Trabajadorxs sexuales, VIH y legislación en Asia-Pacífico: The Lancet

 http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(12)61824-8/fulltext 

 

En 2008, Redefining AIDS in Asia, un informe presentado al Secretario General de la ONU Ban Ki-moon, señalaba que “los hombres que compran sexo son el factor aislado más importante en la expansión de la epidemia de VIH en Asia”. Sin embargo, el trabajo sexual está penalizado en casi todos los países de Asia-Pacifico, dificultando los esfuerzos de prevención del VIH, según un nuevo informe de la ONU —Sex Work and the Law in Asia and the Pacific.

La ley puede ser usada para proteger y promover los derechos humanos de lxs trabajadorxs sexuales. Por ejemplo, las leyes nacionales sobre el VIH en Camboya, Fiji, Laos, Papúa Nueva Guinea, Filipinas y Vietnam prohiben la prueba de VIH obligatoria, respetan la confidencialidad de las personas que son VIH-positivas y las protegen de la discriminación. El empoderamiento legal de las comunidades de trabajadorxs sexuales ha demostrado ser un enfoque efectivo en la prevención del VIH. Sin embargo, la ley se usa a menudo para criminalizar y penalizar a lxs trabajadorxs sexuales, ocasionando su exposición a la violencia y la discriminación por parte de la sociedad en general, y la policía y los servicios sanitarios en particular. Esta situación limita el acceso de lxs trabajadorxs sexuales a los servicios sanitarios y sociales que necesitan, y aumenta el riesgo de VIH para ellxs y sus clientes.

Aunque hay ciertas pruebas de que los programas de uso 100% del condón han sido algo beneficiosos para los resultados de prevención del VIH, el informe encuentra que, tal y como están actualmente implementados , estos programas empeoran las respuestas al VIH a causa de su naturaleza coercitiva y las implícitas violaciones de derechos humanos, tales como requerir el registro obligatorio, los exámenes de salud forzosos y el control por las autoridades sanitarias. Más aún, la confiscación de condones y el acoso a lxs trabajadorxs sexuales por parte de la policía son un problema extendido en Asia. Se necesitan modelos de programa de uso del condón alternativos.

Dar condones a personas a las que siempre se ha considerado como una “lacra social”, cultural y legalmente, no frenará la epidemia de VIH en Asia-Pacífico. Sin embargo, si será de ayuda dar a estas personas protección legal y respeto por sus derechos. Es imperativo revisar y reformar las leyes actuales, asegurando que lxs trabajadorxs sexuales y las organizaciones de trabajadorxs sexuales se impliquen de lleno, con todo protagonismo, en la mejora de sus legislaciones locales a fin de salvaguardar sus derechos humanos.

El sexo y la feminista

https://www.epw.in/journal/2012/43/web-exclusives/sex-and-feminist.html

Vol – XLVII No. 43, October 27, 2012 | G. Arunima Web Exclusives

Este artículo ha sido escrito como respuesta a una charla que dio Gloria Steinem en la Universidad Jawahrlal Nehru de Nueva Delhi, a comienzos de este año. Aunque la inmensa provocación de algunas de las posiciones políticas de la charla configura el tono de este artículo, éste es también un intento de lidiar con lo que es una de las áreas menos tratadas de la corriente principal de teoría feminista: la relación entre sexo y trabajo. Esta reflexión preliminar es un intento de rescatar el trabajo del marco imperialista moderno; por ejemplo, el discurso de los derechos. Busca tratar frontalmente el “problema” del sexo, teorizado casi siempre en el contexto de la sexualidad, la familia o incluso el “amor”. ¿Qué ocurre, pues, si cambiamos el escenario y hacemos del sexo el lugar para comprender el trabajo? Mientras que el cuerpo trabajador ha sido estudiado en muchos contextos diferentes tales como factorías, campos, etc., es sorprendente que exista una tremenda ansiedad hacia hacer lo mismo en el contexto del sexo. Es esta ansiedad sobre lo que este breve artículo desea llamar la atención y ciertamente también sobre las implicaciones que tiene para el turbio terreno de lo que es visto como política “feminista”.

G. Arunima (arunima.gopinath@gmail.com) enseña en el Centro de Estudios de la Mujer, Escuela de Ciencia Sociales, Universidad Jawaharlal Nehru (JNU), Nueva Delhi.

