Las prostitutas, un colectivo «invisible» y con difícil acceso a ayudas económicas

Asociaciones como Sidálava o Askabide advierten de que su exclusión se acentúa al no poder ejercer para obtener ingresos

 

 

JUDITH ROMERO

 

 

Jueves, 2 abril 2020

https://www.elcorreo.com/alava/araba/prostitutas-colectivo-invisible-20200402204347-nt.html

 

Hace dos semanas había menos chicas de lo habitual en el club de C., una vitoriana que ejerce la prostitución desde hace once años. «Teníamos miedo a contagiarnos y ya había menos clientes. Después, con el estado de alarma, todos los clubes cerraron y la actividad se paró. Desde entonces, muchas me llaman desesperadas cada día porque no sabemos cómo vamos a salir adelante», explica desde la habitación del piso en el que vive.

Entre 800 y 900 mujeres ejercen la prostitución en Bizkaia, algo más de 300 en Álava. Buena parte de ellas no pueden solicitar ayudas como la RGI al no llevar tres años empadronadas en Euskadi, ni cuentan con los requisitos para acceder a Ayudas de Emergencia Social. «Estas mujeres necesitan que, al menos durante un tiempo, se flexibilicen los requisitos para acceder a estas ayudas», reclama Claudia Martínez, trabajadora social del programa Nahikari de Sidálava. «Antes del coronavirus ya eran un colectivo invisible, pero ahora son todavía más vulnerables», apunta Marian Arias, coordinadora de Askabide, en Bizkaia.

La mayor urgencia que estas mujeres tienen en este momento es cómo hacer frente al pago de los alquileres de sus viviendas. «Hay una gran incertidumbre sobre cómo acceder a ayudas o tramitar papeles. Tampoco saben a dónde ir si les echan de las habitaciones en las que están, a menudo solo con contratos verbales», recuerda Arias. «Vivimos al día, en un club podemos ganar 1.100 o 1.200 euros unos meses, pero otros 800…. No disponemos de ahorros», revela C., quien mantiene a su madre con lo que ingresa. Mujeres como Marcela tenían deudas contraídas antes de la llegada del Covid-19 y ven agravada su situación.

«Las cosas no han ido bien este medio año y tengo una orden de desahucio para mayo. Con todo parado, no puedo traer ingresos a casa. Estar un fin de semana sin trabajar o caer enferma ya es una tragedia, así que tres…», lamenta esta brasileña madre de tres hijos. La mayoría de prostitutas de estos territorios históricos trabajan en pisos, que crecen en detrimento de los clubes. Sólo una pequeña parte de mujeres se prostituye en la calle y han desaparecido por completo con el estado de alarma. Que esta actividad se desarrolle en pisos complica aún más la tarea de las asociaciones que tratan de ofrecerles su auxilio.

«Queremos informarlas y dirigirlas a servicios solidarios que se están habilitando, pero es difícil rastrearlas para hacerles llegar esta ayuda al encontrarse repartidas en pisos», confiesa Arias. Martínez recibe llamadas de mujeres que ya empiezan a tener problemas para seguir bajo el mismo techo. «Una gallega está encerrada en un piso de Álava y no le permiten volver a su ciudad. A otras que trabajan de forma autogestionada en pisos les amenazan con echarlas si no pagan una cuota de 200 euros a la semana. A otra mujer la han forzado a salir de una pensión y ya se encuentra en situación de calle», subraya la trabajadora social de Sidálava.

Repartos puntuales

Martínez recuerda que estas mujeres ya extreman el cuidado de su salud de forma habitual, por lo que viven la expansión del virus con una gran inquietud. «Ya solemos gastarnos mucho dinero en anticonceptivos y geles cuando trabajamos», detalla C. Además, el colectivo no puede recurrir a la Seguridad Social cuando enferma. La Unión Europea aporta alimentos para que el programa Nahikari haga un pequeño reparto tres o cuatro veces al año, pero no todas las mujeres acceden a esta comida. «Este apoyo se destina a las 25 personas más vulnerables detectadas», detalla Martínez.

