexo. Pasaron años antes de que incluyesen a las trabajadoras del hogar, pero al final lo hicieron. Y no es que el mundo cambie cuando se concluye un tratado internacional. Ciertamente no para las trabajadoras domésticas, pero es un paso. Es un pequeño paso, pero al menos un paso hacia los derechos en lugar de la represión. Por tanto, creo que sería importante que la OIT incluyera también la industria del sexo como un área de preocupación sobre las normas laborales.

Si puedes tirar de la OIT, también significa que pasas a conceptos mucho más neutrales. Debemos ser conscientes de cuán corrompidos y defectuosos pueden ser los conceptos, y el gran alcance que tiene la influencia de un concepto. Como dije al principio, si hubiéramos estado al tanto de la historia de la trata y de lo que significó importar ese concepto, no lo habríamos hecho. Realmente tienes que ser muy consciente del lenguaje que usas, los conceptos que importas y tratar de buscar un lenguaje neutral.

La trata no va a desaparecer y no escaparemos a la necesidad de controlar los daños. Tenemos que seguir haciéndolo. Pero al mismo tiempo, como movimiento, es realmente importante conectarse con otros movimientos basados en los derechos. El movimiento por los derechos de los migrantes, el movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales y el movimiento por los derechos humanos deben unirse y desarrollar su propia agenda basada en los derechos.