¿Por qué tienen las feministas tanto miedo al sexo? Esta es una cuestión que ha planeado en mi conciencia desde hace tiempo, pero que me ha vuelto de golpe durante la charla de Gloria Steinem. Sí, la Gloria de Ms. Magazine, famosa en el moderno feminismo liberacionista. La misma que irónicamente se cuestionaba cómo sería el mundo si los hombres menstruaran, y que produjo durante años una prosa feminista liberal —de una particular variedad americana— eminentemente legible y razonablemente incuestionable. Pero hace poco estuve viendo a la salvadora Gloria en una charla en la Universidad Jawaharlal Nehru, rescatando a desesperadas víctimas de la “prostitución”, abyectas y por siempre victimizadas, y eso me hizo pensar, una vez más, en qué es lo que tiene el trabajo sexual que hace sentirse tan profundamente incómodas no sólo a la señora mayor habitual sino también a la más batalladora de las feministas.

Seguramente, la mayor parte de lxs lectorxs de este artículo están familiarizadxs con las posiciones enfrentadas hacia la trata. Para lxs que no lo estén, diré que el lobby antitrata sostiene que la prostitución es violencia contra las mujeres, equivalente a violación y coacción, y requiere ser abolida. Aunque en la discusión en la JNU la propuesta se concretó finalmente en penalizar al comprador y no a la vendedora. En el contexto de la India, la parte contraria, es decir los sindicatos de trabajadorxs sexuales (en su mayoría emergentes) y sus colaboradores no trabajadores sexuales, ha defendido muy elocuentemente la despenalización del trabajo sexual, incluyendo la posiblidad de obtener prestaciones sociales a largo plazo, de forma similar a lo que ocurre con otros trabajadores[1]. En otras palabras, pide considerar la “prostitución” como trabajo, y por tanto subraya la importancia de, entre otras cosas, revisar la nomenclatura en el sentido de sustituir el término prostitución por “trabajo sexual”.

Aunque en su apasionado alegato desde el estrado la Sra. Steinem habló de su creciente conciencia de la opresión de las mujeres —los datos los había espigado de sus muchos viajes a diferentes países del sur— lo que quedó claro fue la necesidad —más aún, el deseo— de “salvar”. Salvar a las mujeres del mundo del peligroso destino al que están abocadas sus vidas. Así, desde su alivio por las mujeres de la India que habían alcanzado finalmente la heterosociabilidad “normal” (“la primera vez que vine a la India las chicas no podían hablar con los chicos”) hasta las mujeres que salvó ella en Zambia (“nos sentamos en círculo a las orillas del río Zambesi y las mujeres confesaron que sus maridos las pegaban y los elefantes destruían sus cultivos. Así que cuando volví a Nueva York recaudé unos pocos miles de dólares, no muchos, y ellas construyeron una valla electrificada alrededor de sus campos. Cuando volví la siguiente vez habían obtenido una excelente cosecha y sus niños iban a la escuela; quién habría pensado que una valla electrificada cambiaría la vida de las mujeres”) asistimos a los comienzos de una gloriosa transformación. Pero el punto culminante de este cuento de salvación fue la cruzada para liberar al mundo de ese odioso crimen de la prostitución, bastante peor que la esclavitud, ya que tipifica las peores formas de violencia contra las mujeres. “Pero no queremos penalizar a las mujeres; ¿quién de nosotros quiere eso?” Y así, habiendo identificado la causa de la caída de las mujeres y su estado de explotadas, o más bien violadas, ella y otros como ella se han aprestado a salvarlas. Después de todo, qué podría ser peor que el abuso corporal que es la prostitución (“se les inflige múltiples penetraciones cada día”) excepto posiblemente sólo el vicioso dominio absoluto que ejercen los tratantes.