A C. le apenan las mujeres que, además de haber visto desaparecer su única fuente de ingresos, no dominan el castellano. Ella, que ya no cobra la RGI y cuida de su madre, también se pregunta cómo salir adelante y pagar su habitación. «Muchas no entienden lo que está pasando ni cómo protegerse del coronavirus o si pueden solicitar algún tipo de ayuda. Están en un estado de desesperación e indefensión. Solemos procurar ser ‘invisibles’, pero esta vez necesitamos que se nos tenga en cuenta», pide.


La cifra

1.200 mujeres, aproximadamente, ejercen la prostitución en Bizkaia y Álava.


Las frases

Marcela | Prostituta

«Estar un fin de semana sin trabajar es una tragedia y ya llevamos tres. Tengo tres hijos que mantener»

C. | Prostituta

«Muchas extranjeras me llaman desesperadas porque no entienden lo que está pasando»

Claudia Martínez | Trabajadora social Sidálava

«Estas mujeres necesitan que se flexibilice el acceso a ayudas, al menos durante esta crisis puntual»

Marian Arias | Coordinadora Askabide

«Es difícil hacerles llegar información y dirigirlas a servicios al encontrarse repartidas en pisos»

 

Historias de control social y doble moral en Euskal Herria

 

 

‘Historia de la prostitución en Euskal Herria’, de Charo Roquero, hace un recorrido por la evolución de este trabajo socialmente ocultado.

 

https://www.diagonalperiodico.net/culturas/22688-historias-control-social-y-doble-moral.html

 

«En Euskal Herría nunca llegó a producirse un desarrollo floreciente de la prostitución como sí se dio en otras zonas”. Esta creencia, muy extendida, es la que intenta desmontar en su libro la historiadora Charo Roquero. El texto hace un recorrido por las diversas formas que adoptó la prostitución desde la Edad Media hasta la época contemporánea, circunscribiendo su investigación al territorio de Euskal Herria. Distintas épocas, desde aquellas de mayor “tolerancia” a las de mayor persecución, y distintas formas, tanto en los sectores más humildes y como en las clases acomodadas, son investigadas a través de una vasta documentación histórica, sobre todo a nivel de registros municipales, dando lugar a una obra rica en testimonios, experiencias y curiosidades. “En la documentación histórica no se aborda el tema directamente, sino que aparece de refilón, asociado a peleas, abusos de mujeres, incumplimientos de palabras de matrimonio,…”, explica la autora sobre las dificultades que ha encontrado en la investigación.

La prostitución ha sido entendida a lo largo de la historia como un “mal menor” y vinculada a una cuestión de higiene o salud pública. Denotaba, para la autora, la hipocresía de una sociedad que la toleraba cuando no la veía. Y la percepción de que, ante una sexualidad masculina considerada como un impulso irrefrenable y que necesitaba ser encauzada, las buenas mujeres quedaban a salvo de ésta gracias a las prostitutas.

“De alguna forma, se trata de un servicio social, y mantiene la estructura social establecida, con la familia como la base de la sociedad”, explica Roquero. Tolerancia que se mantenía siempre y cuando las prostitutas no se mezclasen con las “mujeres honradas”. Que no se encuentren en los mismos espacios, que no se las pueda confundir, encerrándolas si era necesario, creando guetos, llevándolas a los extrarradios de las ciudades, marcándolas con una vestimenta específica, etc. “A nadie le gusta que le recuerden que ellas están ahí”, apunta la autora.

Esta invisibilidad de la prostitución sólo se rompía cuando las instituciones se veían obligadas a abordar el tema con fines higienistas. Y no porque hubiese una preocupación por la salud de estas mujeres, sino para que no contagiasen sus enfermedades. “La prostituta, además de ser una mujer lasciva, inmoral y pecadora, es un ser enfermo, y un foco de contagio que hay que mantener controlado”, apunta Roquero. Progresivamente se irá identificando moral con higiene, cuestiones morales y religiosas irán mezclándose con otras más científicas y médicas desde el siglo XIX. “A nadie inspira compasión, donde a todos causa desprecio y asco, donde se le cura para que vuelva a servir, como un animal que enferma y curado puede ser útil”, denunciaba la escritora Concepción Arenal.

