Por RAFIA ZAKARIA
5 de octubre de 2017
https://www.nytimes.com/2017/10/05/opinion/the-myth-of-womens-empowerment.html?smid=fb-share
Por sólo 100 dólares, puedes empoderar a una mujer en la India. Esta cantidad asequible, de acuerdo con el sitio web de la organización India Partners, proporcionará a una mujer su propia máquina de coser, lo que le permitirá dar el primer paso en la marcha hacia el empoderamiento.
O puedes enviar un pollo. La avicultura, según Melinda Gates, da poder a las mujeres de los países en desarrollo al permitirles «expresar su dignidad y tomar el control» (1).
Si los pollos no son tu herramienta de empoderamiento de elección, Heifer International, por 390 dólares, entregará una «canasta de emprendedora» (2) a una mujer en África. Incluye conejos, peces juveniles y gusanos de seda.
La suposición detrás de todas estas donaciones es la misma: el empoderamiento de las mujeres es una cuestión económica, que puede separarse de la política. De ello se deduce que puede ser resuelto por un benévolo donante occidental, que proporciona máquinas de coser o pollos, y así rescatar a las mujeres de la India (o de Kenia o de Mozambique o de cualquier parte de lo que se conoce como el «sur global») de sus vidas faltas de poder.
El empoderamiento no siempre ha representado kits de iniciación empresarial. Como Nimmi Gowrinathan, Kate Cronin-Furman y yo escribimos en un trabajo reciente (3), el término fue introducido en el léxico del desarrollo a mediados de la década de 1980 por feministas del Sur Global. Estas mujeres entendieron que el «empoderamiento» era la tarea de «transformar la subordinación de género» y la ruptura de «otras estructuras opresivas» y la «movilización política» colectiva. Obtuvieron algo de lo que querían cuando la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer adoptó en 1995 una “agenda para el empoderamiento de las mujeres » (4).
Sin embargo, en los 22 años transcurridos desde esa conferencia, el «empoderamiento» se ha convertido en una palabra de moda entre los profesionales occidentales del desarrollo, pero la parte crucial de la «movilización política» ha sido eliminada. En su lugar está una definición estrecha y restringida expresada a través de la programación técnica que busca mejorar la educación o la salud con poca atención a las luchas más amplias por la igualdad de género. Este «empoderamiento» despolitizado sirve a todos excepto a las mujeres que se supone que debe ayudar.
Al distribuir pollos o máquinas de coser, las feministas occidentales y las organizaciones de desarrollo pueden identificar a las mujeres no occidentales que han «empoderado». Los sujetos no occidentales de sus esfuerzos se pueden mostrar en conferencias y aparecer en sitios web. Los profesionales del desarrollo pueden referirse a sesiones de capacitación, talleres y hojas de cálculo llenas de «rescatables» como evidencias de otro proyecto de empoderamiento exitoso.
En este sistema hay poco espacio para las complejidades de las receptoras. Las mujeres no occidentales son reducidas a sujetos mudos y pasivos en espera de rescate.
Tomemos, por ejemplo, los proyectos avícolas de la Fundación Gates. Bill Gates ha insistido (5) en que debido a que los pollos son pequeños animales mantenidos cerca del hogar, son particularmente adecuados para «empoderar» a las mujeres. Pero los investigadores no han encontrado que dar pollos conduzca a ganancias económicas a largo plazo; mucho menos a emancipación o igualdad para la mitad de la población.
Para mantener la recepción de dinero, la industria del desarrollo ha aprendido a crear métricas que sugieren mejoras y éxito. Las estadísticas de U.S.A.I.D. sobre Afganistán, por ejemplo, suelen centrarse en el número de niñas «matriculadas» en las escuelas, aunque rara vez asistan a clases o se gradúen. Los grupos que promueven el pollo miden el impacto a corto plazo de los pollos y el aumento momentáneo en el ingreso de los hogares, no los cambios sustanciales a largo plazo en la vida de las mujeres.
En tales casos, no se quiere reconocer la verdad de que sin cambio político las estructuras que discriminan contra las mujeres no pueden ser desmanteladas y cualquier avance que hagan será insostenible. Los números nunca mienten, pero a veces omiten.
A veces las organizaciones de desarrollo en realidad hacen a las mujeres invisibles para que así sirvan a sus narrativas. Uno de mis coautores escuchó de un trabajador de un grupo de lucha contra la trata de personas en Camboya que una organización de donantes occidentales estaba filmando un video para recaudar fondos y rechazaron a una mujer porque no encajaba con la imagen que querían los donantes de una joven superviviente indefensa.
Cuando las mujeres no occidentales ya tienen fuertes identidades políticas, a veces se exige que renuncien a ellas, incluso si con ello se las empuja de nuevo a los papeles mismos de los que el empoderamiento estaba destinado a rescatarlas. En Sri Lanka, una exsoldado de los Tigres de Liberación de Tamil Eelam dijo a uno de mis coautores que ella y otras excombatientes recibieron clases de decoración de pasteles, peluquería y costura. Un funcionario del gobierno confesó que a pesar de años de programas de entrenamiento, nunca había visto a ninguna de las mujeres ganarse la vida con estas habilidades.
Es hora de un cambio en el discurso del «empoderamiento». Los programas de las organizaciones de desarrollo deben evaluarse en función de si permiten a las mujeres aumentar su potencial de movilización política, de forma que puedan crear una igualdad de género sostenible.
En el escenario global, el retorno a este modelo original de empoderamiento requiere una moratoria en la práctica de reducir a las mujeres no occidentales a las circunstancias de su victimización: la superviviente de violación, la viuda de guerra, la niña novia. La idea de que los objetivos y las agendas de desarrollo deben ser apolíticas debe ser descartada.
El concepto de empoderamiento de las mujeres necesita un rescate inmediato y urgente de las garras de los salvadores de la industria del desarrollo. En el corazón del empoderamiento de las mujeres está la demanda de una hermandad global más robusta, en la que ninguna mujer sea relegada a la pasividad y al silencio y sus opciones limitadas a las máquinas de coser y los pollos.
Rafia Zakaria (@rafiazakaria) es columnista de Dawn y la autora de «The Upstairs Wife: Una historia íntima de Pakistán».
2.- https://www.heifer.org/gift-catalog/empowerment/enterpriser-gift-basket-donation.html
3.- https://www.ccny.cuny.edu/sites/default/files/Emissaries%20of%20Empowerment%202017.pdf
4.- https://www.ccny.cuny.edu/sites/default/files/Emissaries%20of%20Empowerment%202017.pdf
5.- https://www.gatesnotes.com/Development/Why-I-Would-Raise-Chickens