Y esto a pesar del hecho de que las uniones de trabajadorxs sexuales y lxs activistas por los derechos de lxs trabajadorxs sexuales han enfatizado  las complejas redes de poder y violencia con las que se encuentran estxs trabajadorxs en su vida diaria. Ciertamente, sería absurdo que lxs trabajadorxs no identificaran los peligros y dificultades que encuentran en su trabajo. Sean riesgos de salud, posible violencia sexual o estructuras de poder y control, especialmente en el caso del trabajo en burdeles, los argumentos más matizados son los de lxs mismxs trabajadorxs sexuales. Aunque, significativamente, las áreas que lxs trabajadorxs sexuales identifican como más nocivas para ellxs, tales como el oprobio social[2] y la violencia policial, no merecieron ninguna mención en la charla de la Sra. Steinem. En efecto, fue sorprendente que la ferocidad con la que el lobby antitrata atacó a las uniones, reuniendo al azar argumentos que cuestionan los fondos recibidos por lxs trabajadorxs sexuales para organizarse —durante la discusión en la JNU estos se presentaron como una colusión entre los proxenetas y la Fundación Bill Gates– con débiles intentos de desacreditarlo como trabajo (cómo fijar una salario mínimo), no se hiciera extensiva para atacar a la sociedad que teme e injuria a las “prostitutas”. Y lo que es más significativo, pasó por alto el importante asunto de que recientes argumentos acerca del trabajo sexual han considerado que no es más opresivo que muchas otras profesiones —y en muchos casos, mucho menos. En el contexto de la India, lxs trabajadorxs sexuales han argumentado con mucha fuerza que ellxs han elegido su trabajo por miedo a la violencia a la que son sometidxs lxs trabajadorxs domésticxs.

Recientemente, en un contexto muy diferente, alguien dijo que los matrimonios eran ¡uniones hetero-no-sexuales! Esta oscura percepción, que se unió al silbido horrorizado de un prominente activista antitrata durante una charla acerca de que la prostitución alentaba la “promiscuidad”, nos acerca, pienso yo, al meollo del asunto. Incluso aunque lxs trabajadorxs sexuales reclaman que se les de el estatus de trabajadorxs y por tanto se les conceda la dignidad del trabajo, la oposición teme los auténticos fundamentos en los que se basa esta demanda. Históricamente, la batalla por controlar, definir y limitar la sexualidad como matrimonio monógamo heterosexual ha sido tortuosa y, ciertamente, no ha obtenido una victoria rotunda. No es este el contexto para elaborar los matices de esta historia. Pero incluso aunque las fuerzas de la ley y la religión, reforzadas en los tiempos modernos por el estado, han intentado naturalizar la sexualidad como procreativa y marital, varias contracorrientes las han desestabilizado. Sin embargo, la contracorriente que es fundamentalmente más explosiva es la idea de que el sexo puede ser mercantilizado, comprado y vendido. Como un producto comercializable, se presenta inmune a aquellas fuerzas que pretenden definirlo y contenerlo. Por tanto, liberado de Dios y del Amor, el sexo podría tener una vida sin freno, proporcionando infinitas posibilidades a los que decidieran explorarlas.

Es este miedo a la sexualidad sin ataduras, libre de lazos matrimoniales, lo que está bajo la superficie del deseo de “salvar” a la prostituta. Como mujer libre, es la amenaza de la que recela la sociedad y a la que teme. Porque el trabajo sexual va más allá de los límites del matrimonio, ya que no solamente cuestiona la institución,  sino también todas las otras estructuras paralelas de la sociedad que intentan hacerlo anormal. Como transacción, el sexo deja de ser el fundamento sobre el que una sociedad “normal” se reproduce. Si diéramos la vuelta a la norma y el sexo se pudiera comprar como un vestido o una pasta de dientes, esos grandes edificios de la sociedad —matrimonio y familia— se vendrían abajo al instante.

Entonces, ¿por qué hay feministas, muchas de las cuales están entre las más encarnizadas críticas del matrimonio e incluso de la heterosexualidad obligada, alineadas con los antitrata? Sus aliadas naturales, ¿no deberían ser lxs trabajadorxs sexuales? En lugar de conformarme con la fácil respuesta de que hay muchos feminismos, yo pienso que eso apunta también a la enraizada desazón acerca de la sexualidad y el sexo que existe en el seno de muchas corrientes dominantes del feminismo. Las activistas lesbianas, queer y trans y las desviadas sexuales han estado siempre en los márgenes, de forma incómoda, de la corriente principal de movimientos de mujeres y feminismos. Con su intensa veta reformista y su celo puritano, la historia interna y los dilemas contemporáneos de la corriente principal del feminismo se alinean mucho más estrechamente con la autocomplacencia y el conservadurismo de la clase media que con cualquier posición subversiva. Los únicos objetos que tal proyecto imperial puede reconocer son, pues, víctimas, siempre disponibles para la salvación. Al desexualizar a la fuerza a la prostituta y convertirla en víctima perpetua, la feminista antitrata puede, pues, validar su propia posición como salvadora. ¡Qué irónico resulta entonces que lo que se disfraza como política de subversión y crítica sólo pueda hacer oír su voz silenciando a su principal objeto de reforma —la mujer trabajadora sexual!.