La investigación de Charo Roquero pone de manifiesto que en todas las etapas ha habido una asimilación de las mujeres más humildes e inmigrantes con prostitutas, y se ha argumentado desde las clases acomodadas que “la prostitución, lo mismo que la miseria, es forma específica de la clase proletaria, manteniéndose de ella y de sus desgracias”. Un discurso que las despojaba de dignidad y se convertía en todo un signo de identidad de clase, dejando fuera de foco otras formas de prostitución propias de las clases acomodadas, entre las que la autora analiza figuras como el de la ‘querida’ para la floreciente burguesía industrial.

Hay una vinculación evidente entre prostitución y miseria, pero, sobre todo, entre prostitución y situaciones de vulnerabilidad. Es el caso de las niñas que eran llevadas muy jóvenes a las ciudades para trabajar como sirvientas en las casas acomodadas y, frecuentemente, tras ser violadas por el señor o el señorito, eran despedidas. “Según un estudio de 1900, el 60% de las jóvenes que empezaban como sirvientas en la capital terminaban tarde o temprano siendo víctimas de la ‘seducción de los señoritos’”, relata el libro. También costureras, planchadoras o lavanderas, por sus raquíticos salarios, o aquellas mujeres que no tenían padres o tutores que pudieran responder por ellas, tenían todas las papeletas para terminar ejerciendo la prostitución. De otras, como taberneras, posaderas, mesoneras, se decía que “su honra se tenía en poca valía y se les presuponía una conducta provocativa”. Y su valoración social era determinante para que se condenase o no la violencia ejercida contra ellas.

La prostitución sirvió también como una herramienta para estigmatizar y ejercer control social sobre las mujeres en todas las etapas. Se consideraba que cualquier mujer que escapase a la autoridad masculina era especialmente peligrosa, como era el caso de viudas o solteras. No es casual que un 70-80% de las acusadas de brujería en los siglos XVI y XVII fuesen viudas, como documenta el texto. También se ponía coto a ejercicios de libertad por parte de éstas, como podía ser “que las mujeres anduvieran libremente por los caminos, sin la responsabilidad de un hombre”. En época más reciente, durante la posguerra, las mujeres detenidas por cuestiones políticas también fueron descalificadas de esta forma, y aparecían en los registros con la denominación de prostitutas, “con el fin de anular su identidad como sujetos políticos”, relata Roquero.

A pesar de todo, las prostitutas nunca han sido objeto de solidaridad, ni siquiera por parte de otras mujeres de su misma clase social. “La prostituta es una mujer indigna, sucia, cuando no viciosa y delincuente. No existe con ellas solidaridad. Al contrario, las mujeres de clase humilde, en los siglos XIX y XX, intentan distanciarse de ellas, en un afán porque no se las confunda. La virginidad es su único orgullo y hacen gala de ella. Se aferran a los valores de la femineidad que la sociedad valora y no dudan en marcar diferencias. Por su parte, las mujeres de la alta sociedad, muestran preocupación hacia ellas, pero desde una superioridad moral, desde la lástima caritativa”, explica la autora.

La mayor parte del debate actual en torno a la prostitución, entre posturas abolicionistas y pro-legalización, parecen seguir reproduciendo un tratamiento de éstas más como objeto del debate y que como sujetos. En palabras de Charo Roquero, “es indudable que la mujer prostituta no acaba de encontrar una política que no comprenda la valoración moral, la conmiseración y la lástima. Más que un afán de proteccionismo paternal lo que necesitan es una protección ante las tramas de explotación y tráfico, y una definición de sus derechos como trabajadora”. No en balde, y cita a la escritora feminista Itziar Ziga, “la alarma por la existencia de prostitutas es muy superior a la producida por la agresión a prostitutas”.