[1] Para un argumento incisivo y bien defendido, ver Shohini Ghosh, Decriminalising Sex Work, Seminar, No. 583, March 2008. El debate sobre el trabajo sexual tiene diferentes dimensiones internacionalmente, y para oír a una de las primeras “voces” de trabajadoras sexuales defendiendo sus derechos, ver Kate Millett, The Prostitution Papers: A Candid Dialogue, Avon, 1973.

[2] Nalini Jameela, Autobiography of a Sex-Worker, D.C. Books, 2007.

‘Queremos seguir siendo prostitutas y feministas’: trabajadora sexual

http://www.eltiempo.com/mundo/europa/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12285883.html  

La francesa Morgane Merteuil desafía a las feministas de su país que desean abolir la prostitución. 

En Francia hay feministas que luchan por la abolición de la prostitución y feministas que luchan para que la prostitución no desaparezca. Morgane Merteuil, secretaria general del Sindicato del Trabajo Sexual (Strass), forma parte del segundo grupo.

La joven, de 26 años, graduada en Letras modernas, conoce muy bien el tema porque es escort (acompañante). O, dicho sin rodeos, puta, palabra que ella prefiere porque tiene una connotación más «militante». 

En julio pasado, durante un debate en la televisión con una feminista abolicionista que quiere multar a los clientes para construir «una sociedad sin violencias contra las mujeres», Morgane Merteuil la increpó: «Tú lo que quieres es una sociedad sin putas».

Es cierto que la palabreja, pronunciada por una mujer joven e inteligente, que se atreve a reivindicar un trabajo tan estigmatizado, tiene mayor impacto. Es curioso, sin embargo, observar a dos feministas que deberían compartir una misma causa disputarse en público y de manera tan vehemente.

¿Cómo vive usted ese conflicto entre feminismos?

Es algo muy violento. Esas feministas nos rechazan totalmente, en lugar de luchar a nuestro lado para mejorar nuestras condiciones. Nos tratan de proxenetas y de ‘bomberas del patriarcado’. El movimiento feminista antiprostitución nos niega nuestro estatuto de mujeres trabajadoras. Nos rechazan porque pedimos el derecho a seguir siendo putas, pero en condiciones de seguridad.

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En la televisión, Morgane Merteuil se parece a una universitaria o, a lo sumo, a una activista antitransgénicos. En persona, cuando está a punto de salir al trabajo, parece una niña jugando a ser grande, con su gran bolso, su minifalda, sus tacones negros y su chaqueta de cuero violeta. Cuando dice que es prostituta, las militantes de otras asociaciones tienen por lo general la misma reacción: «Comienzan a analizarme y a preguntarme cómo llegué a este trabajo. Me dicen: ‘No te das cuenta lo que estás haciendo con tu vida; no sabes lo que te conviene’. Me salen con unos discursos muy paternalistas».

Hace dos meses, la ministra de los Derechos de la mujer, Najat Vallaud-Belkacem, dijo en una entrevista: «Mi objetivo, como el del Partido Socialista, es que la prostitución desaparezca». ¿Por qué su asociación pidió la renuncia de la ministra?

Si las proposiciones y los discursos del actual gobierno se ponen en práctica, esto tendrá como consecuencia más precariedad, más marginalización y más peligros para las putas. Ese no es el discurso de alguien que pretende defender a las mujeres.
Sin embargo, la ministra Vallaud-Belkacem forma parte de un gobierno socialista. ¿Acaso no hay una diferencia entre las políticas de la derecha y las de la izquierda sobre la prostitución?
Para mí, hoy en Francia no tenemos un gobierno de izquierda. Este es un gobierno liberal en economía y racista en la manera de tratar a las minorías. El Partido Socialista francés desde hace mucho tiempo es de centro-derecha, aunque pongan en marcha algunas medidas sociales para hacernos creer que siguen siendo de izquierda.

En Suecia, según afirman algunos partidarios de la abolición, las nuevas leyes que castigan a los clientes han hecho reducir la prostitución. ¿No le parece legítimo que los socialistas franceses intenten seguir ‘el modelo sueco’?

(Aquí, por primera vez, parece enojada). La experiencia en Suecia es un fracaso total. La prostitución no se ha reducido en absoluto. Las leyes abolicionistas dieron más poder a los agresores, que ahora, con el pretexto de ocultarse de la policía, obligan a las mujeres a irse a lugares apartados donde pueden aprovecharse de ellas. También hay una mayor estigmatización porque el discurso es muy victimizador, casi patológico. Le doy un ejemplo: las prostitutas suecas están perdiendo el derecho de criar a sus hijos porque se considera que si han caído en la prostitución, es porque no están del todo bien de la cabeza. Por eso, algunas han tenido que irse a trabajar a la frontera con Dinamarca.

¿Qué piensa usted cuando el gobierno dice que quiere hacer desaparecer la prostitución o reducirla?

Son declaraciones que no tienen ningún sentido. Hay gente que decide dedicarse al trabajo sexual porque no hay oportunidades en el mercado laboral. Lo que sí es un objetivo es aumentar las oportunidades de trabajo y luchar de manera general contra la explotación. Esos son dos objetivos concretos. Lo demás no tiene ningún sentido.

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Morgane Merteuil ha ganado cierta notoriedad en Francia desde que el diario Le Monde publicó una nota hace un año con el título ‘Prefiero ser escort que trabajar en una fábrica’. La declaración es una bofetada a la sociedad capitalista y liberal francesa.

La definición que da de su oficio también es provocadora: «Es un intercambio de servicios sexuales por dinero. Lo que cambia es la forma como llegan los clientes, ya que puede ser en la calle, por Internet, en las salas de masaje o en los clubes».

En el medio de la prostitución también hay diferencia de clase. Una mujer del Este de Europa, sin documentos de identidad y víctima de una red de trata de blancas, está en la parte más baja de la pirámide. Según ciertas cifras, el 90 por ciento de las prostitutas son extranjeras.


¿Lucha usted también por las colegas que están padeciendo una situación difícil?

Por supuesto. Sobre todo por ellas estoy comprometida en este combate, porque ellas son las principales víctimas de las violencias y las discriminaciones. En cuanto a las cifras, dudo de que sean exactas porque se basan en los arrestos que hace la policía en la calle. Hace unos meses, el porcentaje de putas extranjeras era del 80, ahora es del 90 por ciento. En todo caso, no importa que seamos extranjeras o francesas, todas somos susceptibles de ser víctimas de explotación. Por eso luchamos por todas las trabajadoras del sexo.

¿Qué tanto ha influenciado la mediatización que usted ha ganado como secretaria general del Strass?

Como utilizo un seudónimo, muy pocos clientes me buscan luego de haberme visto por la televisión. En realidad, una de las consecuencias de mi trabajo de militante es que tengo menos tiempo para ellos (risas).

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Morgane Merteuil obtuvo un máster en literatura comparada con una monografía sobre Dostoïevski y Camus. Su apodo, Merteuil, se inspira en el personaje de la marquesa del mismo nombre en la novela Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos.

Ella misma, en algún momento, quiso ser profesora. A veces habla de literatura y de actualidad con sus clientes. Recientemente, discutió con un abogado sobre la manera de doblar las páginas de los libros: en la parte superior izquierda, para no perder la página, y en la parte inferior, los pasajes que quiere releer.

Pero su trabajo no es siempre bien visto por los intelectuales. A este respecto, le leo en voz alta una frase del filósofo Dominique Folscheid: «La prostituta es una esclava a medio tiempo. Ella crea un doble de su cuerpo que deja luego a la disposición de otro, como si se tratara de una cosa a la cual se le puede poner precio».

 
¿Qué piensa de lo que dice este filósofo?

En todo trabajo hay momentos en que uno hace las cosas de manera muy mecánica porque está fatigado y quiere regresar rápido a casa. Tampoco estoy de acuerdo con esta visión de la prostituta como un objeto a disposición del cliente. Es una idea muy desvalorizadora de lo que somos como trabajadoras. Porque ser puta no quiere decir dejar su cuerpo a la disposición del cliente. Lo que hacemos es utilizar nuestro cuerpo para dar un servicio en el que uno nunca es pasivo sino activo.

Asbel López
Para EL TIEMPO
París.